El
sonido del silencio
Como
es costumbre desde hace veinte años, desperté a las cinco de la mañana por el bramido ensordecedor
del "Boeing 727" sobre mi
cabeza. Sus vibraciones estimularon todo
mi cuerpo en un molto vivace de
percusiones qué, como estampida de miles de animales, animaron el inicio de mis
actividades. El crujido de las paredes y de los diversos objetos al caer en el
piso de parquet, armonizaron la
sinfonía diaria de mi lujoso
penthouse, ubicado en las inmediaciones del Aeropuerto Central -Qué ajeno
de la realidad estaba al comprar la fabulosa
ganga, que anunciaban así: Viva como
en New York, en un hermoso y amplio Penthouse de lujo y sienta la presencia del
turismo internacional en su propia casa. Aproveché
la oferta y me hice propietario de
mis amplios sesenta metros, adquiriendo con ello también: el conflicto con mis
vecinos por la falta de pago del mantenimiento del edificio, la ocupación
reiterada de mi lugar de estacionamiento y el conocimiento de su vida íntima en
forma por demás discreta y preferentemente a altas horas de la noche, mediante
golpes, gritos y quejidos amorosos que
llegan a través mis sonoras paredes de tablaroca.
En la imprenta, el ruido de las
máquinas acompaña mi labor diaria y arropa mi ser entre la armonía monótona y
constante de los metales y el sonido
sordo del papel al ser impreso. Así qué el silencio es un elemento ausente en mi
vida.
Hace
meses me llamó el gerente a su oficina y
me informó qué, por falta de liquidez, la empresa ya no iba a necesitar de mis
servicios y que por lo tanto estaba despedido.
En un principio, me desconcertó la
situación, pero después de comentarlo con mi esposa, decidimos que ya era
tiempo de gozar nuestra vida de jubilados, ya qué, finalmente, los hijos ya no
dependían de nosotros.
Pusimos a la venta nuestro
penthouse, con la misma argucia con la que me lo vendieron y ¡Cayó el cándido! como a los quince días.
Enseñamos el departamento en la hora en que pasan menos aviones y, con la
emoción de hacerse de su primera propiedad, el comprador firmó el contrato de
inmediato y la liquidó en un mes.
Para celebrar, nos fuimos de
vacaciones a un hotel hacienda, ubicada en
la huasteca, en el que se vivía en la tranquilidad y paz del paraíso
terrenal. Éramos los únicos huéspedes y durante el día se escuchaban únicamente
los trinos de las aves y ocasionalmente las voces de los pocos empleados, que
intentaban no perturbar nuestro angustiante silencio. Por las noches, el sonido
del aire agitando las ramas de los árboles, algún aullido o rugido esporádico y
el zumbido de algunos Moscos burladores de la malla en las ventanas
asediándonos permanentemente.
Tratamos de dormir la primera noche
y no lo conseguimos, nos faltaba motivación. Lo intentamos la segunda... y sólo
lo pudimos hacer por la madrugada. El tercer día teníamos alterados los nervios
y nos regresamos apresuradamente a la ciudad a un hotel cercano al aeropuerto;
dormimos profundamente con la ventana abierta.
Nuestro dilema después de las desastrosas
vacaciones, era conseguir un lugar tranquilo pero ruidoso -nuestro oxímoron
vivencial- y lo buscamos ardua e infructuosamente durante meses, por distintos
lugares del país. Pero al fin la búsqueda ha dado resultado: ¡lo hemos encontrado!
Compramos una hermosa cabaña en las afueras de un pueblo pequeño, en la base de
un cerro, del que cae por la pared cercana a la casa una abundante y ruidosa
cascada que nos permite dormir profundamente a cualquier hora del día o de la
noche.
Mi señora y yo ahora nos comunicamos
por señas o nos escribimos recados.
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