Conseguir una diputación, era mi meta. Estaba dispuesto a utilizar cualquier recurso, viniera de
dónde viniera… Y confiaba en la magia de mi Daruma, un poderoso talismán nipón. De
estructura ovoide, una figura humana sin brazos, ni piernas, y ojos carentes de pupila, me
miraba fijamente en su sarcástica nebulosidad. Con la fé puesta en el fetiche, pinté un iris en su
ojo izquierdo, e hice mi petición. Al cumplirse el propósito, debería colorearse la pupila derecha.
Con la esperanza prendida al deseo lo empujaba diariamente y después de un bamboleo,
regresaba a su posición original.
El día de la elección, a la que llevamos acarreados, repartimos despensas, rellenamos
urnas, e hicimos todo para ganar, revisé la repisa y… ¡alarmado!, observé que se había
despintado el ojo del Daruma. Lo empujé con el dedo y… no se reincorporó…
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