lunes, 25 de junio de 2018

Uruk

URUK
Gárgamel
La silenciosa nave desplazó su circunferencia haciendo un mapeo del área con el objeto de encontrar el sitio exacto dónde desapareció, hace siete mil ciclos solares, la nave del comandante Enki.
En las pantallas, imágenes intraterrenas de la población en ruinas, a la vera del río Éufrates. Una ciudad grande y próspera en su tiempo, ahora cobijada por el manto protector de arena y enmarcada por altas murallas.
Utilicen el explorador y detecten las construcciones destacadas, busquen vestigios de elementos que nos indiquen el destino de los tripulantes de la nave, indicó el  oficial a los operadores.
—¡Están localizados dos edificios con posibilidades de información!, respondió uno de ellos. Hay en ellos documentos almacenados. “Parece ser la historia de una civilización que ha pasado más allá de todo recuerdo…”*
Escanéenlos por capas, vean si pueden identificar el idioma y descifrar los textos.
            Tras un breve lapso, el operario respondió:
La ciudad, es Uruk: sus habitantes, fueron sumerios. El lenguaje que utilizaban semejaba al de nuestros antepasados remotos. Logramos descifrar algunos textos escritos en tabletas de barro sobre asuntos personales, de negocios, himnos, plegarias, encantamientos mágicos, y  textos científicos. También, en los aposentos reales, hallamos dos tabletas: una con un poema sobre Gilgamesh, un héroe guerrero y la otra, una misiva.
¡Léanla!
“Soy el comandante Enki de la nave Aurus, del planeta Niburo, en nuestro sistema solar. Por una avería descendimos abruptamente en este satélite hace trescientos ciclos solares. Sobrevivimos mi compañera Ishtar y yo, fuimos rescatados por los habitantes de los humedales. Desde entonces nos han considerado dioses, y hemos podido orientar su desarrollo con tecnología aplicada hasta a alcanzar una cultura superior a la de los pueblos vecinos. Por ser una entidad próspera codician nuestras riquezas, y nos hostigan permanentemente. Para defendernos, ha sido necesario armarnos y amurallar la ciudad.
“Llevamos mucho tiempo luchando. Ahora mismo sufrimos un asedio que lleva varios meses; la comida y el agua escasean, no aguantaremos mucho tiempo más…”
Hasta aquí llega el mensaje… señor.
Determinen la fecha del escrito para establecer las coordenadas, ajusten las distancias y horarios en el rastreador de isótopos de carbono, para preparar de inmediato un viaje de  reflujo en el tiempo.

La nave se posó suavemente en un zigurat. El ambiente de destrucción y desolación de la ciudad, recrudecido con la fetidez y la pestilencia de los hedores de los restos calcinados. La tripulación avanzó salvando cuerpos de cráneos alongados y caras negras, para llegar a las habitaciones reales. A ambos lados de la puerta los guardias asesinados mantenían en el suelo su actitud defensiva, con  lanza en ristre y el alargado casco que cubría su dolicocefalia. En la recámara, la pareja real yacía sobre el lecho. El comandante dio la orden de no remover los cadáveres y regresar a la nave.
            ¡Hay que volver tres noches atrás!, instruyo a los instrumentistas.

El vehículo sobrevoló el palacio, mientras la batalla se gestaba en la parte baja. El capitán utilizó el transportador iónico que lo ubicó en la cámara real, para entrevistarse con Ishtar y Enki:
            He venido por instrucciones del Supremo Gobierno de Niburo, a salvarlos. Aborden el transportador y partamos.
            Las figuras zoomorfas de Enki y su consorte Ishtar se irguieron con altivez cruzando miradas inquietas, y manifestando su tensión con el movimiento nervioso de sus bífidas lenguas.
El monarca habló:
—Dé las gracias de nuestra parte, y hágales saber qué el pueblo de Uruk nos asume como sus dirigentes y dioses. Y, tal es su devoción que, tratan de parecérsenos en cuerpo y mente. Por lo tanto, es  obligación y gusto, quedarnos.
¡Moriremos con ellos, y por ellos ¡
              
*       Arthur C. Clark
**   Superposición de varias terrazas de anchura decreciente
25 de junio de 2018


miércoles, 13 de junio de 2018

El tesoro



El tesoro


Gárgamel

Las cuatro lunas iluminaban el torbellino que arrastraba miles de toneladas de cristales de metano formando un muro vibrante y avasallador. La oruga mecánica se aferraba al oleaje de dunas, penetrándolas para encontrar la fortaleza que resguardaba el tesoro de la Civilización Paal: “El elemento original del Universo”, la partícula que dio vida a todo. El vehículo avanzaba rebasándo montañas de máquinas destrozadas, producto de cientos de miles de intentos frustrados.
El plan era desenergizar al eterno guardián los científicos, por fin, habían desarrollado el arma. Al acercarse a la fortaleza, una enorme llamarada iluminó el firmamento y la nave comenzó a arder, a dar tumbos y ser comprimida.
¡Ur!, activa el escudo!... y ¡enciende el desenergizador! gritó el capitán.
El equipo, con enorme esfuerzo, absorbía la viscosa materia brillante, enlutando el entorno. El guardián rugía con desesperación, al perder fuerza, explosiones  de energía, rayos y torbellinos incandescentes . La ferocidad se eclipsó  al diluirse en la negrura total.
¡Vamos por el tesoro!, Grost gritó Ur, ¡enciende la oruga!
Los motores zumbaron brevemente, tosieron, y… el silencio castrante amancilló nuevamente la ambición, en la profundidad eterna del Universo. 

lunes, 11 de junio de 2018

Viajero de distancias largas



Viajero de distancias largas

Abordé  el vuelo 506 de Air France en el Aeropuerto Heathrow  con destino al aeropuerto de la Ciudad de México. Había escogido viajar en primera clase para gratificarme por el éxito de mi conferencia en el Museo de Ciencias de Londres. En mi plática había tratado el tema de los viajes interestelares. Fue una visión escéptica, fundamentada en la imposibilidad de viajar a velocidades cercanas a la luz, por no existir materiales que soportaran ese esfuerzo. Pronostiqué, que en un futuro próximo, únicamente colonizaríamos nuestro satélite y el planeta rojo.   Me instalé en el amplio sillón, abroché el cinturón de seguridad, y aún con el respaldo en vertical, comencé a dormitar. Cabeceando durante el despegue, abrí los ojos, y me percaté de mi compañero de viaje. Una sonrisa acogió mi despertar, el signo de cordialidad de un hombre maduro, de rasgos finos y vestir elegante. Sus ojos claros de mirada profunda parecían adentrarse en mi interior.
¿Doctor Esteva?
Sí, ¿Cómo supo mi nombre?
Estuve en su conferencia, y llamó mi atención su visión recelosa de los viajes espaciales. Y tiene razón, si continúan por ese camino.
¿Quién es usted?
Un viajero de distancias largas. Permítame explicarlo, después contesto sus preguntas.
Intrigado, presté atención al relato más fantástico de mi existencia:
Pertenezco a un mundo parecido al de ustedes, a ochocientos años luz de distancia ¾y tomo esta referencia porque es la que ustedes manejan. Soy científico y estudio el avance tecnológico de su planeta. Su desarrollo está mal orientado al privilegiar a las máquinas; deben partir  de principios diferentes sobre los viajes espaciales. Con el sistema mecánico de sus naves y los combustibles fósiles, nunca pasarán del Sistema Solar. Tendrán que hacer estructuras energéticas que transporten organismos desintegrados a su mínima expresión, capaces de alcanzar velocidades muy superiores a las de la luz. Con esta celeridad, el tiempo se detiene, se puede manipular. Ir al pasado o al futuro, y regresar en un instante. Tal vez  para usted suene utópico, pero mi transportador lo traigo conmigo y no ocupa espacio, es energía. Permítame, doctor, llevarlo a su pasado para que compruebe lo que estamos platicando.
 Comencé a sentir cosquilleos en todo el cuerpo y me desvanecí. Abrí los ojos y contemplé el rostro de mi madre despertándome con un beso:
Apúrate, que se te hace tarde. El desayuno está listo, y tu padre te espera.
Ya voy, en unos minutos los alcanzo.
Estaba consciente de mi dualidad y sorprendido por el acontecimiento. Oí una voz en el interior: “Estoy con usted, doctor, no me materializo porque no viví ese momento, pero lo acompañaré en su viaje”…
Traté de recordar: “Debe ser agosto de 1967, y el día”…
¾ “jueves, diecisiete, escuché…”
El desayuno transcurrió observando a mis padres, y la nostalgia impidió que terminara los alimentos.
Me despedí efusivamente, como si no los fuera volver a ver. Al entrar al salón de clases, la vi. Sandra levantó los brazos para indicarme el lugar. Conforme me acercaba, admiré sus pantorrillas blancas, tantas veces acariciadas, cubiertas tan sólo por la breve minifalda. Su sonrisa amplia empequeñecía apenas los vivaces ojos verdes enmarcados por grandes pestañas. La emoción aceleró mi corazón; la tomé de los brazos y la besé ardientemente. Un aplauso generalizado y los chiflidos de los compañeros, nos volvieron a la realidad, y tomamos asiento. La miraba amoroso cuando escuche: “Vámonos, doctor…” 
La voz en el intercomunicador anunciando el arribo a la Ciudad de México, me despertó. Volteé a buscar al compañero de viaje y…el asiento estaba vacío.
            En un mar de confusión recogí mis maletas, pasé la aduana, y salí. Levanté la vista para orientarme y reconocí a la distancia la sonrisa amplia, y los vivaces ojos verdes tras de espejuelos, de mi esposa. La besé de manera intensa, y los que aplaudieron y chiflaron, fueron mis hijos.

“Un viajero de distancias largas”… recordaba lo dicho por su compañero de asiento en el avión de regreso a Londres. La historia había sido tan inverosímil que al relatarla a su familia, fue considerada como un sueño típico de su espíritu científico, negándole todo viso de credibilidad. “Sin embargo, estoy seguro de haber viajado al pasado y convivido con mis padres y mi amada Sandra, en la juventud…”, pensó.

            Mientras su esposa cocinaba, Ramón se sirvió un whiskey, seleccionó en el reproductor música barroca de Arcangello Corelli, y se dispuso a oír una sonata para violín. Recostó la cabeza  en el sillón, y cuando escuchaba los primeros compases, escucho en su interior:
            — “Hola doctor, ¿disfrutó su viaje al pasado reciente?”
            Levantó la vista y frente a él, la imagen del hombre maduro, moreno, de rasgos finos, pelo cano y vestir elegante, con un overol de color azul claro, ajustado al cuerpo, le sonreía. Sus ojos azules de mirada profunda e inquisitiva, abarcaban todo.
            — “No hable, doctor, no es necesario, comprendo sus pensamientos y emociones, estoy en su interior, prácticamente podría ser usted…
Llámeme Ix. Como le expliqué anteriormente, soy un científico de Ukron, situado en la galaxia llamada por ustedes, Cygnus, a ochocientos años luz de este planeta, en un Sistema solar similar al suyo, constituido por cuatro astros: Pollon, fixtum, Ukrom, y mandram, y un sol rojo. Ukron  y su satélite  son los únicos  con condiciones para la vida. En el centro de nuestra galaxia, existe un agujero negro que con  su poder gravitatorio ha ido arrastrando a su interior la materia circundante, y desgraciadamente, ese será el fin de nuestro pequeño Sistema Solar. Estamos investigando las posibilidades de vida en otras galaxias.
 Doctor Esteva, ¿Quiere conocer Ukron?”
— Me encantaría, expresó en voz alta Ramón, a una sala vacía animada sutilmente por la música de Corelli, y un vaso de whiskey a medio tomar.
—“Fije sus ojos en los míos, tome mis manos y no las suelte…”
Al obedecer, sintió un pequeño cosquilleo en todo el cuerpo, observó que se iba difuminando, confundiéndose lentamente con la decoración del cuarto, al mismo tiempo que la imagen de Ix; se le aceleró el pulso, la respiración, y finalmente, se desvaneció.

Bienvenido a Ukron, doctor, nos tomamos la libertad de vestirlo con el equipo que le permitirá convivir con nosotros. Está usted en el “Centro del Proyecto Alborada”, que estudia los requisitos y necesidades de emigración a un nuevo mundo. El grupo de científicos ukronianos lo miraban con curiosidad al verlo materializado nuevamente.
  Tras los grandes ventanales de la sala, alcanzó a distinguir edificios gigantescos, e infinidad de vehículos aéreos surcando el espacio. Al salir del Instituto en un aerotransporte, Ix le mostró la ciudad. Las inmensas construcciones parecían hechas de cerámica de suaves líneas, y múltiples diseños, con colores desconocidos que se mezclaban en tonalidades diferentes, conforme transcurría el día.
Al final de la jornada, Ix le señaló que tendría que permanecer varios años en el planeta para estudiar su organismo físico, síquico y, su comportamiento social. Le comunicó que, en el satélite habían establecido una colonia de terrícolas, llegados de la misma forma que él. El astro contaba con recursos naturales extensos. Los colonos estaban obligados a vivir cinco años ahí, formar familia, y desarrollar una vida normal…

Ramón, ¿ya te acabaste tu Whiskey?... la comida está servida, no te tardes porque se enfría.
            Al dar el último trago a su bebida, recordó con extrañeza, las caras sonrientes de una niña de ojos verdes y pelo ensortijado, y de un pequeño, que desnudo, ensayaba sus primeros pasos…
            —Ya voy, querida, sólo apago el reproductor.