martes, 19 de marzo de 2013

La encomienda



La encomienda

Pólux

Esaú el primer nacido, “salió rubio y todo él velludo
como una pelliza (25:25). Jacob, el segundo, salió
“trabada su mano al calcañar de Esaú: y fue llamado
su nombre Jacob” (25:26) —nombre que significa
 “ agarrar el tobillo” o “suplantar” —indicio de la
 rivalidad que Jacob más adelante engendraría
 con su hermano.
Génesis 32:22-31

Eran dos mentes sinónimas que iniciaron su vida incorporadas a cuerpos análogos. La familia, los amigos y la gente que los rodeaba ignoraron por costumbre su individualidad. Con ropa igual transitaron sus primeros años. Sólo los diferenciaba una etiqueta con sus nombres: "Pedro" y "Pablo" y una  cicatriz en la planta del pie de Pablo que se había hecho al salir de una alberca y resbalar en el riel de una puerta corrediza. Eran espejo de su mentalidad y razón; enlazaban sus pensamientos como su propia cadena genética lo hizo con sus vidas. No requerían de palabras para comunicarse... simplemente actuaban de conformidad.
            En la Universidad la conocieron: una esbelta trigueña de ojos verdes, cabello abundante y largo que resbalaba despreocupadamente acariciando su espalda y ondulando al ritmo firme de su caminar. Los cautivó de inmediato por su carácter alegre, fácil plática y fuerte personalidad. Les encantaba lo colorido de su vestuario y la sonrisa que iluminaba los grisáceos salones y pasillos escolares.
            Fue la primera confrontación seria de sus vidas, el choque de incipientes individualidades que anhelaban desesperadamente configurar destinos separados, romper el entramado de sus historia y tener vida propia.
            Iniciaron el cortejo por separado, conscientes de que ella iba a decidir y ambos respetarían el veredicto. La única certeza era  en aquel momento, que su vida similar había terminado. Comenzaron a actuar  como entes separados.
            Pedro logró enamorar a Natalia y establecer una relación formal que culminó en  matrimonio. Pablo, decepcionado y aún enamorado, se contrató con una empresa brasileña y cambió su residencia a Río de Janeiro.  
            Dos años después Natalia se embarazó. La ilusión de ambos acrecentó el amor; la ternura y los cuidados que él le procuraba, se incrementaron.  
Pedro llegó una tarde muy excitado, diciendo:
            —¡Mi amor, voy a ver a Pablo! Me manda la empresa a Brasil; voy a estar dos semanas en Río de Janeiro. Desde que me lo comunicaron, estoy nervioso... ¡Ya quisiera estar allá!
            Natalia compartió su alegría y pasó varios días buscando los presentes que enviaría, también para ella representaba un afecto muy especial.
           
Lo recibió Pablo con un prolongado abrazo en el que transmitió emociones de una larga separación y el gozo por el reencuentro de una parte de sí mismo. Se quedaron platicando hasta altas horas de la madrugada, actualizando una información que ambos intuían. En las noches de la siguiente semana completaron el rompecabezas de intimidades soterradas de planes, proyectos y objetivos a partir del distanciamiento.
            Disfrutaron de un plácido fin de semana escondidos en un ambiente brumoso, cuya lluvia pertinaz, aire húmedo y frío, acarició con ráfagas gélidas los rostros cubiertos. La cabaña, en la parte más elevada de la serranía de Teresópolis, era un refugio para soledades  en  busca de comunicación; un paisaje boscoso con aroma de pinos, coloridas flores y alfombra de blancas nubes tapizando el horizonte, sólo rasgado eventualmente por la punta de los cerros de mayor altura.
            El retorno, complicado por la sinuosidad de un intrincado camino que abrazaba tenazmente la ladera de la montaña, fue interrumpido en forma abrupta por un deslave de piedras y lodo que como inmensa ola, envolvió y arrastró el vehículo a un profundo barranco.
            Volvió en sí, con la cara cubierta de sangre y salpicada por vidrios incrustados que  laceraban la piel y un dolor agudo en el tórax lo hacía gemir al respirar; volteó a ver a su hermano que vomita sangre en secuencia de movimientos estertóreos; lo abrazó y acercó su cara para tratar de escuchar las palabras que, entrecortadamente, le  transmitió antes de morir.
           
Natalia lo recibió en el aeropuerto con luto en el semblante y el alma; y con la negrura de un  vestido de maternidad que afilaba y endurecía su figura. El beso que se dieron estuvo  cargado de emoción, dramatismo y de la solidaridad propia que ocasiona una pena irreparable. La noche fue pródiga de caricias en la tristeza, de ternura en la comprensión y de la expresión de una fidelidad sin límites. Se abrazaban suavemente con mimos acompasados de pies y manos en un movimiento continuo de amor y deseo, cuando la planta del pie derecho de él rozó su pantorrilla... Súbitamente la sangre del cuerpo de Natalia se escondió en lo profundo de sus entrañas... Volteó la cara hacia la almohada y lloró silenciosamente mientras él la cobijaba entre sus brazos.

27 de mayo de 2014

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