martes, 28 de enero de 2014

Sueño de libertad


Sueño de libertad

Polux

Mas vale tarde que nunca —pensó entre sueños— y venciendo la pesadez, abrió ligeramente los ojos, distinguiendo en forma difusa la habitación desvaídamente iluminada por una luz neón que la penumbra amenazaba someter. Le dolía el cuerpo, en particular no soportaba las punzadas en la cabeza, se repetían constantemente. Al tratar de tocarla y no poder mover el brazo izquierdo, se dio cuenta que lo tenía enyesado. Lo intentó con el derecho y  palpó la venda que la cubría, la comprimió ligeramente y gimió al hacerlo. Le molestaba el roce de su cuerpo con la cama, por las abundantes escoriaciones en espalda y piernas.
            Lejanamente oyó la voz de su madre y la de Dolores, su pareja, platicando entre susurros,  en un escarceo de pugilismo virtual. No se habían percatado de su despertar.
            La madre, en una finta provocadora, que mostraba su destreza en el uso del jab, tratando de culpar a su  rival y en defensa de su único hijo, le manifestó:
            — Desconozco cómo tropezó y cayó desde el balcón del segundo piso, si estaba sobrio. A lo mejor fue consecuencia de algún pleito conyugal, de los que acostumbran. Se me hace tan raro…
            La nuera en una hábil maniobra de defensa, esquivó el golpe dando unos pasos hacia atrás y lanzó un profundo izquierdazo que alcanzó el cuerpo de la contrincante.
            — No, nosotros no peleamos. Tal vez quería escapar de las presiones a las que está sometido en el trabajo o personales, ya ve que su carácter no es muy firme. Parece estar en constante malhumor y casi siempre sucede cuando regresa de visitarla.
            La suegra recibió el golpe en plena cara, trastabilló y recuperando la guardia avanzó haciendo bending —la danza estética del cuerpo alrededor de la violencia de los golpes.
            Era una boxeadora experimentada y efectiva; su capacidad de mover la cintura para esquivar los golpes, la había salvado en muchas ocasiones.
            Y contraatacó con una veloz repetición de dos rectos de izquierda que impactaron en la cara rival:
            — Él y yo no tenemos disgustos, sabe que en mi casa encuentra siempre la comprensión y el cariño del que carece y el corresponde siendo un hijo muy cariñoso. Tal vez le cambie el humor al llegar a su casa.
            La nuera se fue hacia las cuerdas buscando un respiro, se recargó y tomando impulso le asestó un fuerte uppercut que cimbró a la suegra y le aflojó las piernas.
            — No. Siempre está alegre; es una persona dulce y tranquila, se desvive por complacerme. Figúrese, me dio el teléfono celular que usted le regaló para estemos siempre en comunicación. ¿no fue un detalle lindo?
            La suegra respondió girando hacía la izquierda saltando ligeramente sobre la punta de los pies y atacó con un rápido gancho al mentón de la contrincante:
            — Sí, aunque tal vez pensó que así sabría dónde andabas, hay tantas tentaciones en este mundo y el cuerpo es tan frágil…
            La nuera aguantó a pie firme la embestida y lanzó una serie de jabs:
            — Puede ser, no lo había pensado, los prejuicios son consecuencia de lo que vivió…
            La suegra, en la lona, trata de continuar el combate…
            Viendo que la conversación podría llegar a un enfrentamiento real, Antonio decidió darse por despierto. Se quejó más fuerte y oyó de inmediato, el ruido de las sillas al acercarse a la cama.
            — Tony, bebé ¿Cómo te sientes? —dijo la madre.
            — Mi amor, que bueno que  despertaste —alternó Dolores.
            — ¿Cómo quieres que me sienta? me duele todo el cuerpo.
            — Tienes fractura de cráneo, dos costillas rotas y el fémur astillado; además, raspones y moretones por todo el cuerpo —dijo la madre— ¿Cómo se te ocurrió ponerte tan cerca del barandal? Te he dicho que tengas precaución ¿No te cansas de mortificarme?
            —Señora, yo estoy más afligida ¡Imagine lo que sentí cuando se cayó! pensando que  podía haberme quedado sola —expresó alterada.
            “ Se cayó… ¡me aventaste!” —pensó él.
            El dolor en cabeza y cuerpo se hacía más agudo. Antonio les pidió solicitaran a la enfermera un calmante y lo dejaran dormir.
            Una vez solo y con el efecto del tranquilizante, comenzó a revisar la habitación; los rayos de sol del atardecer entraban por la ventana, filtrando por las cortinas haces desparramados que rozaban superficialmente la cama y acariciaban el cuerpo con calidez.
            Relajado por la acción del medicamento, comenzó a oír la música de una canción que le recordaba un fin de semana con su padre en la cabaña del bosque, entre frondosos árboles y el sonido del agua al transcurrir por el riachuelo cercano. Añoró los paseos por el sinuoso camino y los encinos cubriendo la cabaña con una idílica sombra, mientras la brisa fría lamía sus cortezas y llevaba el aroma navideño al olfato;  las pláticas amenas sostenidas frente a la chimenea, en las que desmenuzaban vidas y sentimientos. En esos fines de semana lo conoció más que en toda su vida.
            Antes de quedarse dormido, concluyó que su padre al cruzar imprudentemente la calle y no atender al grito estruendoso de su madre: …¡Antonio detente! Había rechazado la dominación e iniciado su independencia.
            Un sentimiento de placer y una sonrisa acompañó el principio de un sueño de libertad.

28 de enero de 2014


miércoles, 22 de enero de 2014

Percepción

Percepción

Ojo por ojo, y el mundo
terminará  ciego
Mahatma Gahndi

Vivía una noche larga y complicada, su nebulosa existencia se había derrumbado después del desastroso suceso. Escondiendo la invidencia tras la oscuridad de los lentes, la opacidad de sus ojos blancos, sin movimiento, sin viveza, derramaban lágrimas muertas que resbalaban sinuosas por las mejillas, confundidas con la sudoración pastosa del rostro húmedo. La aglomeración en la estrecha oficina de la policía, sofocaba el ambiente haciéndolo claustrofóbico e insoportable. Sentado frente al escritorio del detective rendía nerviosamente la declaración de los hechos ocurridos dos horas antes. El traje de lino blanco colgaba arrugas sobre el cuerpo, y la camisa de finas rayas azules contagiada de humedad, acompañaba su desesperación. Angustiado, movía el sombrero sobre las piernas, comprimiendo entre sus huesudas manos la desazón experimentada; el bastón de mango metálico, descansaba a su lado como el lazarillo permanente de su existencia y defensor de la incapacidad física.
Levantando ligeramente el rostro continuó la narración entrecortada y titubeante:
—...Llegué a la casa, abrí la puerta, y de inmediato sentí inquietud, la sensación de que algo no estaba bien, algo anormal, fuera de lugar, rondaba en el ambiente; subí la escalera distinguiendo ruidos atípicos, avancé sigilosamente presintiendo alguna situación problemática. Conforme me acercaba a la habitación, percibí un olor desconocido, irritante, fuerte, ácido, penetrante, que transmitía miedo y  sufrimiento impregnado de dolor; el ruido sordo de movimientos bruscos sobre la alfombra de la habitación. Localicé con mi bastón la pared y adosado a ella, la recorrí con el tacto hasta encontrar el pomo de la cerradura de la puerta. Escuché fuertes golpes ahogados, como si un objeto pesado golpeara la alfombra, abrí silenciosamente y advertí la presencia de dos personas enfrascadas en una lucha cuerpo a cuerpo. Los gritos de Carmela apagados, supongo por la mano del atacante, y una confusión de humores adrenalíticos y aire enrarecido dentro la habitación ardiente, plena de emociones controvertidas. Me acerqué lentamente situándome por lo que consideré era la espalda del agresor y lo masacré a bastonazos, hasta que sus miembros sin movimiento quedaron flácidos sobre la alfombra. Hice a un lado su voluminoso cuerpo y me aproximé a Carmela hablándole casi a gritos sin obtener respuesta. Junté mi cara a la suya para comprobar que respiraba y al sentir que no lo hacía, le apliqué respiración artificial sin conseguir revivirla. Fue después de esto que tomé el teléfono y los llamé.
            El detective terminó de escribir el reporte, levantó la cara y dijo apaciblemente:
            —Señor Gómez, la vida lo ha puesto en una situación difícil que ha podido sortear a pesar de la invidencia. El maleante lo ha despojado del único apoyo visual que la vida le había proporcionado, espero se recupere pronto de este trance y logre rehacer su vida. Próximamente tendremos los resultados de la autopsia, pero por lo pronto puede ir a casa. ¿Quiere que lo acompañe un patrullero?
            —Se lo agradecería.
           
Abrió la puerta de su departamento, se dirigió al bar y se sirvió una copa de brandy. Caminó hacia la sala y sentado en el sillón, levantó la copa y pronunció en voz alta:
            —¡Se lo merecían!... Cabrones!


sábado, 18 de enero de 2014

Plenilunio

Plenilunio

No existe la libertad, sino la búsqueda de la libertad,
 y esa búsqueda es la que nos hace libres.
Carlos Fuentes (1929-2012)
La mulata atravesaba la villa todas las mañanas caminando por la calle principal, las miradas de los hombres la seguían en sus ondulantes y candentes movimientos, era una visión que alegraba el inicio del día de los comerciantes, que la saludaban con una sonrisa y tocándose el borde del sombrero al verla pasar. Vendía hierbas en el mercado, pócimas y curaciones para todo tipo de males.
            La segregación a la que eran sometidos los indígenas, mestizos y mulatos, la aislaba del trato social común y la hacía ser reservada con los criollos y peninsulares. Eran tiempos peligrosos de la Inquisición y el Santo oficio en ronda permanente sobre las vidas de la población, carroñando sus destinos con el fin de acrecentar riquezas personales en nombre de Dios.
            En el pueblo comenzó a hablarse de ella atribuyéndole un sinnúmero de capacidades: se decía conjuradora de tormentas, predicadora de temblores y eclipses. Se murmuraba de pactos con el maligno, que por las noches se escuchaban ruidos en su choza y veían resplandores saliendo por las ventanas, y en espirales de luz multicolor, se elevaban al cielo; señales que la conseja popular atribuía a ritos satánicos. Soledad, atemperaba las maledicencias asistiendo regularmente a misa y cumpliendo asiduamente con los deberes de buena cristiana.
            Su belleza física y éxito como curandera pronto llamaron la atención del alcalde, quién pretextando fuertes dolores de cabeza la llamó a sus aposentos para un tratamiento. Soledad se presentó y comenzó la curación sahumando hierbas en un anafre frente a él y recorriéndole el cuerpo con un ramillete de flores. A Don Martín, la imaginación lo hacía  sentir el roce de las manos moviéndose por su espalda y cuello; el olor del cuerpo joven en la niebla producida por el fuego, lo incitaba; lo brazos cercándolo con movimientos rítmicos, le hacían sentir una suavidad imperceptible, y la tibia dulzura* de los senos duros comprimiéndose levemente sobre su cuerpo. Era una extraña perturbación enervante y ansiosa que alteraba * sus instintos, provocando una excitación nunca sentida, y la necesidad urgente de poseerla. La mulata jamás lo tocaba directamente, evitaba el contacto íntimo y lo trataba con una respetuosidad distante. El alcalde trató de ganar su confianza y halagarla; hizo todo por cortejarla durante las varias sesiones en que solicitó sus servicios. Soledad lo rechazó desde el primer instante: con sutileza al principio, y cuando el acoso se hizo brutal, huyó apresuradamente, lo que ocasionó la furia del alcalde y la amenaza: ¡Sería de él o de nadie!…
            Los guardias tumbaron la puerta a patadas y la encontraron arrodillada, rezando frente a un crucifijo; le  advirtieron que no se resistiera, no tratara de escapar. La llevaron desfalleciente, vertiendo abundantes lágrimas, a la prisión de San Juan, una vieja fortaleza junto al mar, bajo la acusación de brujería. Los precedía  un sacerdote de la Santa Inquisición con el rosario en las manos y la mirada perdida en el empedrado de la callejuela, musitando oraciones apenas audibles, que suplicaban el arrepentimiento de la apresada para lograr el perdón divino.
            Arrumbada en una mazmorra húmeda y oscura, frente a una pared de piedra pringando salitre, esperaba inútilmente  se hiciera justicia.
            Desde su primera comida identificó al carcelero; era aquel hombre gordo que había acudido a ella por dolores en las coyunturas. Vivía atormentado permanentemente, le afectaba la humedad en los huesos y articulaciones. Por su trabajo, tenía que soportarla todos los días.
            Por la mañana, entraron a su celda el procurador fiscal y los teólogos calificadores para informarle que había sido declarada culpable de ser hechicera y tener pacto con el diablo. La sentenciaban a morir quemada en leña verde en un plazo de diez días.
            Cuando se retiraron, le sobrevino una amenazante abrumadora quietud* que la orilló a permanecer acurrucada en un rincón, con la cabeza entre las piernas durante horas. Después, se levantó y llamó al guardia golpeando con su pocillo los barrotes de metal. Arrastrando los pies, el carcelero se acercó:
            —Te conozco, sé que estás muy enfermo, has venido a mí anteriormente y te he tratado. Creo que puedo curarte en estos días que me quedan de vida, puedo restablecer tu salud si confías en lo que hago. Te lo propongo como una forma de expiación de mi alma, una manera de congraciarme con Dios.
            El dolor lo laceraba, lo atormentaba todo el día, así que la propuesta fue recibida con beneplácito. Soledad le pidió una serie de hierbas y aceites, un sahumerio con carbón y unas pinturas. Al día siguiente, el guardia se introdujo en el calabozo, lo cerró por dentro con llave, e inició el tratamiento. Su salud  mejoraba día con día, y el trato mutuo también. Con los tintes, Soledad fue pintando un barco con el velamen desplegado dirigiéndose hacia una gran luna en el horizonte. Al ser cuestionada por el guardia, le dijo que cuando estuviera acabado el barco, su tratamiento terminaría y él estaría curado. 
            Faltando un día para que la sentencia se cumpliera, Soledad se confesó y después de quedarse sola, admiró por un momento su pintura casi terminada, llamó al guardia, mezcló las hierbas en el sahumerio y comenzó la sesión. Mientras Soledad sobaba las coyunturas con el aceite, el guardia aspiraba las emanaciones que subían en espiral sobre su cuerpo; ella le hablaba pausadamente, disminuyendo con tranquilidad el volumen de su voz, haciendo placentera la terapia, hasta que… Las palabras permanecieron flotando en el aire negro de la noche* y el velero, confundido en el horizonte, fue arropado por los rayos luminosos de una inmensa luna llena.
            Los alguaciles al ir por la prisionera en las primeras horas del día, encontraron al carcelero durmiendo en la celda que custodiaba. 
*Frases de José Revueltas

domingo, 12 de enero de 2014

Un viaje interior

Un viaje interior

Jorge Llera

"...y en reconocimiento a su ardua, eficiente y justa labor de Magistrado, durante treinta años, enalteciendo los cargos ocupados con una irreprochable ética de servicio, el Gobierno de la República le confiere la medalla Al Mérito Cívico..."
            Se recargó en el sillón reclinable de su escritorio y  entrelazando las manos  por detrás de la cabeza, rememoró el momento en que el Presidente colgaba de su cuello la presea que lo elevaba sobre todos los jueces del país. Recorrió con la mirada su amplio despacho con numerosos libreros de madera  de caoba adosados a las paredes; la gruesa alfombra beige que cubría la superficie de la oficina; el pesado escritorio, y comprobó que la iluminación y la temperatura eran adecuadas al trabajo intelectual y profundo que él realizaba. Emitió un hondo suspiro de  satisfacción antes de iniciar la lectura de los dictámenes que “Gonzalitos” su secretario, le había dejado en el escritorio.
            Antes de bajar la vista a los documentos, llegaron a su mente pensamientos que lo distrajeron de su intención original.
            Que diferencia con aquel juzgado del pueblo perdido en la geografía de Oaxaca, donde inicié mi trabajo: un cuarto pequeño de mampostería, paredes carcomidas por el salitre, una mesa y dos sillas mostrencas sin color definido, que permanecían en la habitación desde tiempos inmemoriales, esperando ser notadas por alguien, igual que las comunidades indígenas,  solicitando atención y justicia. Ahí aprendí a hacer prevalecer el orden procurando que se respetaran los liderazgos naturales y espirituales que la sabiduría del tiempo había establecido. A no trastocar los valores y costumbres encontrados; no hacer olas en un mar en reposo. Aprendí que la justicia es un arma que regula el poder y conlleva beneficios al que la administra.
            En mi vida personal y de familia he luchado por lo mismo: el respeto a la ética en el comportamiento y a los valores morales. Por eso, no acepté a mi hija Rosenda embarazada, de nuevo en casa, sin haberse casado por la iglesia; ni tampoco le daré el divorcio a Carmen, porque el matrimonio debe ser para toda la vida —hasta que la muerte nos separe— como lo norma la religión que profeso.
            Aprecio mucho el apoyo del arzobispo en estos dos asuntos y creo que mi posición ha repercutido favorablemente en el ámbito eclesial, le enviaré una aportación económica como agradecimiento.”
            Después de leer los laudos dejados por su secretario en el escritorio, el Magistrado lo llamó a acuerdo:
            — “Gonzalitos”, en los dos asuntos de los ejidos contra las empresas mineras canadienses, le diste la razón a los industriales: ¿ya verificaste los depósitos en Suiza?
            — Sí, Magistrado. Los hicieron por la mañana, según lo convenido.
            — Dales trámite.
            — Sí, su señoría.
            Al quedarse solo nuevamente, se recostó sobre su sillón, entrelazó las manos por detrás de su cabeza y pensó:
             “Realmente me merecía la presea por el esfuerzo hecho durante mi vida profesional, mi comportamiento ético y  los beneficios que mis decisiones han originado en las comunidades”


12 de enero de 2014