lunes, 27 de junio de 2016

La onomatopeya asesina

La onomatopeya asesina

El tic, tac, avanza sigilosamente,
acortando distancias… almacenando sueños.
Jorge Llera

Toc, toc, toc.
            ¾¿Sí?  
¾¡Mago Maravilla!, diez minutos para entrar en escena.
¾Scht, scht… scht. ¡No me apures!,  a la estrella del espectáculo, se le respetan sus tiempos. ¡Qué el público de este teatro rascuache, me espere. Por eso soy el mago de magos. ¡El gran Mago Maravilla!
El mozo se aleja mascullando:
¾Psch… pinche viejo loco, ya ni su familia viene a verlo.
Frente al espejo del tocador se maquilla el rostro ajado, amarillento y resplandeciente por la iluminación de la lámpara. Con dificultad disimula la arrugas que circundan boca y ojos, las ojeras y las bolsas de los párpados. Deja a un lado los afeites y toma un trago de la botella que lo acompaña permanentemente: el whisky es el único  que ha permanecido fiel a mi vida, piensa mientras el glu, glu del líquido araña su garganta y un calor reconfortante, acompaña el deslizamiento hasta el estómago. ¡Tskkk! chasquea fuertemente, comprimiendo de la lengua contra el paladar, y eructa un ¡bruuup! de placer que le hace abrir la boca. Termina de vestirse con el desgastado frac que ha protegido las ilusiones de su arte por más de cincuenta años; acomoda entre la ropa toda las prendas que la magia ha de sacar: pañuelos, cartas, globos; ajusta las ligas, que ocultarán al retraerse los objetos a desaparecer de la vista del público; toma la chistera, saca la paloma de su jaula y la introduce escuchando el suave srip del cierre interior, y se la acomoda en la cabeza. Introduce el bulto metálico en la bolsa del pantalón. Toma nuevamente la botella y con los últimos glues, la vacía.  Coge su capa, el bastón y sale del camerino. El tap-top-tap de sus pasos tambaleantes sobre el piso de madera, lo aproxima al escenario. Piensa en lo lamentable que es llegar a viejo, solo y abandonado por un público que no se impresiona con sus trucos, que considera caducos. A este viejo teatro de barriada sólo  asisten espectadores simples y groseros… la clase popular.
­Hoy deberá despedirse, el empresario le comunicó no estar dispuesto a conservarlo dentro del espectáculo. Ya no es rentable.
Los impresionaré, me voy a despedir con dignidad. La última función los impactará, murmuró para sí antes de entrar a escena.
¾¡Atención!, ¡atención! Estimado y distinguido público. Con ustedes, ¡el mago que los hará vibrar!, ¡qué los sorprenderá!... ¡El más maravilloso ilusionista! ¡El gran mago,  Maravilla!
Con paso vacilante el taumaturgo llegó al centro del escenario, se quitó la chistera y con una reverencia saludó al público.
Perdidos entre la concurrencia se escucharon unos clap… clap… clap… desorientados y algún ¡fiuuu!… que amenizó el momento.
La música ambiental invadió el teatro y el mago comenzó a girar su vara mágica; en una circunvolución violenta, con un deslizante ¡tsss! fueron desprendiéndose mascadas de colores anudadas entre sí, extraídas lentamente hasta formar una tira de varios metros. Revoloteándola, hacía que la estela de colores formara círculos y líneas, conforme se paseaba a lo largo y ancho de su área de trabajo.
Hizo una reverencia de agradecimiento al escuchar dos o tres clap, clap, y un ¡fiu-fiu-fiu-fiu-fiuuu!, del fondo del salón.
Atrajo una pequeña mesa conteniendo una jaula,  sacó de ella un conejo. Lo mostró al público y lo volvió a meter cubriéndolo con la capa. Dio unos pase mágicos, levantó la cubierta y con un rápido shiss, la deslizó, destapándola. ¡El conejo había desaparecido! Con un ademán de extrañeza se quitó la chistera y con un delicado ssshh  que el público no oyó, sacó triunfante la paloma. Volvió a ponerse el sombrero, se descubrió nuevamente y apareció el conejo.
Clap… clap… clap… fue la respuesta de los aburridos asistentes.
Al terminar de agradecer los escasos aplausos levantó la cara al sentir un sonoro splash,  que escurrió el rojizo líquido sobre su camisa blanca.
Indignado realizó dos o tres suertes más, y la respuesta fue contundente:
¡Bu, buuu,  buuuu!, ¡fiu!, ¡fiuuuu!, ¡fiu-fiu-fiu-fiu-fiuuuu! Y los proyectiles con sus plum, plum, sordos, impactando su cuerpo.
Rígido en el centro del escenario, llamó al presentador y le susurró algo al oído. De la bolsa del pantalón extrajo otra botella y le dio un gran trago, los glues esta vez sólo fueron escuchados por él.
¡Señoras y señores! ¡El Mago Maravilla se despide del teatro con un acto diferente y espectacular que espera guste a nuestro selecto auditorio!
Expectante, la concurrencia calló, y poco a poco se comenzó a escuchar: el clap… clap… clap… ¡Clap clap clap clap!, de una asistencia ávida de novedades.
El ilusionista tomó su chistera, la enfundó con parsimonia sobre la cabeza; se  colocó la capa, cogió el bastón y sacando la mano de la bolsa de su pantalón, les mostró a todos la pistola que empuñaba. La paseó sobre los asistentes mientras esbozaba una sonrisa de satisfacción. En un movimiento semicircular y siseando dulcemente, apuntaba a las personas y sonreía. Atrás de los asientos, tratando de protegerse, la gente asomaba nerviosa y asustada gritaba en un clamor general: ¡Quítenle el arma!
Después de circundar varias veces el escenario, el Mago Maravilla, volteó la pistola hacia él, y con un click del percutor, hizo explotar el profundo y escandaloso ¡Bang! asesino, que resonante recorrió el auditorio en un eco interminable. El clap… clap… clap… inicial del público, aumentó vertiginosamente de intensidad, manifestando con rugidos morbosamente enardecidos, la emoción desbordada en el momento.

Corrieron a auxiliarlo los trabajadores del teatro, se acercaron al cuerpo tendido y se extrañaron que no hubiera sangre derramada.  Ningún signo de proyectil había en su cuerpo. El forense determinó que a causa de la onomatopeya del disparo, al mago le dio un infarto al corazón, por el que falleció..

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