miércoles, 19 de septiembre de 2012

Fe



Fe

Llegaron temprano para el examen de admisión que iniciaría a las diez de la mañana, les dio tiempo de charlar un rato. Ambos venían de la misma preparatoria y habían seleccionado estudiar Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México.
            - ¿Cómo ves nuestras posibilidades de entrar, Pedro? ¿Te preparaste para el examen?
            - Creo que sí, he estudiado la guía durante tres meses y traigo buen promedio; aunque las plazas son pocas, tengo confianza en ser aceptado y ¿Tú?
            Santiago sonrió y pasando su brazo por los hombros de su amigo, estrechándole  afectuosamente le respondió:
            - Sí, le di una leída a la guía y aunque mis calificaciones no son altas, creo no tener problemas para pasar el examen. Tengo un arma secreta... ¡Se llama fe! He estado orando a Santo Tomás de Aquino, santo de los estudiantes y repito con frecuencia durante el día una oración que dice:
            Oh Tomás, fuente de sabiduría, principio de la ciencia y la cultura, intercede ante el Supremo para que dé luz a mi inteligencia y haga que pase mi examen de la UNAM con excelencia. Además,  fui en la mañana al templo y dialogué con él. Durante la conversación, sentí una corriente de aire tibio que me abrazaba y me daba la seguridad de que todo iba a estar bien.
            Los jóvenes se separaron al entrar al recinto dónde se  practicaría la prueba. El lugar, un hormiguero en plena actividad, derramaba estudiantes por sus entradas y concentraba sus humores en un ambiente de tensión y nerviosismo. Todos se dirigían a los lugares establecidos en sus fichas, conducidos por edecanes que también les proporcionaban el cuestionario.
            Ubicado en su asiento y con el cuestionario enfrente de él, Santiago comenzó a leer y analizar las preguntas para encontrar las respuestas acertadas. Con el nerviosismo que producía su desconocimiento y el apremio del tiempo que se consumía velozmente, pensaba con desesperación: Santo Tomás, dirige mi mano a la  opción correcta y te juro que te rezaré más seguido y seré tú más fiel creyente. Cuando sentía que su mano se detenía en una opción, la tachaba porque esa era la respuesta correcta. Tuvo el  tiempo suficiente para levantar la cara y observar a muchos iluminados que como él la levantaban, oteando como perros de la pradera el horizonte.
Terminó el examen entre los primeros y satisfecho por el esfuerzo realizado  con ayuda divina, se dirigió al billar cercano a su barrio a realizar actividades más satisfactorias.
            Dos semanas después se publicaron los resultados. En la cafetería frente a la iglesia, desayunó y esperó hasta terminar con su bebida para corroborar la  aceptación y  fecha de inscripción. Buscó en un listado interminable su nombre y clave.
            Pagó, cruzó la calle y entró en el templo. Se dirigió hacia el lugar dónde se encontraba su santo y encarándolo, con lagrimas en sus ojos, le reclamó:
            ¡Traidor, me haz convertido en un nini… !



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