domingo, 31 de marzo de 2013

Sábado de gloria


Sábado de gloria
Jorge Llera
            Se oyó primero el grito: "¡A bañarse que es Semana Santa!" seguido del chorro que  proveniente de una cubeta cayó sobre su anatomía, como una ola  que rompiendo  sobre la  escollera esparce sus racimos de agua en el contorno rocoso. El golpe de la rociada fue acompañado por el impacto de varios proyectiles plásticos, que desparramaron miríadas de humedad, complementando la inundación y contribuyendo a la sensación de derrota de una embarcación en proceso de naufragio.
            Juan se levantó lentamente cuando su sombra terminó de secarse y agradeció el frescor  que interrumpió abruptamente el bochorno que la acompañaba en esa mañana de sábado de gloria. La  superficie reseca de la pedregosa calle, escondió el preciado líquido en sus entrañas, borrando apresuradamente las huellas vaporosas en su cuerpo acalorado.  La batalla generalizada no respetaba edades, sexos, ni colores; mucho menos vestimentas, que en el fragor de la contienda, se iban plegando a sus portadores llorando abundantemente al abrazar sus cuerpos.
            Todos corrían por la calle empapados, chorreando agua de cabeza a pies, con sus armas en los brazos buscando posibles víctimas aún secas. El ardiente sol de mediodía amenizaba el evento, iluminando con destellos iridiscentes el agua de los baldes que en tropel salían de las casas.
            Fue la escasez crónica, permanente y lapidaria, convertida en una burbuja fugaz de abundancia del recurso y de inconsciencia colectiva en su utilización -como el nuevo rico que se apropia vorazmente de lo que siempre ha carecido, saturando su vida de estulticia y vacuidad.
            Era una carcajada colectiva, una alegría sinfín -como sólo puede ser disfrutada por los espíritus sometidos permanentemente a la lucha por la sobrevivencia y mágicamente liberados en un impasse de amor cristiano.
            Entre el bullicio de la gente emergió un leve sonido que se elevó poco a poco hasta alcanzar la estridencia que provoca el miedo y el terror al temido poder represor ampliamente conocido. Gritos de desesperación y carreras desaforadas en busca de escondrijos tardía e inútilmente buscados; empellones por escapar del brazo de la justicia. Todo fue inútil, finalmente, gran parte de los implicados en la contienda fueron capturados y llevados a la delegación acusados de dilapidar un valioso y escaso recurso, que al gobierno le cuesta tanto proporcionar.
            Al abogado defensor de los cincuenta acusados no le fue difícil liberarlos, al demostrar con recibos en la mano que en esa colonia llevan dos años comprando el agua que consumen,  a pipas particulares que los surten semanalmente.
            "Para vivir mejor"...

31 de marzo de 2013

martes, 19 de marzo de 2013

La encomienda



La encomienda

Pólux

Esaú el primer nacido, “salió rubio y todo él velludo
como una pelliza (25:25). Jacob, el segundo, salió
“trabada su mano al calcañar de Esaú: y fue llamado
su nombre Jacob” (25:26) —nombre que significa
 “ agarrar el tobillo” o “suplantar” —indicio de la
 rivalidad que Jacob más adelante engendraría
 con su hermano.
Génesis 32:22-31

Eran dos mentes sinónimas que iniciaron su vida incorporadas a cuerpos análogos. La familia, los amigos y la gente que los rodeaba ignoraron por costumbre su individualidad. Con ropa igual transitaron sus primeros años. Sólo los diferenciaba una etiqueta con sus nombres: "Pedro" y "Pablo" y una  cicatriz en la planta del pie de Pablo que se había hecho al salir de una alberca y resbalar en el riel de una puerta corrediza. Eran espejo de su mentalidad y razón; enlazaban sus pensamientos como su propia cadena genética lo hizo con sus vidas. No requerían de palabras para comunicarse... simplemente actuaban de conformidad.
            En la Universidad la conocieron: una esbelta trigueña de ojos verdes, cabello abundante y largo que resbalaba despreocupadamente acariciando su espalda y ondulando al ritmo firme de su caminar. Los cautivó de inmediato por su carácter alegre, fácil plática y fuerte personalidad. Les encantaba lo colorido de su vestuario y la sonrisa que iluminaba los grisáceos salones y pasillos escolares.
            Fue la primera confrontación seria de sus vidas, el choque de incipientes individualidades que anhelaban desesperadamente configurar destinos separados, romper el entramado de sus historia y tener vida propia.
            Iniciaron el cortejo por separado, conscientes de que ella iba a decidir y ambos respetarían el veredicto. La única certeza era  en aquel momento, que su vida similar había terminado. Comenzaron a actuar  como entes separados.
            Pedro logró enamorar a Natalia y establecer una relación formal que culminó en  matrimonio. Pablo, decepcionado y aún enamorado, se contrató con una empresa brasileña y cambió su residencia a Río de Janeiro.  
            Dos años después Natalia se embarazó. La ilusión de ambos acrecentó el amor; la ternura y los cuidados que él le procuraba, se incrementaron.  
Pedro llegó una tarde muy excitado, diciendo:
            —¡Mi amor, voy a ver a Pablo! Me manda la empresa a Brasil; voy a estar dos semanas en Río de Janeiro. Desde que me lo comunicaron, estoy nervioso... ¡Ya quisiera estar allá!
            Natalia compartió su alegría y pasó varios días buscando los presentes que enviaría, también para ella representaba un afecto muy especial.
           
Lo recibió Pablo con un prolongado abrazo en el que transmitió emociones de una larga separación y el gozo por el reencuentro de una parte de sí mismo. Se quedaron platicando hasta altas horas de la madrugada, actualizando una información que ambos intuían. En las noches de la siguiente semana completaron el rompecabezas de intimidades soterradas de planes, proyectos y objetivos a partir del distanciamiento.
            Disfrutaron de un plácido fin de semana escondidos en un ambiente brumoso, cuya lluvia pertinaz, aire húmedo y frío, acarició con ráfagas gélidas los rostros cubiertos. La cabaña, en la parte más elevada de la serranía de Teresópolis, era un refugio para soledades  en  busca de comunicación; un paisaje boscoso con aroma de pinos, coloridas flores y alfombra de blancas nubes tapizando el horizonte, sólo rasgado eventualmente por la punta de los cerros de mayor altura.
            El retorno, complicado por la sinuosidad de un intrincado camino que abrazaba tenazmente la ladera de la montaña, fue interrumpido en forma abrupta por un deslave de piedras y lodo que como inmensa ola, envolvió y arrastró el vehículo a un profundo barranco.
            Volvió en sí, con la cara cubierta de sangre y salpicada por vidrios incrustados que  laceraban la piel y un dolor agudo en el tórax lo hacía gemir al respirar; volteó a ver a su hermano que vomita sangre en secuencia de movimientos estertóreos; lo abrazó y acercó su cara para tratar de escuchar las palabras que, entrecortadamente, le  transmitió antes de morir.
           
Natalia lo recibió en el aeropuerto con luto en el semblante y el alma; y con la negrura de un  vestido de maternidad que afilaba y endurecía su figura. El beso que se dieron estuvo  cargado de emoción, dramatismo y de la solidaridad propia que ocasiona una pena irreparable. La noche fue pródiga de caricias en la tristeza, de ternura en la comprensión y de la expresión de una fidelidad sin límites. Se abrazaban suavemente con mimos acompasados de pies y manos en un movimiento continuo de amor y deseo, cuando la planta del pie derecho de él rozó su pantorrilla... Súbitamente la sangre del cuerpo de Natalia se escondió en lo profundo de sus entrañas... Volteó la cara hacia la almohada y lloró silenciosamente mientras él la cobijaba entre sus brazos.

27 de mayo de 2014

sábado, 9 de marzo de 2013

Parte aguas





Parte aguas
Jorge Llera
Tobías se despertó con el aroma del café acanelado y la irritación que le producía el humo del fogón; restregó sus ojos…estiró el cuerpo y…lo cobijó con el acostumbrado jorongo de todos los días. Se incorporó a sus cansados huaraches, que aburridos de recorrer tantas veredas y caminos vivían con dignidad la etapa terminal de su vida. Desayunó y se despidió de su madre con un beso. Llenó su morral con  el guaje de agua y las gordas para el almuerzo; se puso el sombrero y salió con la fría mañana a trashumar su futuro. Abrió la puerta del corral y salieron atropelladas y presurosas emitiendo balidos de hambre, a buscar el alimento diario. Recorrieron las tres cuadras de la única calle de Quimixtlán, estampando en la pedregosidad del camino el sonido hueco de la multitud de pezuñas. El aire  de la madrugada le acariciaba el rostro musitándole al oído advertencias dolorosas; pero como de costumbre, bloqueó su percepción a augurios pesimistas cuando vio los suaves rayos de un nuevo día desdoblar lentamente la cubierta de matices azules en la serranía, vistiéndola de amarillos y naranjas. Precedía la caravana un viejo macho cabrío que ostentaba su predominio por la largura de sus barbas grises y el paso decidido que da la experiencia. A un lado del grupo iba el rengo: la escuálida figura evidenciaba su esbelto costillar recubierto apenas con el café parduzco de una piel manchada por los años; su delgada cola acompañaba el movimiento saltarín de su caminar al impulsar su siniestrada extremidad. Sin embargo, esta limitación no entorpecía su vida...sólo la caracterizaba. Del otro lado del rebaño, el Pinto mordía  algunas  corvas de las cabras retrasadas con la finalidad de enderezar su destino; su pequeña estatura le facilitaba el trabajo, aunque le ganaba algunas coces de los animales reprimidos.
Llevaban varias horas transitando entre los cerros ausentes de vida, en los que sólo el estoicismo de algunas cactáceas distraían las tonalidades ocres del paisaje lunar. Las cabras persistían, sin agotar su optimismo en la búsqueda de su escaso alimento, cuando se escuchó el aullido desesperado del rengo, que precedió a la estampida general del rebaño al percibir el murmullo sordo del despertar de la catástrofe que, con su primer estiramiento, iniciaba el movimiento  trepidante de la superficie, el desprendimiento de rocas, el resquebrajamiento del terreno y con ello, aumentaba el rugido ensordecedor de sus miles de demonios en fragorosa desesperación por salir del averno. Despavorido, Tobías trató de correr hacia el valle en un suelo con movimientos violentos y  crujidos estridentes por el roce de las masas pétreas; la superficie, incomprensiblemente variable se estiraba y achicaba a cada paso y Tobías, perseguido por la lluvia de rocas como una jauría en busca de su presa, se veía asediado por todos lados; saltó en el momento en que se abrió la tierra a sus pies, sintiendo como el vacío lo devoraba y la verticalidad perdía su sentido de congruencia en las volteretas de su cuerpo durante la caída. La desesperación por asirse a algo lo hizo manotear en su descenso hasta que, al impactar su cuerpo en la ladera del aterrorizado monte, sintió un Fuerte golpe en las costillas antes de perder la noción de sí mismo.
La humedad caliente recorrió su rostro en pinceladas de fraternidad y cariño, su amigo le demostraba  preocupación. Entreabrió los párpados y distinguió la mirada fija de dos pares de brillantes ojos frente a su cara, enmarcados en la rutilante aura de un ardiente sol de mediodía,  que iluminaba el ambiente con la tranquilidad y paz de un día sin pecados. Dolorido y trastabillante inició el regreso, precedido como de costumbre, por aquel macho cabrío que conocía todos los caminos.
Tras una larga jornada llegaron al caos y la desolación: la orografía trastornada del pueblo,  mostraba cínicamente el resultado de una discrepancia de la naturaleza. Lo que una vez fue vida, desapareció jamada por las entrañas de un monstruo irascible. Sólo quedaban cúmulos de escombros que, como toscas lápidas, velarían permanentemente a la extinguida población.
Lloró amargamente durante horas, como no lo había hecho en sus trece años de existencia y como seguramente no lo volvería hacer en el resto de su vida.
No acudió nadie en auxilio de un pueblo que nunca existió para la burocracia de un gobierno decadente y corrupto, que se ocupaba únicamente del enriquecimiento personal de sus dirigentes. Al tercer día, abatido en la desesperanza de una soledad indeleble y el temor palpitante a lo desconocido, emprendió su futuro con el andar pausado de una madurez precipitada, precedido orgullosamente por el macho cabrío que conocía todos los caminos, su rebaño  y sus dos  fieles e inseparables camaradas.
9 de marzo de 2013