domingo, 13 de mayo de 2018

Argolla rota


ARGOLLA ROTA

“Agradezco el oasis de calma en el desorden y confusión de mi mente, para sentarme a reflexionar en la banca del jardín arbolado de la majestuosa estructura de piedra y cristal, sobre la relación de las parejas en el mundo actual.
La institución matrimonial lleva varios siglos formalmente instituida como principio fundamental para la constitución de la célula básica de la sociedad, reconocida por el Estado y las religiones: La familia.
En la antigüedad, los matrimonios se pactaban entre los padres de los cónyuges y no había forma de disolución formal, lo que originaba problemas durante toda la relación. Posteriormente,  se originó basada en la atracción y el enamoramiento; el establecimiento de un vínculo sentimental y después, el compromiso social, y el religioso, en su caso.
Tanto en el aspecto laboral, como en el social, y el familiar, la mujer y el hombre, han adaptado sus roles tradicionales de comportamiento a las circunstancias que les exige una vida cargada de actividades y compromisos. Convirtiéndose ambos, en proveedores de insumos y satisfactores del hogar, con el consiguiente desequilibrio en la asignación de labores de un matrimonio tradicional, en el cual el hombre proveía y la mujer cuidaba del hogar y los hijos.
Actualmente, la institución  matrimonial, desde el punto de vista tradicional ha perdido vigencia por no ajustarse estructuralmente a las condiciones de vida de una sociedad diferente a la que fue concebida. Es la razón de que sólo el 30% de los matrimonios perdure después del segundo año de vida común.
            La salida, el divorcio y las relaciones abiertas, que no implican compromisos”
            Me quedé pensando, que tal vez sería mejor establecer contratos bianuales de compromiso matrimonial, renovables al arbitrio de la pareja.
            En eso estaba cuando escuché la voz de Adela que me llamaba con cierta desesperación:
            ¡Augusto!... ¡Gusito!, entra ya, la ceremonia va a comenzar.
            Sí, mi amor, nada más paso al baño y te alcanzo…

            Aún sigo caminando bajo la lluvia vespertina, con el frac empapado, la sonrisa en la boca y la mirada curiosa de los transeúntes que, con sus paraguas me saludan ceremoniosamente.



  

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