lunes, 27 de abril de 2020

Amor eterno

Amor eterno

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La conocí en mi adolescencia cuando vi la película West side history (Amor sin barreras) en el cine Centenario, en Coyoacán.
            Llegamos en grupo entusiasmados por los comentarios que nos habían hecho los que la habían visto en cinemas de “primera”. Pagamos el  peso y cincuenta centavos del boleto y nos abastecimos de pepitas y garbanzos (botanas y proyectiles) con “Chemita”, anciano amable de rostro moreno, pequeña altura y cuerpo obeso ceñido con dificultad por una guayabera. Subimos a la parte de galería del cine y comenzamos a presionar al “Cácaro”(proyectista) con zapatazos en la duela para el inicio del filme.
Inició  la película y   también mi emebeleso por María, la protagonista, interpretada por Natalie Wood. Seguí ávidamente su grácil figura en los bailables, viví y sufrí sus angustias, penas y alegrías en la trama. Comencé a interactuar con ella en mi mente, y la ilusión de poseer a la mujer anhelada me llevó a entender que el amor por Tony era un amor hacia mí. La mirada amante de esos bellos ojos negros también era dirigida a mí. Las caricias no eran para Tony, las sentía  con sus pequeñas manos tibias en el rostro; su cabello oscuro rozaba mi cara en cada movimiento alterando mis sentidos,  excitandome.  Cuando cantaron “Una mano, un corazón” (One hand, one heart), le juré amor eterno por interpósita persona: “…De cada sol a cada luna…” y ella me respondió con su sonrosado rostro entre mis manos: “…hasta que la muerte nos separe…”
Y la amé. La veneré a partir de aquel día, construyéndole un altar frente a mi cama con un cartel en que se mostraba bella y sensual. Me incitaba todas las noches a tener desenfrenados y lujuriosos encuentros sexuales en perjuicio de mi ropa de cama. Vi todas sus películas, y en cada una me mimetizaba en sus galanes, y vivíamos aventuras, emociones y pasiones. Vivía para ella en las tardes y la disfrutaba sensualmente por las noches.
Nuestro idilio perduró hasta su extraña muerte al caer de un yate… Ya no pude acompañarla más en su vida artistica, solo en la película continua de mi memoria, y al pasar el tiempo, en los  deslavados  recuerdos  y  sublimaciones.
Le guardé luto riguroso por años cubriendo mis deseos de cinéfilo con un manto de negrura y un dejo de tristeza. Sepulté así, un amor etéreo, una obsesión adolescente de la imagen ideal de mujer.
Por fortuna me liberé de esa carga emocional, del tormento que me persiguió durante años, de la fijación sicótica que atribuló mi juventud y parte de mi madurez.
Ahora, a mi avanzada edad, voy tranquilamente al cine a disfrutar las películas de Angelina Jolie: ¡De la cual estoy perdidamente enamorado y afortunadamente, correspondido! He platicado con ella en todas sus películas, y a veces… raras veces, creo tener sueños lúdicos con ella…  pero no me acuerdo.
26 de abril de 2020

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