Percepción
Ojo por ojo, y el mundo
terminará ciego
Mahatma Gahndi
Vivía
una noche larga y complicada, su nebulosa existencia se había derrumbado
después del desastroso suceso. Escondiendo la invidencia tras la oscuridad de
los lentes, la opacidad de sus ojos blancos, sin movimiento, sin viveza,
derramaban lágrimas muertas que resbalaban sinuosas por las mejillas,
confundidas con la sudoración pastosa del rostro húmedo. La aglomeración en la
estrecha oficina de la policía, sofocaba el ambiente haciéndolo claustrofóbico e
insoportable. Sentado frente al escritorio del detective rendía nerviosamente
la declaración de los hechos ocurridos dos horas antes. El traje de lino blanco
colgaba arrugas sobre el cuerpo, y la camisa de finas rayas azules contagiada
de humedad, acompañaba su desesperación. Angustiado, movía el sombrero sobre
las piernas, comprimiendo entre sus huesudas manos la desazón experimentada; el
bastón de mango metálico, descansaba a su lado como el lazarillo permanente de
su existencia y defensor de la incapacidad física.
Levantando ligeramente el rostro
continuó la narración entrecortada y titubeante:
—...Llegué a la casa, abrí la
puerta, y de inmediato sentí inquietud, la sensación de que algo no estaba
bien, algo anormal, fuera de lugar, rondaba en el ambiente; subí la escalera
distinguiendo ruidos atípicos, avancé sigilosamente presintiendo alguna
situación problemática. Conforme me acercaba a la habitación, percibí un olor
desconocido, irritante, fuerte, ácido, penetrante, que transmitía miedo y sufrimiento impregnado de dolor; el ruido
sordo de movimientos bruscos sobre la alfombra de la habitación. Localicé con
mi bastón la pared y adosado a ella, la recorrí con el tacto hasta encontrar el
pomo de la cerradura de la puerta. Escuché fuertes golpes ahogados, como si un
objeto pesado golpeara la alfombra, abrí silenciosamente y advertí la presencia
de dos personas enfrascadas en una lucha cuerpo a cuerpo. Los gritos de Carmela
apagados, supongo por la mano del atacante, y una confusión de humores adrenalíticos
y aire enrarecido dentro la habitación ardiente, plena de emociones
controvertidas. Me acerqué lentamente situándome por lo que consideré era la
espalda del agresor y lo masacré a bastonazos, hasta que sus miembros sin
movimiento quedaron flácidos sobre la alfombra. Hice a un lado su voluminoso
cuerpo y me aproximé a Carmela hablándole casi a gritos sin obtener respuesta.
Junté mi cara a la suya para comprobar que respiraba y al sentir que no lo
hacía, le apliqué respiración artificial sin conseguir revivirla. Fue después
de esto que tomé el teléfono y los llamé.
El
detective terminó de escribir el reporte, levantó la cara y dijo apaciblemente:
—Señor
Gómez, la vida lo ha puesto en una situación difícil que ha podido sortear a
pesar de la invidencia. El maleante lo ha despojado del único apoyo visual que
la vida le había proporcionado, espero se recupere pronto de este trance y
logre rehacer su vida. Próximamente tendremos los resultados de la autopsia,
pero por lo pronto puede ir a casa. ¿Quiere que lo acompañe un patrullero?
—Se
lo agradecería.
Abrió la puerta de su departamento, se dirigió
al bar y se sirvió una copa de brandy. Caminó hacia la sala y sentado en el
sillón, levantó la copa y pronunció en voz alta:
—¡Se
lo merecían!... Cabrones!
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