El
Conde desnudo
Antes de que los daneses llegaran a Erin,
vivía en Muskerry un rey que
tenía tres hijas.
La menor, llamada Fiongall (“Mejillas
doradas”),
sentía especial fascinación por la historia que
hablaba del “caballero-gnomo”.
“El caballero-gnomo”
Leyenda Irlandesa
El rey de Muskerry, al ser
avisado por la guardia real que se acercaba al castillo la princesa Fiongall,
desaparecida días antes, acompañada de un individuo desnudo, ordenó se abrieran
las puertas y le proporcionaran al hombre el atavío requerido para ser
presentado ante la corte.
Después de escuchar a su hija decir que
su acompañante era el caballero Crimthan, famoso guerrero y poeta en los
tiempos de su abuelo, embrujado por la reina Aine y convertido en gnomo. La
princesa contó la obsesión que desde pequeña tenía de comprobar la veracidad de
la leyenda. Había oído contar las hazañas del famoso caballero y la curiosidad la
impulso a explorar el prohibido bosque de Clemneth y a los seres fantásticos
que lo habitaban. Relató cómo había encontrado al gnomo, el interés que le
había suscitado la figura deforme y la voz de angustia, chillante e
incomprensible del pequeño ser; y cómo intuyó que dentro de esa horrible
cobertura se hallaba el ente hermoso, tierno y valiente del que hablaba la
leyenda. Enteró a su padre de la liberación mediante el rompimiento del ritual
que la comunidad de seres fantásticos llevaba a cabo, y la persecución a la que
fueron expuestos; así como de las vicisitudes confrontadas para llegar al
reino. Culminó, explicando que después de la liberación surgió entre ellos una
pasión tan intensa, que les era imposible vivir separados.
Viendo tal firmeza y decisión por parte de su hija, el rey
ordenó la celebración de las nupcias y los festejos; nombró al guerrero derwydd* del reino, ya que la magia del
bosque pervivía y lo protegía al aparentar veinte años de edad, cuando en
realidad tenía más de cien.
La dote de la princesa Fiongall fue
el condado de Tipperary, incluía a el bosque de Clemneth donde reinaba Aine, la
hechicera que había mantenido embrujado a Crimthan por cien años, soberana de
la comunidad de las gnómidas, gnomos, elfos y demás seres mágicos malignos,
aliados de los enemigos del Reino de
Muskerry. Al dotar al nuevo matrimonio con el condado, el rey les hizo prometer
el desalojo de esos seres de sus fronteras.
El derwydd estuvo meditando por un tiempo la forma de hacer el
trabajo, sin encontrar respuesta. Decidió entonces, invitar a los más sabios
druidas celtas y galos a Tipperary.
Al poco tiempo, los granjeros del condado
comenzaron a comentar el paso de
animales extraños por sus tierras. Hablaban de dragones, arpías, estirgas,
grifos, mantícoras, que por la noche sigilosos se encaminaban al castillo de
Tipperary. Los druidas habían llegado de lejanos reinos.
El derwydd ofreció riquezas a los druidas que pudieran encontrar el medio
para expulsar a esos seres. Los hechiceros comenzaron a explorar el bosque, a
recorrerlo tratando de identificar flora y fauna. De noche y día, palmo a
palmo, con bruma o sol, recorrieron Clemneth. Al atardecer, en los salones se
escuchaban sus pláticas, disertaciones y controversias.
Por fin, después de largos meses,
Crimthan fue citado por los druidas que
le explicaron: Los gnomos viven en ese
bosque porque se alimentan de un hongo singular que crece adosado a varios
árboles concentrados en el centro de la arboleda. Este alimento les proporciona
los poderes que manifiestan. Si se quiere expulsarlos, hay que acabar con los
hongos. Sin embargo, para hacerlo, se
debe entrar en el mundo fantástico inmerso en el ambiente. Sólo es posible durante
los equinoccios, cuando se abre la puerta entre los dos mundos. Usted,
Crimthan, que ha estado ahí, puede intentar destruir su fuente alimenticia. Tendrá
que llegar a los árboles, comer algunos hongos, incendiar la floresta y salir
rápidamente antes de que se vuelva a cerrar la puerta, le dijeron.
El derwydd esperó pacientemente la fecha; un día antes, los druidas le
entregaron la túnica de espejos que le cubriría el cuerpo y reflejaría las
corrientes energéticas con que lo acometerían los gnomos.
Por la mañana cuando ingresó al bosque, los rayos del sol
llegaban aún horizontales a su cuerpo reflejados por la túnica que iluminaba
las partes oscuras del entorno, los dispersos haces parpadeaban desparramando colores,
pringando la floresta como efímeras mariposas. Aguardó en la misma encina en la
que Fiongall lo había rescatado con anterioridad, de los seres malignos. Cuando
el corcel enano apareció llevando a la reina en el inicio de la procesión,
corrió sigilosamente a través de la cobertura vegetal sorteando arbustos y
maleza, saltando rocas hasta llegar al centro del bosque. Advirtió a corta
distancia seis frondosos árboles con la corteza cubierta de una gran masa
grisácea que circundaba su grosor. Con ambas manos, arrancó del árbol más
próximo, pedazos de ella y engulló un bocado con rapidez, el resto lo embolsó en sus calzas. Acumuló
ramas delgadas en la base de cada árbol y les prendió fuego. Las llamas pronto
encendieron las cortezas, y las masas grisáceas consumidas por el calor
comenzaron a desprenderse, desintegrándose con rapidez. El derwydd oyó el tropel estruendoso a su espalda, volteó y la visión
de una avalancha de monstruosos animales enfurecidos haciendo un ruido
ensordecedor, lo impactó. Levantó los brazos a la altura del pecho como
queriendo detener el alud, y sorpresivamente se formaron delante de él varios
dragones que volaron a enfrentar con fuego a los atacantes. Corrió hacia la
salida, mientras la batalla continuaba. Pocos metros adelante paró en seco
cuando frente a él, una barrera de gnomos, elfos, hadas y demás seres
mágicos, impedían la huida. Lanzaban
rayos que lo tambaleaban al impactarse en su cuerpo y ser dispersados por la
túnica de espejos. Avanzó contrarrestando el ataque con sus brazos en alto;
igual que ellos, él también lanzaba rayos. La batalla fue disminuyendo en
intensidad, la energía comenzó a faltar en los adversarios, y ya no tenían
forma de abastecerse; a lo lejos, el incendio continuaba y las llamas
alcanzaban las copas de los árboles.
Enfocó sus disparos al centro del grupo atacante y abrió un
pequeño hueco por el que se impulsó con el resto de la fuerza que le quedaba,
pasando entre brazos y cuerpos que pretendían detenerlo. Al traspasar el orificio,
una masa gelatinosa lo envolvió formando un capullo. Sin poder moverse, en el
silencio y oscuridad absolutos, con dificultad para respirar, se desvaneció…
Despertó al sentir el movimiento de
la cápsula en la que se encontraba aprisionado, no supo cuánto tiempo había
transcurrido. Primero una sacudida, como si el fuerte viento lo empujara.
Después, el deslizamiento brusco y un choque; le pareció haber impactado con una
roca. El golpe abrió una grieta por la cual se filtró un delgado rayo de luz
que le permitió observar las paredes reticulares de su celda. Escuchó a lo
lejos el rugido del viento y el bandeo de la cápsula al comenzar a rodar. De
pronto, la parte baja dejó de restregarse con la superficie, y sintió la
sensación de vacío, la velocidad aumentó y, tras unos segundos de caída libre,
impactó sobre el agua. Su prisión flotaba y balanceaba con el movimiento. Atontado
por el golpe, el derwydd comenzó a moverse,
girando lentamente su cuerpo para separarse de la masa gelatinosa que lo tenía
atrapado a las paredes rígidas. Por la grieta, comenzó a filtrarse agua, la cápsula
lentamente se inundó. La sensación de asfixia lo invadió, y en un esfuerzo
desesperado estiró las extremidades, partiendo un costado de la cubierta. Trató
de salir y al distender su cuerpo, sintió un peso sobre la espalda, un objeto largo
y pegajoso que rebasaba la altura de su cabeza y lo presionaba hasta las corvas.
El sol de mediodía concentró su rigor sobre ese cuerpo extraño que soportaba y comenzaba
a endurecerse conforme se secaba, sus brazos sintieron un estiramiento progresivo
y doloroso; tuvo la necesidad de moverlos, y aulló de dolor al sentir una nueva
masa muscular que movía cuatro espléndidos apéndices multicolores de brillo
nacarado. Los batió con firmeza y se desprendió definitivamente del cascarón al
elevarse sobre la corriente mansa del ancestral río. El dolor disminuyó con la agitación continua y
prolongada. Con rumbo titubeante se dirigió a la orilla, plegó sus apéndices y
se acercó a un remanso para observarse.
En el espejo de agua
vio reflejada su figura estilizada: brazos y piernas alargados, de color pardo
cobrizo. Conservaba aún, los restos andrajosos de las calzas. Un par de antenas
destacaban de la cabeza ovoide, y al moverlas percibía olores y aromas del ambiente
con una nitidez nunca sentida. En su cara resaltaban dos globos formados por millares
de pequeños ojos; su visión reticular lo desconcertaba en un principio, con la
práctica logró sincronizar las imágenes.
En el atardecer, emprendió el vuelo de retorno a su
reino, los rayos del sol se deslizaban por la parte central del la corriente,
dorando las ondulaciones del agua e irisando los imponentes apéndices con
reflejos cerúleos y ambarinos. En un vuelo impreciso, siguiendo el curso del río
llegó a su castilo.
La impresión de Fiongall al verlo entrar por la
ventana fue enorme. Se quedó inmovil recibiendo el beso de amor del lepidóptero.
Ingirió solidariamente el hongo que el insecto puso en su boca y lo deglutió
lentamente. Crimthan continuó besándola apasionadamente, y
con esa acción comenzó a generarse una masa gelatinosa que fue cubriendo
paulatinamente el cuerpo hasta encapsularla. La acomodó cuidadosamente sobre la
cama, se dirigó apresuradamente a los jardines del castillo y localizó varias
encinas en las que plantó el resto de los hongos mágicos.
Los sirvientes del castillo comentaban temerosos la
transformación del conde, intentando abandonar el castillo. El derwydd
los detuvo
e informó que el cambio sufrido era para bien, que se había convertido en un
ser mágico y la condesa estaba en proceso de hacerlo, eso les proporcionó
algunos poderes y cambió su forma de vida. Los invitó a vivir una aventura con
ellos y formar una comunidad de seres mágicos. Hizo la misma invitación a todo
el pueblo, y permitió a los que no aceptaran, abandonar el condado sin
represalias.
La mayoría aceptó y se extendió el cultivo de los hongos y el
de flores, se reforzó el resguardo de los árboles, y poco a poco, conforme los
hongos se fueron reproduciendo, el cambio se fue dando en la población.
Cada eclosión fue motivo de júbilo. Comenzó con la de la
condesa, emergiendo esplendorosa con el
dibujo que caracterizaría a la nueva especie, y los colores: azul, rojo, blanco
y naranja, estampados sobre la superficie de sus amplios apéndices.
*Mago poeta
No hay comentarios:
Publicar un comentario