La caja de cristal
En la vida, no hay ganancia que
no
vaya acompañada de una pérdida.
Antonio Graf
La
encontraron muerta por la mañana al llevarle el desayuno a la cama; con la
sonrisa a flor de boca, como ella acostumbraba a recibir a las personas que la
visitaban. Enfrentó plácidamente el final deseado desde hacía años. Se fue con
la certidumbre de haber exprimido a la existencia hasta la última gota de
felicidad. La frescura que mostraba
recostada en el lecho con su camisón blanco cubriendo el regordete cuerpo, y el
libro sobre su abdomen, del que nunca sabría el final, era la imagen de una
mujer no sorprendida por la muerte. Lo único que distorsionaba aquella visión
eran las gafas fuera de lugar, sostenidas apenas por la nariz recta y los ojos
oscuros de mirada fría, fija e inerte.
Días
antes había llamado a su hija Roxana a la habitación. Cuando ingresó le pidió
que cerrara la puerta porque tenía un asunto importante que platicarle antes de
morir. Hizo que se sentara al borde de la cama y le platicó una increíble
historia.
Le
comentó que en su luna de miel por
Turquía, recorriendo los sitios turísticos de Estambul, llegaron al gran bazar
de Kapali Carsisi. Curioseando en el
área de las artesanías llamó su atención
la parte de objetos usados. En el local ubicado al final de un pasillo poco
frecuentado, distinguió una caja de vidrio octagonal en colores translúcidos
rojo y azul, con arabescos en los bordes. Le gustó tanto que regateó con el
comerciante un buen rato, el precio era elevado por ser un objeto muy antiguo.
La adquirió su marido después de una larga negociación y se la obsequió. Al
instalarse en su casa la colocó sobre el tocador y guardó ahí fotografías del
viaje, pequeños objetos, cartas y tarjetas. No la abría con regularidad, mas
que para meter en ella recuerdos e imágenes.
Una noche estando sola y un
tanto melancólica, tomó el regalo de Estambul para recordar algunas cartas que
le había enviado su esposo. Al comenzar la lectura, experimentó la sensación de
encontrarse en el mismo lugar donde su
marido escribía y sintió las emociones de él mientras redactaba la comunicación:
el amor que imprimía en cada palabra, el malestar por no haber concluido el
negocio del viaje y la angustia por la lejanía de casa. Percibió la soledad de
la habitación escasamente iluminada, el olor rancio de la vetusta construcción
del hotel, la bruma polvosa que por falta de ventilación saturaba el ambiente
decadente y senil del cuarto. Asombrada e incrédula de lo que sucedía, cambió
de objeto para comprobar que vivía lo mismo que el dueño de la prenda
depositada en la caja. Tomó unos pendientes regalados por un enamorado en su
juventud y al tocarlos, comprendió el esfuerzo económico que había representado
su adquisición, la emoción sentida por él cuando se los estaba poniendo y la gran
pasión que inspiraba en su novio en aquel momento. Desde ese día seleccionó lo
que guardaba en la caja de cristal, objetos que representaban hechos
trascendentes, recuerdos impregnados de sentimientos que alteraron su vida
transformándola, motivando pasiones, sensaciones que la incitaron e hicieron
adicta a vivir con intensidad, como una alcohólica tras el trago relajador.
Una
vez concluida la historia, pidió a su hija conservara la caja y le diera buen
uso, sabiendo de antemano que iba a conocer las emociones de quienes recibía
documentos u objetos.
Le
fue entregada a Roxana después de muerta su madre. Decidió probar con lo más
cercano que tenía: las cartas enviadas por sus hijos desde el extranjero. Depositó
en la caja las de Matilde y esperó. Cuando las abrió, rebosaban felicidad por
el amor a sus dos vástagos y al esposo; de ternura y cariño al dirigirse a
ella. No había ambigüedades, las emociones coincidían con la redacción de las
misivas.
El
hijo menor, Antonio, inquieto e inconforme con la vida, de pasiones desbordadas
y voluble carácter, escribía poco. El día anterior, Roxana había recibido una
comunicación de él y aún no la leía. La había dejado en la caja de cristal para
sentir las emociones que le transmitiría la misiva. Después del desayuno la abrió. De
inmediato sintió angustia, el peso abrumador de ese sentimiento le oprimió las
entrañas, una negrura le nubló su ánimo y agitó nerviosamente su ser hasta
hacer el temblor incontrolable. Un sudor frío le recorrió el cuerpo. La letra
irregular y desordenada de él denotaba tensión, y ella la sentía agobiantemente.
La carta comenzaba describiendo el rompimiento de su relación con Angélica y el
abandono del hogar llevándose a sus dos hijos. La pena lo había destrozado y hundido
en el alcoholismo. Perdido el trabajo y a su familia no veía razón para seguir
viviendo. Roxana acusó un dolor profundo que la paralizó y desgarró en su
interior, una opresión le impedía respirar, la desesperación incontrolable
bloqueaba su capacidad de razonar. Enfebrecida leyó el último párrafo…
Intempestivamente, un
fuerte dolor en el tórax se irradió desde el pecho a los brazos, al hombro y
rápidamente hasta el área abdominal,
emitió un grito desgarrador y se desvaneció... de su
mano inerte resbaló la carta en la que su hijo le comunicaba su última decisión
.
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