miércoles, 13 de septiembre de 2023

Concierto de justicia

 Concierto de justicia

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La imaginación imagina de noche

 aquello que no haya de día.

Ramón Llull


La bruma oscura fría y húmeda, enmarcaba la habitación acobardando al albo haz, qué con timidez se deslizaba en la entreabierta ventana y reptaba sigilosamente por la pared posterior. En el suelo, el escritor, reclinado sobre el muro y abrazando las rodillas, fijaba la vista en el contorno alargado de aquella colorida máscara africana que colgaba en la pared de enfrente, adquirida en su último viaje a Senegal en un bazar de la aldea de Tambacounda. Representaba el rostro de un ser mítico de grandes poderes. Su boca plana, alargada y los párpados abultados semiabiertos, le impresionaban por su frialdad y crudeza.

Estaba angustiado, desesperado y pesimista. Le habían detectado cáncer hepático y metástasis en órganos adyacentes, con pronóstico terminal. Seis meses, dijo el médico…

En ese trance, después de horas de victimización, compilación de recuerdos y análisis de vida, un rumor leve en el interior de su organismo, cómo un quejido lastimero en un principio se fue acrecentando al percutir las paredes internas y desbordar en su garganta en un grito: ¡Permanencia!... ¡trascendencia!... No quería morir, ¡aún no! No había terminado de transmitir sus pensamientos, conceptos, creencias, pasiones, visiones…

           ¡Trascender!, necesitaba trascender y la narrativa era su única manera de hacerlo.

“¡Pensamientos y sentimientos, es lo que vaga en el etéreo, la herencia de la humanidad que ha dejado el lastre físico!”, oyó en su interior. Instintivamente, miró a la máscara, los ojos entreabiertos, de un brillo amarillento, se fijaban en él.

“Tienes poco tiempo de vida física y una necesidad enorme de trascendencia. Te haré un favor con un pago recíproco. Abriré el acervo etéreo del pensamiento universal para alimentarte de las ideas para tú obra, con la condición de que en los relatos describas la historia de sufrimiento y maldad que han sufrido los pueblos africanos…”

Con fervor luminoso la claridad de la tibia mañana desplazó a la oscuridad arrumbándola en las comisuras de las paredes y en su transitar, le dio calor al entumido cuerpo del escritor e iluminó el escritorio dónde permanecía el inconcluso relato.


Septiembre 13 de 20


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