domingo, 24 de junio de 2012

Tribulaciones de una jubilada




Tribulaciones de una jubilada

Jorge Llera Martínez

            Circuló el anuncio del periódico con  plumón rojo y siguió consumiendo su cotidiano cereal de animalitos con atractivos colores  y su café cargado, acompañado del primer cigarro del día. Sirvió leche en un tazón para "Virolo" su gato viejo y bizco. La vida sedentaria que llevaba estaba  plagada de aburrimiento y monotonía desde su jubilación de la Universidad. Por lo que ansiaba hacer algo productivo. Concertó la cita con el doctor Chatebraud, Director de Publicaciones de la Editorial, para la mañana siguiente.
            Se presentó a la entrevista  con el único traje sastre que aún conservaba. Su imagen, reflejada en las paredes de cristal de las oficinas, era  la de una anciana delgada, encorvada, de lentes gruesos, cabello gris ajustado en un chongo por la parte posterior de la cabeza y portando un viejo portafolio negro con sus antecedentes profesionales.
            Después de unos minutos de espera, la secretaria le indicó que el doctor  Chatebraud la recibiría. Lo  saludó de mano y se presentó:
- Soy Leonora Rivera y me gustaría que me tomaran en cuenta para la plaza que promocionaron en el periódico de ayer. Cumplo con los requisitos solicitados, tengo 30 años de experiencia en casas editoriales y soy jubilada de la universidad. Diciendo esto  le entregó un sobre con sus documentos.
            El doctor Chatebaud era un hombre delgado, elegantemente vestido; con aspecto de extranjero por sus ojos azules y el pelo lacio amarillento. Después de revisar los documentos, le dijo:
- Su capacidad para ocupar el puesto está más que demostrada, lo único que la limita es la edad. Estamos contratando personal entre veinticinco y treinta años.
- Creo doctor que ésta no es una competencia atlética, por lo que la edad no debe ser limitante. Aparte, no les va a costar el servicio médico, que ya  tengo con mi jubilación y no van a pagar prestaciones. Lo único que desembolsarán es el pago del  trabajo realizado.
Después de un rato de plática, el doctor aceptó la propuesta, fijaron el precio por cuartilla  y le dio un documento  -en una memoria USB- para revisión, corrección de estilo y preparación para su publicación. Le explicaron las especificaciones técnicas del trabajo y le pidieron que utilizara el procesador de palabras "Word".
            Llegó a su casa con una pequeña preocupación: ...¡No tenía idea de cómo procesar el trabajo! ¡no sabía nada de computación! y el límite era de treinta días para entregar doscientas cuartillas.
            Con la imposibilidad de  tomar un curso rápido de computación y después de meditar en busca de  soluciones, discurrió negociar la ayuda de su nieto Toñito a cambio de la mitad de las utilidades. Le pidió asistencia de tiempo completo, así que durante el trabajo, tendría que vivir con ella.
            Iniciaron inmediatamente. Aprendió a encender la computadora y a trabajar en sus archivos después de varias confrontaciones con Toñito, que le decía "lo fácil que era" y ella...no sabía si ver la pantalla o las teclas que él apretaba. Le requería que estuviera siempre junto a ella para recordarle las configuraciones, la forma de guardar la información o, cualquier situación. Trabajaba hasta altas horas de la noche con el nerviosismo constante de echar a perder el trabajo o la computadora.
            Un día, al apretar accidentalmente una tecla, apareció la pantalla en blanco. Sintió que el cansancio, desesperación e impotencia la abrumaban; sentía una  frustración creciente que, en poco tiempo, se  convirtió en un grito:
- ¡Toño! ¡Toñito! ¡Se me borraron cinco cuartillas! ¡Ven rápido, por favor!
- Abuela, son las dos de la mañana ¿No puedes dejarlo para mañana?
- ¡No, Toñito se me acaba el tiempo!
Adormilado caminó hasta la computadora, abriendo  apenas el ojo izquierdo, dio dos teclazos y volvió a su recámara a dormir.
El día fijado para la entrega llegó, Leonor ojerosa, demacrada y con el pelo suelto -como si retornara de un aquelarre -  entregó el documento terminado.
Tres días después, el doctor Chatebraud le entregó su cheque de pago y otro paquete de documentos en una memoria  USB. Ya para despedirse, le preguntó: ¿No tiene de casualidad alguna compañera jubilada que quisiera trabajar para la Editorial? 

24 de junio de 2012

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