Asesinos
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—¿Trajiste tu resortera, Luis?
—Sí… la larga. Ésta si avienta los
proyectiles lejos. ¿Estará la banda en el pedregal?
¾ Como de costumbre, encerrados en su
cueva. Ahí se pasan todo el día. Hoy nos vengaremos de la corretiza que nos
dieron el martes.
La volcánica masa negra, rugosa y cortante, se fue extendiendo conforme
caminaban hasta el horizonte lindante con el azul pálido de la mañana. Conocían
el camino, lo habían transitado muchas veces… era territorio enemigo. Pedro se
detuvo y señaló una lagartija cercada de
maleza, sobre una roca. Se agachó y tomó del suelo un guijarro, lo puso sobre el
tirador, tensó las ligas y… disparó. El proyectil se estrelló en la roca y el
animal, desapareció.
—¡Qué buena puntería,
Pedro!, ¡qué se cuiden los pedreros!: van
a pagar cara la descalabrada que me hicieron.
Caminaron por el roquedal entre cactus y maleza hasta llegar a la gruta.
Por el borde donde se apostaron,
distinguían la figura de alguien . No lo identificaron, pero
coincidieron en que… con uno que encontraran, era suficiente.
—Tírale a la cabeza,
Luis, le dijo Pedro en voz baja. Estiraron las ligas al máximo, y dispararon.
Al escuchar el ruido sordo y hueco en el blanco, corrieron a esconderse. Se
asomaron ligeramente, esperando ver pasar al adversario sangrante de la cabeza.
Nada, ni un grito dolor, ni alboroto, nada; sólo el murmullo de la naturaleza
que con tibia brisa acariciante, respiraba a su alrededor.
Salieron de su escondite y se acercaron sigilosos. A la distancia,
observaron el cuerpo tirado ¡sobre un charco de sangre!... ¡Lo habían matado! Despavoridos llegaron a la calle donde vivían. Sentados en el borde
de la banqueta, lloraban sin poder
hablar.
Pedro, tartamudeante y nervioso comenzó a hablar:
—N… no, no era nin… guno
de los pedreros. E… era un señor.
¡Y, lo h… herimos o matamos! Se está desangrando. H…hay que avisar a la p…
policía.
—¿y si nos meten a la
cárcel?
—¡Ni modo, Luis! ¡A lo
mejor está vivo! Mira, llamamos y no damos nuestros nombres.
—Comandancia de policía.
—Queremos avisar de un
herido, en la cueva grande de la entrada al pedregal de San Francisco… ¡Vayan
rápido, se está desangrando! Una vez dicho esto, Pedro cortó la llamada.
—¡Ya vez, avisamos y no
saben quienes somos!
¡Qué bueno que llega,
detective Godínez!, estoy haciendo la autopsia al cuerpo del narcotraficante
encontrado en el pedregal, tiene varios balazos en vientre y abdomen, que
originaron las hemorragias por las que murió; pero curiosamente, en el lóbulo
occipital encontré dos heridas causadas por impacto de piedras pequeñas…
—¿Señora Sánchez?, soy el detective
Godínez. ¿Tiene un hijo como de doce años?
—Sí, Pedro…
15 de junio de 2017
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