domingo, 9 de septiembre de 2018

Paradoja

Paradoja

          
Algunos libros son probados, otros devorados,
poquísimos masticados y digeridos.
Francis Bacon

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El anciano apoltronado en su mullido sillón, con la lámpara de pie a un lado diseminando el haz amarillento sobre su figura, leía apaciblemente un pesado libro que por la apariencia opaca de las hojas desgastadas, debía de ser muy antiguo. Frente a él en una pequeña mesa, la tasa con chocolate espumoso esparcía su aroma por la gran biblioteca forrada de libros de pared a techo.

            Escuchó el abrir de la puerta, y pequeños pasos acercarse con ligereza:

            Abuelo, ¿qué lees?

            Un viejo libro de filosofía, hija.  

            —Y eso ¿qué es?

            —Es el afán que tiene el hombre de conocerse  a sí mismo, es la búsqueda de la verdad y la sabiduría.

            —Suena muy complicado.

            —No lo es tanto. La filosofía amplía la visión del mundo que te rodea y te da elementos para discernir la razón de tus acciones. Te ayuda a reflexionar sobre quién eres, de dónde vienes, tú razón de ser, y… hacia dónde vas.

            —Sigue siendo complicado, abuelo. La chiquilla tomó la taza, sorbió un poco de chocolate, se limpió con la lengua las comisuras de la boca ribeteadas de oscuro, y levantó la mirada para recorrer con admiración las paredes embadurnadas de libros.

            —¿Haz leído todos?

            —No, hija, una parte, porque algunos sólo son probados. Otros, que mantienen nuestro interés, devorados; y aquellos poquísimos, que constituyen la esencia de los temas que te seducen, masticados y digeridos.

            —Y ¿y ese lo estás masticando…?

            —Sí, y con un poco de chocolate, lo voy a digerir…

            La pequeña vibración comenzó a sentirse en los pies, se acompañaba de un rumor sordo y el ligero crujir de la madera. La nieta volteó hacia el anciano en un cruzar nervioso de miradas, que pronto reflejó el miedo al aumentar el movimiento trepidante en el suelo de la habitación. Las paredes, comenzaron a vomitar libros que se proyectaban en vuelo torpe sobre los muebles.  El crujir de la vieja casona, se generalizó; se dibujaron cuarteaduras con pinceladas abstractas, polvosas nubes irrumpieron por puertas y ventanas cubriendo el recinto de una neblina áspera que ardía al respirarla.

            El abuelo, asustado, gritó:

 —¡Corre a la salida!, ¡al jardín!... ¡yo te alcanzo! Con la agilidad de sus nueve años, salvó los obstáculos que se iban interponiendo, al correr atropelladamente hacia la puerta de entrada. Cuando se refugió entre los grandes árboles, el movimiento había terminado, y junto a la servidumbre, vieron cómo se habían desplomado varias paredes.

            Corrieron a salvar al abuelo. Al entrar al hall que precedía a la biblioteca, sortearon con dificultad columnas caídas, muebles destrozados, escombros, hasta llegar a las pesadas puertas de madera. Rápidamente se hicieron a un lado los obstáculos y penetraron al nebuloso ambiente del lugar, caminaron entre cúmulos de aventura, técnica, historia y sabiduría, hasta descubrir un brazo y fragmentos de una taza con residuos de chocolate, respetados por la vorágine…

10 de septiembre de 2018

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