domingo, 29 de julio de 2012

Realidades diferentes

 Realidades diferentes


Jorge Llera Martínez


Mientras esperaba el inicio del viaje, leyó en una pared de la cápsula  un cartel con el siguiente  pensamiento de Marcelinus Constanzo, filósofo y promotor del desarrollo de la humanidad:
"Hemos nacido para mirar todo el universo, para celebrarlo. Es sencillamente pura energía deslumbrándonos desde el increíble Cosmos. Tenemos que salir a examinarlo y colonizarlo "
 Su misión era la de encabezar un equipo  de técnicos que tenía como fin colonizar  un apartado lugar del Universo. Inició su viaje y con él... el continuo avance de la colonización

Desde hacía algunos años la humanidad se había volcado a la conquista de ese Cosmos que siempre representó una incógnita, un reto y un anhelo por aprovechar los recursos de  infinidad de nebulosas, galaxias y astros, con el fin de extraer los minerales y energía que necesitaba con urgencia. El  avance de la ciencia y la tecnología, permitían  ahora esa posibilidad.

Las colonias establecidas y las misiones exploradoras tenían graves riesgos que enfrentar, contingencias imprevisibles que habían diezmado a posesiones plenamente establecidas y productivamente  eficientes. Entre otras, fuertes oleadas de energía, que con  violencia extrema y  vientos a velocidades no vistas en la tierra  y altas  temperaturas, arrasaban con construcciones al ras del suelo y con todo tipo de vida.

Con la esperanza fundada en un desarrollo rápido y exponencial, salían  cientos de misiones con diferentes rumbos, sin importar los riesgos que conllevaban esas expediciones. Y es qué, el  hombre no cabía ya en su cáscara de nuez, el arca estaba saturada, hacía agua y  estaba a punto de naufragar. Había depredado su medio ambiente y tenía que emigrar, tenían que encontrar otros lugares dónde vivir.

- Siéntese señora por favor.

- Gracias doctor.

- Le informo que el  resultado de los estudios realizados nos dice qué: el tumor canceroso en el pulmón derecho se ha reducido con la radioterapia, pero siguen habiendo  ramificaciones y metástasis en diferentes órganos que continúan  creciendo. Iniciaremos inmediatamente un tratamiento de Quimioterapia y esperamos  reducirlos  y encapsularlos para extirparlos posteriormente. Aún con la gravedad de la situación, estoy confiado en que derrotáremos a la enfermedad.


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29 de  julio de 2012

sábado, 21 de julio de 2012

La lluvia de julio



La lluvia de julio


En  este mes de julio, la naturaleza inunda la campiña de verdor en el verano. Las flores armonizan el paisaje y tiñen de  azules, naranjas, rojos o amarillos el ambiente, contribuyendo a vestir los añosos árboles.
            Disfrutaba de la acogedora calidez  de la sala, apoltronado en mi viejo y cómodo sillón, observando el recorrido errático de las gotas de lluvia aferrándose al cristal; leía una biografía de personajes históricos, escuchaba  música relajante y tomaba una copa de vino.
            Era indudable que no podría disfrutar mucho tiempo de esa paz y tranquilidad, porque mi  entenado estaba desesperado por salir a su paseo nocturno y sólo estábamos esperando que terminara de llover -bueno, lo esperaba yo, porque él disfrutaba meterse en los charcos y mojarse; era un perro de la raza labrador que disfrutaba de una vida holgada de perro.
            Salimos cuando escampó y se asomaron tímidamente algunas estrellas entre las persistentes nubes. El olor húmedo de la tierra y el vapor que se desprendía del pavimento envolvió nuestro caminar. Ursus, un perro grande, curioso y no muy bien educado, comandaba la exploración a unos diez metros delante de mí.
            La calle, solitaria y mal alumbrada me ocultó en un momento la visión del oscuro animal. Le chiflé varias veces, lo llamé de diferentes formas y finalmente, vociferé su nombre sin obtener respuesta.
            Un apagado ladrido llamó mi atención varios metros adelante. Era una zona de obras hidráulicas del Municipio, cercadas por un listón amarillo que prohibía el paso, pero Ursus ignoró el anuncio. Cuando traspasé el cordón preventivo, vi que el animal estaba nadando en un foso como de cinco metros de diámetro, sin bajadas por ningún lado. ¡Había saltado! Y se divertía nadando en la improvisada piscina.
            Rodeé el socavón buscando alguna hendidura que le permitiera salir, pero no la encontré. Preocupado, me acosté boca abajo sobre el borde del agujero y lo llamé para tratar de levantarlo de su collar -Comenzó nuevamente a llover.
            Lo tomé con ambas manos de su collar y tiré con todas mis fuerzas. Él trató de ayudar apoyándose en la barrosa pared y... ¡Sucedió! Me jaló hacia el foso y caí hasta el fondo. Tenía como medio metro de profundidad. Enfurecido, empapado y lleno de lodo, traté de controlar la situación. El borde superaba la altura de mis brazos extendidos... ¡No podía salir!
            Decidí sacar primero al Ursus: lo Levanté y empuje de las ancas y al mover sus patas para salir, me cubrió todo el rostro de lodo. Después de algunos intentos frustrados lo logramos.
            ¡Él estaba en la calle otra vez! Daba vueltas de gusto alrededor del foso, se  asomaba y ladraba, corría de un lado al otro y volvía a ladrar, tal vez preguntando ¿por qué no salía yo?
            Limpiándome la cara con el agua de la lluvia, comencé a acumular piedras para construir un montículo. Poco a poco fui haciendo la plataforma que me permitiría salir; después de un largo rato y múltiples esfuerzos  lo logré.
            Caminamos a la casa acompañados por la lluvia y el silencio. A mi lado, Ursus como disculpándose, me rozaba con su cuerpo. Ya para llegar, me golpeó con su cola la rodilla y volteando a verme, con la lengua de fuera y sus negros ojos brillando de gusto, pareció decirme ¡Estuvo divertido! ¿No? 



domingo, 15 de julio de 2012

Un cuarto de hospital




Un cuarto de hospital
Jorge Llera Martínez
Desperté y la penumbra cubría el cuarto, aposentándose como propietaria de la oscuridad y  permitiendo como un favor especial - pequeñas filtraciones luminosas a través del quicio de la puerta y de las pesadas cortinas que cubrían la  ventana de lado oriente sobre el  sofá. Era un cuarto pequeño, con un baño del lado izquierdo a tres o cuatro pasos de la cama. Frente a mí, la blanca y aburrida pared que durante el día permanecía hipócritamente sin vida y que al acercarse la noche se alegraba con el paso fugaz de figuras que dialogaban con mi imaginación, transportándome a escenarios fantásticos e intemporales.
   Seguía atado a esa sonda que me alimentaba, me transmitía la tranquilidad artificial que producía el líquido en el cuerpo y  limitaba mis movimientos haciéndome dependiente de la atención del personal. A través de las delgadas paredes de la habitación se oían voces y ruidos metálicos, que se combinaban con el sonido de pisadas en el pasillo exterior.
    Debían ser entre las dos y tres de la madrugada, después de que la enfermera entró para darme el medicamento, que sentí la presencia de alguien conocido, sentado en el borde de la cama. Levanté la mirada y reflejada en la pared vi la tenue figura de mi madre. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al  sentir que sus manos frías acariciaban mi rostro y escuché su dulce voz que me cantaba -como cuando era niño una canción de cuna. Desperté cuando la enfermera cambiaba la botella del suero y el medicamento. Le pregunté ¿si había cubierto el turno de la noche anterior? y después de su asentimiento, ¿si había escuchado ruidos en mi habitación?
- No, Don Pepe, cuando lo dejé ya estaba dormido.
   Desconcertado, pero decidido a averiguar si había sido un sueño o la manifestación de una presencia espiritual, me preparé emocionalmente para solicitar nuevamente la visita de mi madre y afrontar con valentía un diálogo con ella, pues creía que necesitaba comunicarme algo. Con ansia esperé la llegada de la noche.
    La visita del médico por la mañana, desvió algo la obsesión porque transcurriera rápidamente el día. No le presté mucha atención a su elaborado diagnóstico, ni a las observaciones sobre la gravedad de mi enfermedad. Las visitas de familiares y amigos por la tarde, me resultaron molestas y desesperantes, a tal grado que me porté huraño, retraído y cortante para que se fueran pronto.
   Los rayos del sol se ocultaron tras el cortinaje, empujados por la pardidez de la penumbra. Un olor a antiséptico flotaba en el ambiente de los pasillos del hospital y los ruidos rutinarios  de las enfermeras acompasaban el tedio de una noche sin urgencias médicas.
   Expectante aguardé por horas. El cansancio me vencía. Hacia la madrugada, dormitando, sentí la fugaz presencia que, reflejada en la pared, me susurró al oído: hijo mío, dentro de dos días venimos por ti, arregla tus cosas. Sentí que un chicotazo de adrenalina recorría mi cuerpo. Sudando  abundantemente y temblando por la fiebre le solicité a la enfermera un tranquilizante y me pasé la noche ordenando los miles de pensamientos que surcaron mi mente.
   Por la mañana  pedí papel y un bolígrafo y redacté mi testamento. El médico pasó al mediodía para informarme, con una amplia sonrisa que la  enfermedad estaba cediendo.
    Y llegó el segundo día
10  agosto de 2012