Fe
Llegaron
temprano para el examen de admisión que iniciaría a las diez de la mañana, les
dio tiempo de charlar un rato. Ambos venían de la misma preparatoria y habían
seleccionado estudiar Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México.
- ¿Cómo ves nuestras posibilidades
de entrar, Pedro? ¿Te preparaste para el examen?
- Creo que sí, he estudiado la guía
durante tres meses y traigo buen promedio; aunque las plazas son pocas, tengo
confianza en ser aceptado y ¿Tú?
Santiago sonrió y pasando su brazo
por los hombros de su amigo, estrechándole
afectuosamente le respondió:
- Sí, le di una leída a la guía y
aunque mis calificaciones no son altas, creo no tener problemas para pasar el
examen. Tengo un arma secreta... ¡Se llama fe! He estado orando a Santo Tomás
de Aquino, santo de los estudiantes y repito con frecuencia durante el día una
oración que dice:
Oh Tomás, fuente de sabiduría, principio de
la ciencia y la cultura, intercede ante el Supremo para que dé luz a mi
inteligencia y haga que pase mi examen de la UNAM con excelencia.
Además, fui en la mañana al templo y
dialogué con él. Durante la conversación, sentí una corriente de aire tibio que
me abrazaba y me daba la seguridad de que todo iba a estar bien.
Los jóvenes se separaron al entrar
al recinto dónde se practicaría la
prueba. El lugar, un hormiguero en plena actividad, derramaba estudiantes por
sus entradas y concentraba sus humores en un ambiente de tensión y nerviosismo.
Todos se dirigían a los lugares establecidos en sus fichas, conducidos por
edecanes que también les proporcionaban el cuestionario.
Ubicado en su asiento y con el
cuestionario enfrente de él, Santiago comenzó a leer y analizar las preguntas
para encontrar las respuestas acertadas. Con el nerviosismo que producía su
desconocimiento y el apremio del tiempo que se consumía velozmente, pensaba con
desesperación: Santo Tomás, dirige mi
mano a la opción correcta y te juro que
te rezaré más seguido y seré tú más fiel creyente. Cuando sentía que su
mano se detenía en una opción, la tachaba porque esa era la respuesta correcta.
Tuvo el tiempo suficiente para levantar
la cara y observar a muchos iluminados
que como él la levantaban, oteando como perros de la pradera el horizonte.
Terminó
el examen entre los primeros y satisfecho por el esfuerzo realizado con ayuda divina, se dirigió al billar
cercano a su barrio a realizar actividades más satisfactorias.
Dos semanas después se publicaron
los resultados. En la cafetería frente a la iglesia, desayunó y esperó hasta
terminar con su bebida para corroborar la
aceptación y fecha de
inscripción. Buscó en un listado interminable su nombre y clave.
Pagó, cruzó la calle y entró en el
templo. Se dirigió hacia el lugar dónde se encontraba su santo y encarándolo,
con lagrimas en sus ojos, le reclamó:
¡Traidor, me haz convertido en un
nini… !
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