Espejo
“Siempre fuiste mi espejo, quiero
decir
que para verme tenía que mirarte”
Julio Cortázar
Llevaban tanto tiempo juntos que
sabían lo que la otra parte iba a decir antes de que lo expresara verbalmente.
Sus pláticas se conformaban de grandes silencios -un diálogo mudo que arropaba
pensamientos e imágenes y que en un metabolismo interior, transformaba en juicios
y opiniones. Generalmente Luisa era la transmisora, comenzaba una larga
conversación que no concluía por considerarlo innecesario. Esteban la observaba
y casi siempre asentía como señal de comprensión.
Esa
mañana, fresca y soleada de fines del verano, decidieron caminar al Banco a
renovar una inversión que estaba por concluir. Al llegar, el gerente les
informó que ya no los atendería su asesor habitual, porque lo habían cambiado
de sucursal, el encargado ahora era el señor Eduardo Arozamena y de inmediato
los llevó con él. Luisa lo miró escrutadoramente mientras lo saludaba e
inmediatamente impresionó su imagen y sensaciones iniciales al interior.
Observó al empleado joven, delgado, con un traje impecable color gris y
corbata contrastante en tonos rosas, que les atendió con la cortesía y
amabilidad que correspondía a unos clientes distinguidos. Su pelo negro, y
nariz recta, armonizaban con sus delgadas manos que descansaban lánguidamente
sobre el escritorio, destacando un anillo de jade con una filigrana
religiosa en el centro, en el dedo anular de la mano derecha. La
desconfianza momentánea hacia un desconocido que se encargaría ahora de manejar
sus ahorros se contraponía con la confianza en la institución y la tranquilidad
de Esteban, que con un dejo de aprobación, le sonrió.
-
por el monto que van a invertir, les sugiero éste paquete que les dará
versatilidad en movimientos e intereses más elevados. Lo comentaron entre ellos
y Esteban acepto la propuesta firmando el contrato.
Llevaba
varios días inquieta por la inversión realizada y con su actitud, le
transmitía ese nerviosismo a Esteban, que hacía lo posible por
tranquilizarla. Algo no le cuadraba, sentía un desasosiego que le impedía
estar tranquila.
Sonó
el teléfono varias veces antes de que Esteban tomara la bocina y escuchara el
desolador mensaje: ¡Habían secuestrado a su amada Luisa! Y le daban cinco
días para pagar el abultado rescate. ¡Gritó y lloró de desesperación! Abatido y
nervioso se derrumbó en el sillón más cercano y entre un torbellino de
emociones estableció las acciones inmediatas a realizar:
Contrario a las instrucciones recibidas se comunicó con la
policía qué, de inmediato, se instaló en su casa y se hizo cargo del caso.
seguramente obtendremos el dinero solicitado...no tendrán problema en
retirarlo del banco...Todavía habremos de resolver lo de la entrega -pensó. Y tomando los alimentos,
los llevó al cuarto contiguo.
Sentada
en el suelo, recargada contra la pared, con los ojos tapados y las manos
atadas, en una habitación oscura, le llevaron de comer. El proveedor no
emitió ningún sonido, sólo le dejó la comida al lado y le desató las manos. Al
hacerlo, la rozó con sus dedos y... ¡ella comprendió que no la iban a dejar con
vida!
La angustia y desesperación le había impedido a
Esteban conciliar el sueño. Cansado, recordaba cada momento vivido con su
Luisa. Sin embargo, acudía constantemente a su mente el momento de la firma del
documento, la imagen se hacía presente y se desvanecía... volvía y... volvía
entre otros recuerdos. La idea fija de las manos del funcionario bancario que
le prestaba el bolígrafo para que firmara, era recurrente. Al analizar ese
pensamiento repetitivo notó el anillo de jade con una figura en filigrana que
les había llamado la atención y comprendió que Luisa le mandaba un mensaje. Dio
aviso al jefe de detectives y se ordenó el seguimiento y vigilancia del
licenciado Arozamena.
Llamaron
para concretar el pago del rescate momentos antes de que la policía entrara
abruptamente al interior del departamento, liberando a Luisa y sometiendo altos
tres raptores.
Al
esposarlo, notaron que La filigrana del anillo representaba a la Santa muerte.
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