La onomatopeya asesina
El
tic, tac, avanza sigilosamente,
acortando
distancias… almacenando sueños.
Jorge
Llera
Toc, toc, toc.
¾¿Sí?
¾¡Mago Maravilla!, diez
minutos para entrar en escena.
¾Scht,
scht… scht.
¡No me apures!, a la estrella del
espectáculo, se le respetan sus tiempos. ¡Qué el público de este teatro
rascuache, me espere. Por eso soy el mago de magos. ¡El gran Mago Maravilla!
El mozo se aleja mascullando:
¾Psch… pinche viejo loco, ya ni
su familia viene a verlo.
Frente al espejo del tocador se maquilla el rostro ajado,
amarillento y resplandeciente por la iluminación de la lámpara. Con dificultad
disimula la arrugas que circundan boca y ojos, las ojeras y las bolsas de los
párpados. Deja a un lado los afeites y toma un trago de la botella que lo
acompaña permanentemente: el whisky es el
único que ha permanecido fiel a mi vida, piensa mientras el glu, glu del líquido araña su garganta y
un calor reconfortante, acompaña el deslizamiento hasta el estómago. ¡Tskkk! chasquea fuertemente, comprimiendo
de la lengua contra el paladar, y eructa un ¡bruuup!
de placer que le hace abrir la boca. Termina de vestirse con el desgastado frac
que ha protegido las ilusiones de su arte por más de cincuenta años; acomoda
entre la ropa toda las prendas que la magia ha de sacar: pañuelos, cartas, globos;
ajusta las ligas, que ocultarán al retraerse los objetos a desaparecer de la
vista del público; toma la chistera, saca la paloma de su jaula y la introduce
escuchando el suave srip del cierre
interior, y se la acomoda en la cabeza. Introduce el bulto metálico en la bolsa
del pantalón. Toma nuevamente la botella y con los últimos glues, la vacía. Coge su
capa, el bastón y sale del camerino. El tap-top-tap
de sus pasos tambaleantes sobre el piso de madera, lo aproxima al escenario.
Piensa en lo lamentable que es llegar a viejo, solo y abandonado por un público
que no se impresiona con sus trucos, que considera caducos. A este viejo teatro de barriada sólo asisten espectadores simples y groseros… la
clase popular.
Hoy deberá despedirse, el empresario le comunicó no estar
dispuesto a conservarlo dentro del espectáculo. Ya no es rentable.
Los impresionaré, me voy a
despedir con dignidad. La última función los impactará, murmuró para sí antes de
entrar a escena.
¾¡Atención!, ¡atención!
Estimado y distinguido público. Con ustedes, ¡el mago que los hará vibrar!,
¡qué los sorprenderá!... ¡El más maravilloso ilusionista! ¡El gran mago, Maravilla!
Con paso vacilante el taumaturgo llegó al centro del
escenario, se quitó la chistera y con una reverencia saludó al público.
Perdidos entre la concurrencia se escucharon unos clap… clap… clap… desorientados y algún ¡fiuuu!… que amenizó el momento.
La música ambiental invadió el teatro y el mago comenzó a
girar su vara mágica; en una circunvolución violenta, con un deslizante ¡tsss! fueron desprendiéndose mascadas
de colores anudadas entre sí, extraídas lentamente hasta formar una tira de
varios metros. Revoloteándola, hacía que la estela de colores formara círculos
y líneas, conforme se paseaba a lo largo y ancho de su área de trabajo.
Hizo una reverencia de agradecimiento al escuchar dos o tres
clap, clap, y un ¡fiu-fiu-fiu-fiu-fiuuu!, del fondo del salón.
Atrajo una pequeña mesa conteniendo una jaula, sacó de ella un conejo. Lo mostró al público y
lo volvió a meter cubriéndolo con la capa. Dio unos pase mágicos, levantó la
cubierta y con un rápido shiss, la
deslizó, destapándola. ¡El conejo había desaparecido! Con un ademán de
extrañeza se quitó la chistera y con un delicado ssshh que el público no oyó,
sacó triunfante la paloma. Volvió a ponerse el sombrero, se descubrió
nuevamente y apareció el conejo.
Clap… clap… clap… fue la respuesta de los
aburridos asistentes.
Al terminar de agradecer los escasos aplausos levantó la
cara al sentir un sonoro splash, que escurrió el rojizo líquido sobre su camisa
blanca.
Indignado realizó dos o tres suertes más, y la respuesta fue
contundente:
¡Bu, buuu, buuuu!, ¡fiu!, ¡fiuuuu!,
¡fiu-fiu-fiu-fiu-fiuuuu!
Y los proyectiles con sus plum, plum,
sordos, impactando su cuerpo.
Rígido en el centro del escenario, llamó al presentador y le
susurró algo al oído. De la bolsa del pantalón extrajo otra botella y le dio un
gran trago, los glues esta vez sólo
fueron escuchados por él.
¡Señoras y señores! ¡El Mago Maravilla se despide del teatro
con un acto diferente y espectacular que espera guste a nuestro selecto
auditorio!
Expectante, la concurrencia calló, y poco a poco se comenzó
a escuchar: el clap… clap… clap… ¡Clap
clap clap clap!, de una asistencia ávida de novedades.
El ilusionista tomó su chistera, la enfundó con parsimonia
sobre la cabeza; se colocó la capa, cogió
el bastón y sacando la mano de la bolsa de su pantalón, les mostró a todos la
pistola que empuñaba. La paseó sobre los asistentes mientras esbozaba una
sonrisa de satisfacción. En un movimiento semicircular y siseando dulcemente,
apuntaba a las personas y sonreía. Atrás de los asientos, tratando de
protegerse, la gente asomaba nerviosa y asustada gritaba en un clamor general: ¡Quítenle el arma!
Después de circundar varias veces el escenario, el Mago Maravilla,
volteó la pistola hacia él, y con un click
del percutor, hizo explotar el profundo y escandaloso ¡Bang! asesino, que resonante recorrió el auditorio en un eco
interminable. El clap… clap… clap… inicial
del público, aumentó vertiginosamente de intensidad, manifestando con rugidos morbosamente enardecidos, la emoción
desbordada en el momento.
Corrieron a auxiliarlo los trabajadores del teatro, se
acercaron al cuerpo tendido y se extrañaron que no hubiera sangre
derramada. Ningún signo de proyectil
había en su cuerpo. El forense determinó que a causa de la onomatopeya del
disparo, al mago le dio un infarto al corazón, por el que falleció..
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