Un viaje
interior
Jorge Llera
"...y en
reconocimiento a su ardua, eficiente y justa labor de Magistrado, durante
treinta años, enalteciendo los cargos ocupados con una irreprochable ética de
servicio, el Gobierno de la República le confiere la medalla Al Mérito
Cívico..."
Se recargó en el sillón reclinable
de su escritorio y entrelazando las
manos por detrás de la cabeza, rememoró
el momento en que el Presidente colgaba de su cuello la presea que lo elevaba
sobre todos los jueces del país. Recorrió con la mirada su amplio despacho con
numerosos libreros de madera de caoba
adosados a las paredes; la gruesa alfombra beige que cubría la superficie de la
oficina; el pesado escritorio, y comprobó que la iluminación y la temperatura eran
adecuadas al trabajo intelectual y profundo que él realizaba. Emitió un hondo
suspiro de satisfacción antes de iniciar
la lectura de los dictámenes que “Gonzalitos” su secretario, le había dejado en
el escritorio.
Antes de bajar la vista a los
documentos, llegaron a su mente pensamientos que lo distrajeron de su intención
original.
“Que
diferencia con aquel juzgado del pueblo perdido en la geografía de Oaxaca,
donde inicié mi trabajo: un cuarto pequeño de mampostería, paredes carcomidas
por el salitre, una mesa y dos sillas mostrencas sin color definido, que
permanecían en la habitación desde tiempos inmemoriales, esperando ser notadas
por alguien, igual que las comunidades indígenas, solicitando atención y justicia. Ahí aprendí a
hacer prevalecer el orden procurando que se respetaran los liderazgos naturales
y espirituales que la sabiduría del tiempo había establecido. A no trastocar
los valores y costumbres encontrados; no hacer olas en un mar en reposo.
Aprendí que la justicia es un arma que regula el poder y conlleva beneficios al
que la administra.
En mi vida
personal y de familia he luchado por lo mismo: el respeto a la ética en el
comportamiento y a los valores morales. Por eso, no acepté a mi hija Rosenda
embarazada, de nuevo en casa, sin haberse casado por la iglesia; ni tampoco le
daré el divorcio a Carmen, porque el matrimonio debe ser para toda la vida
—hasta que la muerte nos separe— como lo norma la religión que profeso.
Aprecio
mucho el apoyo del arzobispo en estos dos asuntos y creo que mi posición ha repercutido
favorablemente en el ámbito eclesial, le enviaré una aportación económica como
agradecimiento.”
Después de leer los laudos dejados
por su secretario en el escritorio, el Magistrado lo llamó a acuerdo:
— “Gonzalitos”, en los dos asuntos
de los ejidos contra las empresas mineras canadienses, le diste la razón a los
industriales: ¿ya verificaste los depósitos en Suiza?
— Sí, Magistrado. Los hicieron por
la mañana, según lo convenido.
— Dales trámite.
— Sí, su señoría.
Al quedarse solo nuevamente, se
recostó sobre su sillón, entrelazó las manos por detrás de su cabeza y pensó:
“Realmente
me merecía la presea por el esfuerzo hecho durante mi vida profesional, mi
comportamiento ético y los beneficios
que mis decisiones han originado en las comunidades”
12 de enero
de 2014
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