domingo, 30 de septiembre de 2012

Espejo

Espejo


“Siempre fuiste mi espejo, quiero decir
 que para verme tenía que mirarte”
Julio Cortázar

Llevaban tanto tiempo juntos que sabían lo que la otra parte iba a decir antes de que lo expresara verbalmente. Sus pláticas se conformaban de grandes silencios -un diálogo mudo que arropaba pensamientos e imágenes y que en un metabolismo interior, transformaba en juicios y opiniones. Generalmente Luisa era la transmisora, comenzaba una larga conversación que no concluía por considerarlo innecesario. Esteban la observaba y casi siempre asentía como señal de comprensión.
            Esa mañana, fresca y soleada de fines del verano, decidieron caminar al Banco a renovar una inversión que estaba por concluir. Al llegar, el gerente les informó que ya no los atendería su asesor habitual, porque lo habían cambiado de sucursal, el encargado ahora era el señor Eduardo Arozamena y de inmediato los llevó con él. Luisa lo miró escrutadoramente mientras lo saludaba e inmediatamente impresionó su imagen y sensaciones iniciales al interior. Observó al empleado joven, delgado, con un traje impecable color gris y  corbata contrastante  en tonos rosas, que les atendió con la cortesía y amabilidad que correspondía a unos clientes distinguidos. Su pelo negro, y nariz recta, armonizaban con sus delgadas manos que descansaban lánguidamente sobre el escritorio, destacando  un anillo de jade con una filigrana religiosa en el centro, en el dedo anular de la mano derecha.  La desconfianza momentánea hacia un desconocido que se encargaría ahora de manejar sus ahorros se contraponía con la confianza en la institución y la tranquilidad de Esteban, que con un dejo de aprobación, le sonrió.
            - por el monto que van a invertir, les sugiero éste paquete que les dará versatilidad en movimientos e intereses más elevados. Lo comentaron entre ellos y Esteban acepto la propuesta firmando el contrato.
            Llevaba varios días inquieta por la inversión realizada y con su actitud, le transmitía  ese nerviosismo a Esteban, que hacía lo posible por tranquilizarla. Algo no le cuadraba, sentía  un desasosiego que le impedía estar tranquila.
            Sonó el teléfono varias veces antes de que Esteban tomara la bocina y escuchara el desolador  mensaje: ¡Habían secuestrado a su amada Luisa! Y le daban cinco días para pagar el abultado rescate. ¡Gritó y lloró de desesperación! Abatido y nervioso se derrumbó  en el sillón más cercano y entre un torbellino de emociones estableció las acciones inmediatas a realizar:
            Contrario a las instrucciones recibidas se comunicó con la policía qué, de inmediato, se instaló en su casa y se hizo cargo del caso.
seguramente obtendremos el dinero solicitado...no tendrán problema en retirarlo del banco...Todavía habremos de resolver lo de la entrega -pensó. Y tomando los alimentos, los llevó al cuarto contiguo.
            Sentada en el suelo, recargada contra la pared, con los ojos tapados y las  manos atadas, en una  habitación oscura, le llevaron de comer. El proveedor no emitió ningún sonido, sólo le dejó la comida al lado y le desató las manos. Al hacerlo, la rozó con sus dedos y... ¡ella comprendió que no la iban a dejar con vida!
             La angustia y desesperación le había impedido a Esteban conciliar el sueño. Cansado, recordaba cada momento vivido con su Luisa. Sin embargo, acudía constantemente a su mente el momento de la firma del documento, la imagen se hacía presente y se desvanecía... volvía y... volvía entre otros recuerdos. La idea fija de las manos del funcionario bancario que le prestaba el bolígrafo para que firmara, era recurrente. Al analizar ese pensamiento repetitivo notó el anillo de jade con una figura en filigrana que les había llamado la atención y comprendió que Luisa le mandaba un mensaje. Dio aviso al jefe de detectives y se ordenó el seguimiento y vigilancia del licenciado Arozamena.
            Llamaron para concretar el pago del rescate momentos antes de que la policía entrara abruptamente al interior del departamento, liberando a Luisa y sometiendo altos tres raptores.
            Al esposarlo, notaron que  La filigrana del anillo representaba a la Santa muerte.




miércoles, 19 de septiembre de 2012

Arte abstracto




Arte abstracto
Jorge Llera

Al deambular por el centro de la ciudad me llamó la atención el anuncio de una exposición de arte contemporáneo abstracto en una galería. Entré e inicié mi recorrido tratando de entender el mundo de las ideas convertidas en formas y colores que se presentaban a mi vista. Algunas obras me seducían con sus coloridas caricias y los reflejos de la luz en un arcoiris armónico envolvían mi mirada; otras, me agredían por la colisión de contraste, matices y texturas alterando mi estado anímico. Así, navegando en un mar de diversas propuestas, mis emociones variaban de un cuadro a otro, pasando de la admiración a la náusea, del sarcasmo a la incredulidad.
Cuando observaba un lienzo amarillo con un punto negro en el centro y dos líneas verticales color naranja que lo bordeaban, volteé y vi a un individuo delgado, vestido elegantemente con un saco deportivo azul, bien parecido, de nariz recta y ojos negros enmarcados en la sombra de grandes pestañas que, con modales delicados y voz impostada me dijo:
- ¡¿No es maravilloso?! se llama “Entrada al microcosmos espiritual” y es de la afamada pintora rusa Olga Krushtinova. Es el cuadro más caro de la galería y saldrá a subasta mañana con un precio base de ochocientos mil dólares.
En mi interior me dije: “¿Pagarán esa cantidad por la estupidez que tengo enfrente de mí? No lo puedo creer…Yo podría vivir toda mi vida con ese dinero”. Pero, con aire de conocedor contesté:
- Sí, realmente es una obra con mucha profundidad, destaca por su ambicioso colorido y los contrastes de tonalidades al reflejar la luz en diferentes momentos. Al interiorizárme en el cuadro me he transportado a los confines de lo pequeño, disfrutando de la compañía de protones y neutrones en un borbotón cromático que ilumina el mundo infinitesimal.
-¡Caray! veo que es usted un conocedor de arte abstracto contemporáneo. Pocas personas me han impresionado por sus conocimientos en el tema. Me acerqué a usted porque creo reconocerlo. ¿Estudió la preparatoria en el Colegio Americano?
-sí. Y fijándome en él, lo identifiqué: ¡Rolito, que gusto en verte de nuevo!
- Ahora soy el arquitecto Rodolfo Candiani - enfatizando la distancia económica y cultural entre los dos - y soy el dueño de la galería y ¿tú Chava?
Aprovechando la oportunidad – que pocas veces se le presenta a un proletario – le dije que era ingeniero, pero que desde hace tiempo me dedicaba a la pintura abstracta.
Me invitó a comer a un lugar muy elegante y en la plática insistió en ver mi obra. Quedamos que en una semana le llevaría dos o tres cuadros a su departamento en Polanco. En mi vida había pintado, pero pensé que lo que vi en la galería lo podría imitar fácilmente. De camino a casa, pasé a comprar pinturas, varios lienzos, pinceles, aguarrás y acepté la sugerencias del vendedor sobre la adquisición de algunas espátulas. Me encerré en mi departamento de la Portales a piedra y lodo. Casi sin dormir y comer, terminé tres cuadros en el lapso comprometido.
Me recibió con un beso en la mejilla y una bata de seda guinda estampada con dragones amarillos. No me alteré porque supuse que así se estilaba saludar en el medio cultural.
Admiramos mis obras recostados sobre el diván de la sala y con una copa de vino en las manos. Mientras me decía que podíamos pedir veinte mil pesos por dos de ellas y treinta mil por otra, sentí que una delicada mano se introducía bajo mi camisa y ¡salté hacia atrás desconcertado! Con una sonrisa me indicó "…una cosa por otra". Salí molesto inmediatamente con mis cuadros.
Me llamó en varias ocasiones para invitarme a cenar y me negué pretextando algunos compromisos. La necesidad me motivó a instalar mi obra en el camellón situado frente a mi casa. A la fecha, he vendido dos cuadros, uno en quinientos pesos y otro en doscientos. Estoy pensando que lo mío no es el arte abstracto. Algo tendré que hacer para cambiar mi situación.
- ¿Ya viste Juana que carro tan bonito trae el ingeniero?
- Sí, le ha de estar yendo bien, porque pagó las rentas atrasadas y dice que se va a cambiar a Polanco.

19 de septiembre de 2012

Fe



Fe

Llegaron temprano para el examen de admisión que iniciaría a las diez de la mañana, les dio tiempo de charlar un rato. Ambos venían de la misma preparatoria y habían seleccionado estudiar Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México.
            - ¿Cómo ves nuestras posibilidades de entrar, Pedro? ¿Te preparaste para el examen?
            - Creo que sí, he estudiado la guía durante tres meses y traigo buen promedio; aunque las plazas son pocas, tengo confianza en ser aceptado y ¿Tú?
            Santiago sonrió y pasando su brazo por los hombros de su amigo, estrechándole  afectuosamente le respondió:
            - Sí, le di una leída a la guía y aunque mis calificaciones no son altas, creo no tener problemas para pasar el examen. Tengo un arma secreta... ¡Se llama fe! He estado orando a Santo Tomás de Aquino, santo de los estudiantes y repito con frecuencia durante el día una oración que dice:
            Oh Tomás, fuente de sabiduría, principio de la ciencia y la cultura, intercede ante el Supremo para que dé luz a mi inteligencia y haga que pase mi examen de la UNAM con excelencia. Además,  fui en la mañana al templo y dialogué con él. Durante la conversación, sentí una corriente de aire tibio que me abrazaba y me daba la seguridad de que todo iba a estar bien.
            Los jóvenes se separaron al entrar al recinto dónde se  practicaría la prueba. El lugar, un hormiguero en plena actividad, derramaba estudiantes por sus entradas y concentraba sus humores en un ambiente de tensión y nerviosismo. Todos se dirigían a los lugares establecidos en sus fichas, conducidos por edecanes que también les proporcionaban el cuestionario.
            Ubicado en su asiento y con el cuestionario enfrente de él, Santiago comenzó a leer y analizar las preguntas para encontrar las respuestas acertadas. Con el nerviosismo que producía su desconocimiento y el apremio del tiempo que se consumía velozmente, pensaba con desesperación: Santo Tomás, dirige mi mano a la  opción correcta y te juro que te rezaré más seguido y seré tú más fiel creyente. Cuando sentía que su mano se detenía en una opción, la tachaba porque esa era la respuesta correcta. Tuvo el  tiempo suficiente para levantar la cara y observar a muchos iluminados que como él la levantaban, oteando como perros de la pradera el horizonte.
Terminó el examen entre los primeros y satisfecho por el esfuerzo realizado  con ayuda divina, se dirigió al billar cercano a su barrio a realizar actividades más satisfactorias.
            Dos semanas después se publicaron los resultados. En la cafetería frente a la iglesia, desayunó y esperó hasta terminar con su bebida para corroborar la  aceptación y  fecha de inscripción. Buscó en un listado interminable su nombre y clave.
            Pagó, cruzó la calle y entró en el templo. Se dirigió hacia el lugar dónde se encontraba su santo y encarándolo, con lagrimas en sus ojos, le reclamó:
            ¡Traidor, me haz convertido en un nini… !