ARGOLLA ROTA
“Agradezco el oasis de calma en el
desorden y confusión de mi mente, para sentarme a reflexionar en la banca del
jardín arbolado de la majestuosa estructura de piedra y cristal, sobre la
relación de las parejas en el mundo actual.
La institución
matrimonial lleva varios siglos formalmente instituida como principio
fundamental para la constitución de la célula básica de la sociedad, reconocida
por el Estado y las religiones: La familia.
En la antigüedad, los
matrimonios se pactaban entre los padres de los cónyuges y no había forma de
disolución formal, lo que originaba problemas durante toda la relación.
Posteriormente, se originó basada en la
atracción y el enamoramiento; el establecimiento de un vínculo sentimental y
después, el compromiso social, y el religioso, en su caso.
Tanto en el aspecto
laboral, como en el social, y el familiar, la mujer y el hombre, han adaptado
sus roles tradicionales de comportamiento a las circunstancias que les exige
una vida cargada de actividades y compromisos. Convirtiéndose ambos, en
proveedores de insumos y satisfactores del hogar, con el consiguiente
desequilibrio en la asignación de labores de un matrimonio tradicional, en el
cual el hombre proveía y la mujer cuidaba del hogar y los hijos.
Actualmente, la
institución matrimonial, desde el punto
de vista tradicional ha perdido vigencia por no ajustarse estructuralmente a
las condiciones de vida de una sociedad diferente a la que fue concebida. Es la
razón de que sólo el 30% de los matrimonios perdure después del segundo año de
vida común.
La
salida, el divorcio y las relaciones abiertas, que no implican compromisos”
Me
quedé pensando, que tal vez sería mejor establecer contratos bianuales de
compromiso matrimonial, renovables al arbitrio de la pareja.
En
eso estaba cuando escuché la voz de Adela que me llamaba con cierta
desesperación:
—¡Augusto!... ¡Gusito!, entra ya, la ceremonia va a comenzar.
—Sí, mi amor, nada más paso al baño y te alcanzo…
Aún
sigo caminando bajo la lluvia vespertina, con el frac empapado, la sonrisa en
la boca y la mirada curiosa de los transeúntes que, con sus paraguas me saludan
ceremoniosamente.
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