domingo, 12 de enero de 2014

Un viaje interior

Un viaje interior

Jorge Llera

"...y en reconocimiento a su ardua, eficiente y justa labor de Magistrado, durante treinta años, enalteciendo los cargos ocupados con una irreprochable ética de servicio, el Gobierno de la República le confiere la medalla Al Mérito Cívico..."
            Se recargó en el sillón reclinable de su escritorio y  entrelazando las manos  por detrás de la cabeza, rememoró el momento en que el Presidente colgaba de su cuello la presea que lo elevaba sobre todos los jueces del país. Recorrió con la mirada su amplio despacho con numerosos libreros de madera  de caoba adosados a las paredes; la gruesa alfombra beige que cubría la superficie de la oficina; el pesado escritorio, y comprobó que la iluminación y la temperatura eran adecuadas al trabajo intelectual y profundo que él realizaba. Emitió un hondo suspiro de  satisfacción antes de iniciar la lectura de los dictámenes que “Gonzalitos” su secretario, le había dejado en el escritorio.
            Antes de bajar la vista a los documentos, llegaron a su mente pensamientos que lo distrajeron de su intención original.
            Que diferencia con aquel juzgado del pueblo perdido en la geografía de Oaxaca, donde inicié mi trabajo: un cuarto pequeño de mampostería, paredes carcomidas por el salitre, una mesa y dos sillas mostrencas sin color definido, que permanecían en la habitación desde tiempos inmemoriales, esperando ser notadas por alguien, igual que las comunidades indígenas,  solicitando atención y justicia. Ahí aprendí a hacer prevalecer el orden procurando que se respetaran los liderazgos naturales y espirituales que la sabiduría del tiempo había establecido. A no trastocar los valores y costumbres encontrados; no hacer olas en un mar en reposo. Aprendí que la justicia es un arma que regula el poder y conlleva beneficios al que la administra.
            En mi vida personal y de familia he luchado por lo mismo: el respeto a la ética en el comportamiento y a los valores morales. Por eso, no acepté a mi hija Rosenda embarazada, de nuevo en casa, sin haberse casado por la iglesia; ni tampoco le daré el divorcio a Carmen, porque el matrimonio debe ser para toda la vida —hasta que la muerte nos separe— como lo norma la religión que profeso.
            Aprecio mucho el apoyo del arzobispo en estos dos asuntos y creo que mi posición ha repercutido favorablemente en el ámbito eclesial, le enviaré una aportación económica como agradecimiento.”
            Después de leer los laudos dejados por su secretario en el escritorio, el Magistrado lo llamó a acuerdo:
            — “Gonzalitos”, en los dos asuntos de los ejidos contra las empresas mineras canadienses, le diste la razón a los industriales: ¿ya verificaste los depósitos en Suiza?
            — Sí, Magistrado. Los hicieron por la mañana, según lo convenido.
            — Dales trámite.
            — Sí, su señoría.
            Al quedarse solo nuevamente, se recostó sobre su sillón, entrelazó las manos por detrás de su cabeza y pensó:
             “Realmente me merecía la presea por el esfuerzo hecho durante mi vida profesional, mi comportamiento ético y  los beneficios que mis decisiones han originado en las comunidades”


12 de enero de 2014


                         



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