lunes, 6 de abril de 2020

Esperanza

Esperanza
Gárgamel

Llegué al Banco tras una larga caminata por las calles arboladas y solitarias de esta ciudad meridional, plena de calor agobiante y humedad ambiental. El desplazamiento cauteloso de los escasos transeúntes con los que me llegué a cruzar, emulaba el andar de los saurios arrastrando su anatomía en un tórrido mediodía: me reí de la analogía, al imaginar a Arturo, mi amigo el banquero, con su gran barriga deslizándose por las calles de la ciudad.
 El ambiente, desolado por el funesto contrataque de la naturaleza a las agresiones humanas: la pandemia, que se ha difundido mundialmente, originando gran mortalidad y  desastre en las economías.
Soy una víctima, mi negocio quebró y por eso, vengo con “el amigo” a solicitar el rescate de mi fuente de trabajo y patrimonio. Estoy frente al edificio intimidante, la madriguera de mi camarada, el saurio. Paso a su oficina y me recibe con una gran sonrisa de la amplia boca, de su rostro mofletudo y ojos amarillentos, saltones tras las gruesas gafas; me expresa el gusto por volverme a ver, parece que soy una presa que escapada anteriormente.
Se para de su escritorio y avanza hacia mi contoneando rítmica y coordinadamente su gran abdomen con las cortas piernas. Me abraza, al parecer está midiendo el tamaño de la porción que va a engullir.
—¿En qué te puedo ayudar, hermano?
—Mi negocio quebró y te vengo a solicitar un crédito.
—¡Qué lástima! El Banco cerró los préstamos. Pero por ser mi amigo, yo te puedo otorgar uno de mi peculio, solo que con un interés del 80% a seis meses, vi las mandíbulas ampliarse; su roja lengua, moverse con ansiedad degustativa y el desbordamiento de saliva por los belfos.
—¡El interés es muy alto!, le comenté con disgusto.
—¡Lo tomas o lo dejas!, dijo cortante. Es un préstamo personal, total, si muero, ya no pagas. Me acababa de engullir, sentí cómo fui triturado por sus mandíbulas y pasado con la lentitud que su metabolismo dictaba, a su abultado sistema digestivo.
—Lo tomo, comenté apesadumbrado y contrito.
Nos despedimos de manos, y estando en la puerta, oí:
—Cof, cof, cof, ¡nos vemos en seis meses!, ¡bendito virus, házmela buena!...
Llegué a mi casa, me desnudé en la puerta, entré sin saludar a nadie, me bañé y desinfecté todo lo que había tocado.
Esperaré que el destino haga su parte…

6 de marzo del 2020




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