martes, 9 de septiembre de 2014

Augurios

Augurios


La superstición en que fuimos educados conserva su poder
 sobre nosotros aun cuando lleguemos a no creer en ella.
Gotthol Ephrain Lessing


El licenciado Benítez, presidente municipal del pueblo, sintió ligeras cosquillas en la oreja izquierda y se rascó inconscientemente. Al oír un rápido y persistente parpadeo cercano y molesto, despertó. Volteó hacia el buró y encendió la luz de la lámpara. Trató de descubrir la causa, escudriñó en el mobiliario de la habitación, se hincó y observó bajo la cama sin localizar nada, se sentó en el borde del lecho y levantó la vista para revisar las paredes. La encontró cerca de la ventana, una enorme mariposa negra y parda con sus alas extendidas a ambos lados del cuerpo, en medio de ellas dos círculos negros como ojos amenazantes, y un par de antenas velluda que moviéndose lentamente, cual dedos índices, largos, torcidos y amenazantes, que marcan un destino ineludible, un próximo desastre o una muerte cercana. Así se lo habían inculcado desde pequeño y aún lo creía.
las mariposas negras anuncian calamidades —le decía con frecuencia su madre. Fue por una escoba y trató de sacar la polilla al jardín sin lastimarla, porque en el pueblo también se comentaba que estos insectos son los espíritus de los muertos visitándonos para traer mensajes; por esa condición, no pueden ser lastimarlos. Abrió la ventana y con cuidado la empujó hacia el jardín. El lepidóptero voló erráticamente en dirección a la luz de una luna enorme, parcialmente escondida por las ramas de los árboles, incorporándose al transitar de un sinfín de insectos. Somnoliento apagó la lámpara, e intentó dormir. Nuevamente sintió el aleteo cercano a la cara. Alumbró la habitación y descubrió más ojos amenazantes pronosticándole desastres. No durmió el resto de la noche tratando de expulsar los insectos de la casa.
            Llegó a la oficina somnoliento, con los ojos semicerrados, abotagado y con dolor de cabeza. Se extrañó de que Antunes y Martínez, anduvieran igual. Observó con mayor atención y se dio cuenta de que varios empleados de la oficina parecían desvelados y cansados. Platicando con ellos, se enteró de que habían tenido extrañamente las mismas dificultades. Citó a una reunión de Cabildo en la que concluyeron que era una plaga como la de 1807, que originó desmanes y muertes en el pueblo. No podían combatirla porque destruirían el medio por el cual los espíritus estaban tratando de comunicar su mensaje. Tendrían que esperar a que el destino cumpliera su cometido. Sólo se recomendó a los pobladores que por las noches se encerraran, para no ser los destinatarios de las misivas de muerte.
            El cura del pueblo, en su homilía dominical, aventuró que la forma de vida de algunos habitantes había desatado la ira divina y con ella la plaga; el Creador mandaba una amenaza, un aviso, advertencia que deberían tomar en serio; conminó a los creyentes a efectuar actos de constricción y arrepentimiento. Realizó  procesiones y misas todos los días.
            Los grupos religiosos, atentos a los mensajes del Creador se dieron a la tarea de detectar a las ovejas descarriadas, a los vecinos cuyas vidas licenciosas habían ofendido a Dios. Las brigadas comenzaron la destrucción de lugares pecaminosos; como consecuencia  se inició el caos, el saqueo de almacenes para abastecerse de alimentos, acumulando víveres para sobrevivir a la plaga, encerrados en sus casas.
            Murmuraba la gente en la iglesia que por las noches se escuchaban los mensajes de las mariposas  transmitidos a través del pensamiento: las acusaciones formales contra vecinos de vida pervertida, ateos y practicantes de dogmas ajenos a la religión verdadera. Comenzaron las detenciones y los juicios populares desatándose el odio y la violencia…
            Las mariposa negras, portadoras de mensajes de destrucción y muerte, acertaron en sus augurios… hoy, el pueblo está abandonado.


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