La
lluvia de julio
En este mes de julio, la naturaleza inunda la
campiña de verdor en el verano. Las flores armonizan el paisaje y tiñen de azules, naranjas, rojos o amarillos el
ambiente, contribuyendo a vestir los añosos árboles.
Disfrutaba de la acogedora
calidez de la sala, apoltronado en mi
viejo y cómodo sillón, observando el recorrido errático de las gotas de lluvia
aferrándose al cristal; leía una biografía de personajes históricos, escuchaba música relajante y tomaba una copa de vino.
Era indudable que no podría disfrutar
mucho tiempo de esa paz y tranquilidad, porque mi entenado estaba desesperado por salir a su
paseo nocturno y sólo estábamos esperando que terminara de llover -bueno, lo
esperaba yo, porque él disfrutaba meterse en los charcos y mojarse; era un
perro de la raza labrador que
disfrutaba de una vida holgada de perro.
Salimos cuando escampó y se asomaron
tímidamente algunas estrellas entre las persistentes nubes. El olor húmedo de
la tierra y el vapor que se desprendía del pavimento envolvió nuestro caminar. Ursus, un perro grande, curioso y no muy
bien educado, comandaba la exploración a unos diez metros delante de mí.
La calle, solitaria y mal alumbrada
me ocultó en un momento la visión del oscuro animal. Le chiflé varias veces, lo
llamé de diferentes formas y finalmente, vociferé su nombre sin obtener
respuesta.
Un apagado ladrido llamó mi atención
varios metros adelante. Era una zona de obras hidráulicas del Municipio,
cercadas por un listón amarillo que prohibía el paso, pero Ursus ignoró el anuncio. Cuando traspasé el cordón preventivo, vi
que el animal estaba nadando en un foso como de cinco metros de diámetro, sin
bajadas por ningún lado. ¡Había saltado! Y se divertía nadando en la
improvisada piscina.
Rodeé el socavón buscando alguna
hendidura que le permitiera salir, pero no la encontré. Preocupado, me acosté
boca abajo sobre el borde del agujero y lo llamé para tratar de levantarlo de
su collar -Comenzó nuevamente a llover.
Lo tomé con ambas manos de su collar
y tiré con todas mis fuerzas. Él trató de ayudar apoyándose en la barrosa pared
y... ¡Sucedió! Me jaló hacia el foso y caí hasta el fondo. Tenía como medio
metro de profundidad. Enfurecido, empapado y lleno de lodo, traté de controlar
la situación. El borde superaba la altura de mis brazos extendidos... ¡No podía
salir!
Decidí sacar primero al Ursus: lo Levanté y empuje de las ancas
y al mover sus patas para salir, me cubrió todo el rostro de lodo. Después de
algunos intentos frustrados lo logramos.
¡Él estaba en la calle otra vez! Daba
vueltas de gusto alrededor del foso, se
asomaba y ladraba, corría de un lado al otro y volvía a ladrar, tal vez
preguntando ¿por qué no salía yo?
Limpiándome la cara con el agua de
la lluvia, comencé a acumular piedras para construir un montículo. Poco a poco
fui haciendo la plataforma que me permitiría salir; después de un largo rato y
múltiples esfuerzos lo logré.
Caminamos a la casa acompañados por
la lluvia y el silencio. A mi lado, Ursus
como disculpándose, me rozaba con su cuerpo. Ya para llegar, me golpeó con su
cola la rodilla y volteando a verme, con la lengua de fuera y sus negros ojos
brillando de gusto, pareció decirme ¡Estuvo divertido! ¿No?
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