URUK
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La
silenciosa nave desplazó su circunferencia haciendo un mapeo del área con el
objeto de encontrar el sitio exacto dónde desapareció, hace siete mil ciclos
solares, la nave del comandante Enki.
En las pantallas, imágenes intraterrenas de la población en
ruinas, a la vera del río Éufrates. Una ciudad grande y próspera en su tiempo,
ahora cobijada por el manto protector de arena y enmarcada por altas murallas.
—Utilicen el
explorador y detecten las construcciones destacadas, busquen vestigios de
elementos que nos indiquen el destino de los tripulantes de la nave, indicó
el oficial a los operadores.
—¡Están
localizados dos edificios con posibilidades de información!, respondió uno de
ellos. Hay en ellos documentos almacenados. “Parece ser la historia de una
civilización que ha pasado más allá de todo recuerdo…”*
—Escanéenlos
por capas, vean si pueden identificar el idioma y descifrar los textos.
Tras un breve lapso, el operario
respondió:
—La ciudad,
es Uruk: sus habitantes, fueron sumerios. El lenguaje que utilizaban semejaba
al de nuestros antepasados remotos. Logramos descifrar algunos textos escritos
en tabletas de barro sobre asuntos personales, de negocios, himnos, plegarias,
encantamientos mágicos, y textos
científicos. También, en los aposentos reales, hallamos dos tabletas: una con
un poema sobre Gilgamesh, un héroe
guerrero y la otra, una misiva.
—¡Léanla!
“Soy el comandante Enki de la nave Aurus, del planeta Niburo, en nuestro
sistema solar. Por una avería descendimos abruptamente en este satélite
hace trescientos ciclos solares. Sobrevivimos mi compañera Ishtar y yo, fuimos
rescatados por los habitantes de los humedales. Desde entonces nos han
considerado dioses, y hemos podido orientar su desarrollo con tecnología
aplicada hasta a alcanzar una cultura superior a la de los pueblos vecinos. Por
ser una entidad próspera codician nuestras riquezas, y nos hostigan
permanentemente. Para defendernos, ha sido necesario armarnos y amurallar la
ciudad.
“Llevamos mucho tiempo luchando. Ahora mismo sufrimos un
asedio que lleva varios meses; la comida y el agua escasean, no aguantaremos
mucho tiempo más…”
—Hasta aquí
llega el mensaje… señor.
—Determinen
la fecha del escrito para establecer las coordenadas, ajusten las
distancias y horarios en el rastreador de isótopos de carbono, para
preparar de inmediato un viaje de reflujo
en el tiempo.
La nave se
posó suavemente en un zigurat. El
ambiente de destrucción y desolación de la ciudad, recrudecido con la fetidez y
la pestilencia de los hedores de los restos calcinados. La tripulación avanzó —salvando
cuerpos de cráneos alongados y caras negras—, para llegar a las
habitaciones reales. A ambos lados de la puerta los guardias asesinados
mantenían en el suelo su actitud defensiva, con lanza en ristre y el alargado casco que cubría
su dolicocefalia. En la recámara, la pareja real yacía sobre el lecho. El
comandante dio la orden de no remover los cadáveres y regresar a la nave.
—¡Hay que volver tres
noches atrás!, instruyo a los instrumentistas.
El vehículo
sobrevoló el palacio, mientras la batalla se gestaba en la parte baja. El capitán
utilizó el transportador iónico que lo ubicó en la cámara real, para entrevistarse
con Ishtar y Enki:
—He venido por
instrucciones del Supremo Gobierno de Niburo, a salvarlos. Aborden el
transportador y partamos.
Las figuras zoomorfas de Enki y su
consorte Ishtar se irguieron con altivez cruzando miradas inquietas, y
manifestando su tensión con el movimiento nervioso de sus bífidas lenguas.
El monarca habló:
—Dé las gracias
de nuestra parte, y hágales saber qué el pueblo de Uruk nos asume como sus
dirigentes y dioses. Y, tal es su devoción que, tratan de parecérsenos en
cuerpo y mente. Por lo tanto, es obligación
y gusto, quedarnos.
¡Moriremos con ellos, y por ellos ¡
*
Arthur C. Clark
** Superposición
de varias terrazas de anchura decreciente
25 de junio de 2018
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