La terapeuta
Jorge Llera Martínez
Debo de
confesar que Lucrecia siempre fue así.
Generalmente, le gustaba preguntar por el estado de salud de los conocidos al
iniciar las pláticas y, si estos cometían la imprudencia de comentar que
sentían algún dolor o que estaban enfermos de algo, inmediatamente comenzaba el
diagnóstico, la receta de un medicamento que le había sido de utilidad a la
vecina o a la prima, la dieta de frutas o legumbres, los ejercicios para
descongestionar pulmones u otros remedios. Siempre tenía una respuesta a la
mano. Si le confesaban que ya habían tomado ese medicamento o tratamiento sin obtener buenos resultados,
recurría a recomendar los tratamientos alternativos y los naturistas. Si sentía
que los interlocutores pretendían cambiar de tema, comentaba lo del brujo y sus
remedios maravillosos. Si no la paraban, la fiesta se convertía en un
consultorio en el que todos hablaban de sus enfermedades, esperando consultas
gratis.
El destino decidió ser
implacable con su familia y …¡Lucrecia ingresó a la Universidad de la Tercera
Edad! complementando ahí todo su acervo médico, esotérico y chamanístico: documentándose en
homeopatía, digitopuntura, reflexología, flores de Bach y auriculopuntura.
También en Programación neurolingüística,
Tanatología y hasta en Pueblos mágicos. En fin, la ciencia, saturó su
ser de conocimientos y habilidades y la
devolvió a una sociedad ávida de su auxilio.
Lucrecia decidió probar
inicialmente sus conocimientos en casa, con familiares y amigos. Tomó tan en
serio su papel que, en poco tiempo, sabia las enfermedades de todo el
vecindario y recetaba a diestra y siniestra.
En la casa, la
convivencia se volvió intolerable. Su espíritu inquisitivo se acrecentaba con
los hijos y el marido. Los asediaba
constantemente y cuando lo hacía, fijaba su mirada escrutadora en las orejas, diciéndoles que en ellas veía su estado de ánimo y con el fin
de mejorarlo, las masajeaba y estrujaba
hasta aumentar la coloración y el calor en ellas. Con pies y manos tenía una
atención similar. Llegó un momento en que en la casa, se cansaron de ser
conejillos de Indias y evitaban en lo posible sentirse enfermos, porque al
menor cambio en el comportamiento, aparecían los brebajes, las gotas, los
chochos, los emplastos o, las cremas.
Como con el tiempo disminuyó
la clientela de familiares y amigos... ¡Pronto se convirtió en veterinaria! y
comenzó el martirio del dócil can de la casa.
Lucrecia se fijaba en todos los movimientos del perro
y ...su hábil ojo diagnóstico, encontró pronto que el animal cojeaba por una
artritis psoriásica; que traía una rinitis crónica que le impedía respirar
bien, que padecía inflamación de los oídos...y otros tantos padeceres.
¡Y cómo no iba a tener
inflamados los oídos el pobre perro, si se la vivía apachurrándolos!
El animal tomó la misma
actitud de nosotros y vivía permanentemente huyendo y escondiéndose. Pero sus
esfuerzos eran inútiles, siempre lo encontraba para darle su medicamento o su
terapia.
Lo que tenía que pasar,
pasó. El perro prefirió conservar su dignidad y
tuvo el valor de abandonar la casa, cogió sus huesos y tomó camino
dejando las comodidades a que estaba acostumbrado.
Nosotros... seguimos
desayunando con flores de Bach y recibiendo sales de Shussler, amén de
estrujones y masajes durante el día.
24 de mayo de 2012
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