jueves, 1 de octubre de 2020

Claroscuro

 Claroscuro
Gárgamel
El ocaso de un día de verano mostraba la dejadez del viejo astro, cansado de coruscar vida en el transcurrir diario; su azafranado fulgor penetraba por  la terraza, coloreándo el marco de madera de  la frágil mampara que protegía la sala. La radiación reptó hacia el centro de la estancia y cubrió paulatinamente el cuerpo en posición de Sukhasana. El anciano meditaba, como lo había hecho la mayor parte de su vida, en los atardeceres del poblado de Kakunodate que vislumbraba a la distancia matizado por un nimbo de ceresos en flor. En el horizonte, los colores se confundían con los reflejos moribundos de aquel sol en agonía. 
    Al sentirse tibiamente acariciado por un gratificante oreo, abrió los ojos y descansó su vista en el avance lento de la luz y las sombras proyectadas en los diferentes objetos de la habitación: “Algunos dirán que la falaz belleza creada por la penumbra no es la belleza auténtica…”*, discurrió el viejo. Sin embargo, concordó con la idea de qué cuando avanza la luz, se producen movimientos fugaces de vida etérea, en la cual “…los orientales creamos belleza, haciendo nacer sombras en lugares que en sí mismos son insignificantes…”*, pensó.
El avance de la luz en la penumbra de la sala y su proyección sobre los objetos lo rebasó; comenzó entonces a imaginar la progresión de ésta a su espalda, la creación fantasiosa de sombras que al deslizarse topaban con los objetos, distorsionando sus figuras. La claridad imaginada llegó a  la mesa esquinera que soportaba la estatuilla del guerrero Honda Tadakatsu, con su famosa espada Nakatsukasa Masamune, en actitud de ataque; su ficción impelió la sombra alargada del arma hasta el retrato de su finada esposa Akira, iluminado aún por los postreros rayos del atardecer. La sombra del acero avanzó hasta situarse justo en el cuello de la mujer amada. La pasión invadió su cuerpo, los músculos se tensaron, y el dolor visceral de odio, angustia y desesperación, volvió a sentirlo como en el momento que había vengado la traición… 
La penumbra, encubrió el amor y el odio que escurrieron por su rostro… como lo han hecho a través de los años.
*Junichiro Tanizaki

30 de septiembre de 2020





No hay comentarios:

Publicar un comentario