miércoles, 22 de enero de 2014

Percepción

Percepción

Ojo por ojo, y el mundo
terminará  ciego
Mahatma Gahndi

Vivía una noche larga y complicada, su nebulosa existencia se había derrumbado después del desastroso suceso. Escondiendo la invidencia tras la oscuridad de los lentes, la opacidad de sus ojos blancos, sin movimiento, sin viveza, derramaban lágrimas muertas que resbalaban sinuosas por las mejillas, confundidas con la sudoración pastosa del rostro húmedo. La aglomeración en la estrecha oficina de la policía, sofocaba el ambiente haciéndolo claustrofóbico e insoportable. Sentado frente al escritorio del detective rendía nerviosamente la declaración de los hechos ocurridos dos horas antes. El traje de lino blanco colgaba arrugas sobre el cuerpo, y la camisa de finas rayas azules contagiada de humedad, acompañaba su desesperación. Angustiado, movía el sombrero sobre las piernas, comprimiendo entre sus huesudas manos la desazón experimentada; el bastón de mango metálico, descansaba a su lado como el lazarillo permanente de su existencia y defensor de la incapacidad física.
Levantando ligeramente el rostro continuó la narración entrecortada y titubeante:
—...Llegué a la casa, abrí la puerta, y de inmediato sentí inquietud, la sensación de que algo no estaba bien, algo anormal, fuera de lugar, rondaba en el ambiente; subí la escalera distinguiendo ruidos atípicos, avancé sigilosamente presintiendo alguna situación problemática. Conforme me acercaba a la habitación, percibí un olor desconocido, irritante, fuerte, ácido, penetrante, que transmitía miedo y  sufrimiento impregnado de dolor; el ruido sordo de movimientos bruscos sobre la alfombra de la habitación. Localicé con mi bastón la pared y adosado a ella, la recorrí con el tacto hasta encontrar el pomo de la cerradura de la puerta. Escuché fuertes golpes ahogados, como si un objeto pesado golpeara la alfombra, abrí silenciosamente y advertí la presencia de dos personas enfrascadas en una lucha cuerpo a cuerpo. Los gritos de Carmela apagados, supongo por la mano del atacante, y una confusión de humores adrenalíticos y aire enrarecido dentro la habitación ardiente, plena de emociones controvertidas. Me acerqué lentamente situándome por lo que consideré era la espalda del agresor y lo masacré a bastonazos, hasta que sus miembros sin movimiento quedaron flácidos sobre la alfombra. Hice a un lado su voluminoso cuerpo y me aproximé a Carmela hablándole casi a gritos sin obtener respuesta. Junté mi cara a la suya para comprobar que respiraba y al sentir que no lo hacía, le apliqué respiración artificial sin conseguir revivirla. Fue después de esto que tomé el teléfono y los llamé.
            El detective terminó de escribir el reporte, levantó la cara y dijo apaciblemente:
            —Señor Gómez, la vida lo ha puesto en una situación difícil que ha podido sortear a pesar de la invidencia. El maleante lo ha despojado del único apoyo visual que la vida le había proporcionado, espero se recupere pronto de este trance y logre rehacer su vida. Próximamente tendremos los resultados de la autopsia, pero por lo pronto puede ir a casa. ¿Quiere que lo acompañe un patrullero?
            —Se lo agradecería.
           
Abrió la puerta de su departamento, se dirigió al bar y se sirvió una copa de brandy. Caminó hacia la sala y sentado en el sillón, levantó la copa y pronunció en voz alta:
            —¡Se lo merecían!... Cabrones!


No hay comentarios:

Publicar un comentario