El aleteo de la mariposa de colores y la niña que no
quería tomar leche
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El vuelo vagabundo de la mariposa agita el aire con
rápidos y nerviosos movimientos de sus coloridas alas, mortificando a los rayos
del sol matutino que trabajosamente la persiguen en su errático deambular;
acalorados, descansan cuando el insecto se posa en alguna de las abundantes
flores del jardín, a libar el néctar que la sustentará en su efímera vida. Como
en un tapiz multicolor de estampado cambiante, las mariposas se entremezclan
con la vegetación creando dinámicas pinturas al aplaudir con sus policrómicos
apéndices.
Casi todos nuestros actos diarios se sujetaban a un ritual distinto*,
las mariposas en el jardín alimentándose y polinizando flores, cumpliendo con
su ritual de supervivencia. Yo, a mis doce años consumando el mío, atada a una
silla de ruedas observando florecer la vida en el jardín, incapacitada para
disfrutarla con la intensidad que anhelo. Se presentaba a mis sentidos en
armónicos colores: ocres árboles, con los diferentes verdes de las hojas y
arbustos; la humedad, plagada de aromas del aire filtrado por el ventanal,
distracciones de mi estancia paralítica.
Contemplo con envidia a la naturaleza porque tengo
los días contados. La enfermedad deformante que padezco, limita los más
sencillos movimientos. Estoy varada en una silla de ruedas, con un esqueleto
quebradizo y un monstruo interno devorando paulatinamente mi organismo, y
escasamente me permitirá más tiempo de vida.
Dependo de los cuidados cariñosos de mi madre y paso los días frente al
ventanal de la sala que da al jardín; a veces leo y escucho música, pero la
mayor parte del tiempo la paso observando los acontecimientos, como si
estuviera pendiente de un televisor. Los vasos con leche que solícitamente
acerca mamá, se acumulan, sin importar la súplica para que los consuma. ¡No
tengo hambre de alimentos, la tengo, de vida!
Desde hace tiempo me deleito viendo a las mariposas, he sentido la obsesión de
ser como ellas: de ser libre y volar; aletear sintiendo transitar el aire a
través del cuerpo, acariciándome cuando lo impulso con las alas; disfrutar aromas
y sabores; ser colorida y estéticamente hermosa; soberana como el aire y
radiante como el sol. Su vida es corta… la mía, también.
Con la ensoñación duermo, y con ella despierto. La idea confunde, atosiga todo
el día, cansa… Tengo dificultad para respirar, el cuerpo se debilita,
duelen los brazos. Creo que estoy desvaneciéndome... ¿Estaré
muriendo?
Floto en un mundo de inquietud, me siento rara. Una
ligera brisa refrescante me acaricia al pasar por el cuerpo; volteo hacia los
lados y descubro el origen del hálito: ¡dos hermosas y coloridas alas!,
estampadas en una geometría iridiscente. Las agito con entusiasmo y recorro la
estancia; franqueo el ventanal… ¡Al fin, libre!
*Carlos peralta
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