Sábado de gloria
Jorge Llera
Se oyó
primero el grito: "¡A bañarse que es Semana Santa!" seguido del
chorro que proveniente de una cubeta
cayó sobre su anatomía, como una ola que
rompiendo sobre la escollera esparce sus racimos de agua en el
contorno rocoso. El golpe de la rociada fue acompañado por el impacto de varios
proyectiles plásticos, que desparramaron miríadas de humedad, complementando la
inundación y contribuyendo a la sensación de derrota de una embarcación en
proceso de naufragio.
Juan se levantó
lentamente cuando su sombra terminó de secarse y agradeció el frescor que interrumpió abruptamente el bochorno que
la acompañaba en esa mañana de sábado de
gloria. La superficie reseca de la
pedregosa calle, escondió el preciado líquido en sus entrañas, borrando
apresuradamente las huellas vaporosas en su cuerpo acalorado. La batalla generalizada no respetaba edades,
sexos, ni colores; mucho menos vestimentas, que en el fragor de la contienda,
se iban plegando a sus portadores llorando abundantemente al abrazar sus
cuerpos.
Todos
corrían por la calle empapados, chorreando agua de cabeza a pies, con sus armas
en los brazos buscando posibles víctimas aún secas. El ardiente sol de mediodía
amenizaba el evento, iluminando con destellos iridiscentes el agua de los
baldes que en tropel salían de las casas.
Fue la
escasez crónica, permanente y lapidaria, convertida en una burbuja fugaz de
abundancia del recurso y de inconsciencia colectiva en su utilización -como el
nuevo rico que se apropia vorazmente de lo que siempre ha carecido, saturando
su vida de estulticia y vacuidad.
Era una
carcajada colectiva, una alegría sinfín -como sólo puede ser disfrutada por los
espíritus sometidos permanentemente a la lucha por la sobrevivencia y
mágicamente liberados en un impasse de amor cristiano.
Entre el
bullicio de la gente emergió un leve sonido que se elevó poco a poco hasta
alcanzar la estridencia que provoca el miedo y el terror al temido poder
represor ampliamente conocido. Gritos de desesperación y carreras desaforadas
en busca de escondrijos tardía e inútilmente buscados; empellones por escapar
del brazo de la justicia. Todo fue inútil, finalmente, gran parte de los
implicados en la contienda fueron capturados y llevados a la delegación
acusados de dilapidar un valioso y escaso recurso, que al gobierno le cuesta
tanto proporcionar.
Al abogado
defensor de los cincuenta acusados no le fue difícil liberarlos, al demostrar
con recibos en la mano que en esa colonia llevan dos años comprando el agua que
consumen, a pipas particulares que los
surten semanalmente.
"Para vivir mejor"...
31 de marzo de 2013
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