La encomienda
Pólux
Esaú el primer nacido,
“salió rubio y todo él velludo
como una pelliza (25:25).
Jacob, el segundo, salió
“trabada su mano al calcañar
de Esaú: y fue llamado
su nombre Jacob” (25:26)
—nombre que significa
“ agarrar el tobillo” o “suplantar” —indicio
de la
rivalidad que Jacob más adelante engendraría
con su hermano.
Génesis 32:22-31
Eran
dos mentes sinónimas que iniciaron su vida incorporadas a cuerpos análogos. La
familia, los amigos y la gente que los rodeaba ignoraron por costumbre su
individualidad. Con ropa igual transitaron sus primeros años. Sólo los
diferenciaba una etiqueta con sus nombres: "Pedro" y
"Pablo" y una cicatriz en la
planta del pie de Pablo que se había hecho al salir de una alberca y resbalar
en el riel de una puerta corrediza. Eran espejo de su mentalidad y razón;
enlazaban sus pensamientos como su propia cadena genética lo hizo con sus
vidas. No requerían de palabras para comunicarse... simplemente actuaban de
conformidad.
En la Universidad la conocieron: una
esbelta trigueña de ojos verdes, cabello abundante y largo que resbalaba
despreocupadamente acariciando su espalda y ondulando al ritmo firme de su
caminar. Los cautivó de inmediato por su carácter alegre, fácil plática y
fuerte personalidad. Les encantaba lo colorido de su vestuario y la sonrisa que
iluminaba los grisáceos salones y pasillos escolares.
Fue la primera confrontación seria
de sus vidas, el choque de incipientes individualidades que anhelaban
desesperadamente configurar destinos separados, romper el entramado de sus
historia y tener vida propia.
Iniciaron el cortejo por separado,
conscientes de que ella iba a decidir y ambos respetarían el veredicto. La
única certeza era en aquel momento, que
su vida similar había terminado. Comenzaron a actuar como entes separados.
Pedro logró enamorar a Natalia y
establecer una relación formal que culminó en matrimonio. Pablo, decepcionado y aún
enamorado, se contrató con una empresa brasileña y cambió su residencia a Río
de Janeiro.
Dos años después Natalia se
embarazó. La ilusión de ambos acrecentó el amor; la ternura y los cuidados que
él le procuraba, se incrementaron.
Pedro
llegó una tarde muy excitado, diciendo:
—¡Mi amor, voy a ver a Pablo! Me
manda la empresa a Brasil; voy a estar dos semanas en Río de Janeiro. Desde que
me lo comunicaron, estoy nervioso... ¡Ya quisiera estar allá!
Natalia compartió su alegría y pasó
varios días buscando los presentes que enviaría, también para ella representaba
un afecto muy especial.
Lo
recibió Pablo con un prolongado abrazo en el que transmitió emociones de una
larga separación y el gozo por el reencuentro de una parte de sí mismo. Se
quedaron platicando hasta altas horas de la madrugada, actualizando una
información que ambos intuían. En las noches de la siguiente semana completaron
el rompecabezas de intimidades soterradas de planes, proyectos y objetivos a partir
del distanciamiento.
Disfrutaron de un plácido fin de
semana escondidos en un ambiente brumoso, cuya lluvia pertinaz, aire húmedo y
frío, acarició con ráfagas gélidas los rostros cubiertos. La cabaña, en la
parte más elevada de la serranía de Teresópolis, era un refugio para soledades en
busca de comunicación; un paisaje boscoso con aroma de pinos, coloridas
flores y alfombra de blancas nubes tapizando el horizonte, sólo rasgado
eventualmente por la punta de los cerros de mayor altura.
El retorno, complicado por la
sinuosidad de un intrincado camino que abrazaba tenazmente la ladera de la
montaña, fue interrumpido en forma abrupta por un deslave de piedras y lodo que
como inmensa ola, envolvió y arrastró el vehículo a un profundo barranco.
Volvió en sí, con la cara cubierta
de sangre y salpicada por vidrios incrustados que laceraban la piel y un dolor agudo en el tórax
lo hacía gemir al respirar; volteó a ver a su hermano que vomita sangre en
secuencia de movimientos estertóreos; lo abrazó y acercó su cara para tratar de
escuchar las palabras que, entrecortadamente, le transmitió antes de morir.
Natalia
lo recibió en el aeropuerto con luto en el semblante y el alma; y con la
negrura de un vestido de maternidad que
afilaba y endurecía su figura. El beso que se dieron estuvo cargado de emoción, dramatismo y de la
solidaridad propia que ocasiona una pena irreparable. La noche fue pródiga de
caricias en la tristeza, de ternura en la comprensión y de la expresión de una
fidelidad sin límites. Se abrazaban suavemente con mimos acompasados de pies y
manos en un movimiento continuo de amor y deseo, cuando la planta del pie
derecho de él rozó su pantorrilla... Súbitamente la sangre del cuerpo de
Natalia se escondió en lo profundo de sus entrañas... Volteó la cara hacia la
almohada y lloró silenciosamente mientras él la cobijaba entre sus brazos.
27
de mayo de 2014
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