Némesis
La venganza es el manjar
más sabroso
condimentado en el infierno.
Sir
Walter Scott
Le costó trabajo dormir, pasó la noche
bajo el cobertor escondiéndose de aquella mirada fija y penetrante de ojos
amarillos como de felino que se paseaba por los muros y le infundía temor. Despertó
cuando oyó pasos a su alrededor, el taconeo sobre la duela lo puso en alerta. Inquieto
se levantó e hizo el reconocimiento del cuarto varias veces, incluso se agachó
y miró bajo el lecho; lo hizo repetidamente y... nada. Desconcertado se sentó, y
apoyando la cabeza entre sus manos, se mesó los cabellos.
Como de costumbre, desapareces, te
gusta desesperarme, jugar conmigo, pensó.
¡Levántate,
inútil!, que tienes que ir a trabajar! ¾escuchó dentro de su cerebro.
—¡Deja de dar ordenes!, y desaparece
de mis pensamientos, ¡me tienes harto!, farfulló
No
se discute con Dios, ¡imbécil! Sólo, obedece, retumbó la voz en su
interior.
Llegó a su
trabajo y se enteró de que por el comportamiento irregular y las faltas frecuentes,
había sido despedido. Cobró su liquidación, y sin un plan establecido, abordó
un autobús a la Costa Chica de Guerrero.
Durmió un buen tramo del camino,
pero la voz de Dios lo despertó al
llegar a Ometepec.
¿No
te cansas de hacer estupideces?¿Qué haces acá, en este camión de tercera? Si
quieres hacer algo de valor en tu vida, abalánzate sobre el chofer y dirige el
autobús al precipicio, vas a ver sangre y cuerpos desmembrados, lo disfrutarás.
Quise
alejarme de ti. ¡No te aguanto!, gritó para sí.
—No lo lograrás,
soy tu némesis: el conjunto
de todo lo negativo y opuesto a tu persona, estoy ligado a ti, somos
indivisibles.
Sintió que
los tobillos le quemaban, unas férreas y ardientes manos le aprisionaban los pies, se comenzó a
marear; veía alargar y encoger el autobús; un fuerte dolor de cabeza lo hizo
sollozar y se desvaneció sobre el asiento.
Lo
despertó el chofer al llegar a Xochistlahuaca, última parada de la ruta. Bajó
con hambre y encontró un pequeño restaurante en la calle principal. El dueño
del lugar, le rentó un cuarto de varas, atrás de su choza.
Vagaba
por el pueblo ensimismado, mascullando interjecciones. Sentía las miradas
inquisitivas de los indígenas amuzgos y los cuchicheos, cuando pasaba hablando.
Un día, el dueño del restaurante le preguntó con quién dialogaba y él contestó:
Con Dios.
La noticia se
dispersó como polvo por las calles del pueblo y rancherías de la región.
Comenzó a notar que la gente se acercaba a él con humildad y reverencia, se
persignaban al pasar a su lado y le tocaban la ropa…
Intrigado,
el cura del pueblo quiso platicar con él.
—¿Qué
te dice Dios, hijo mío?
—Que
está muy disgustado con el pueblo por su forma de vida, y si no hay un acto de
redención, lo destruirá como a Sodoma y Gomorra.
El
sacerdote, asustado preguntó:
—Y,
¿cuál acto de redención quiere?
—La
conmemoración real de la Pasión de Cristo, dentro de ocho días. Un sacrificio
que lavará los pecados del pueblo.
—Y,
¿quién quiere morir en la cruz para salvar al pueblo?
—A
eso he venido a este lugar…
Los rayos del sol ardiente laceraban las heridas en
su piel desnuda, provocadas por los latigazos. Sostenía la pesada cruz sobre el
hombro llagado y sangrante. El pueblo entero, precedido por el párroco, cargaba
los santos de la iglesia en andas y seguían la marcha con veneración.
Al
clavar sus manos en el madero emitió un gemido triste, y desmayó al darle
verticalidad a la cruz.
Con
el último asomo de vida, pensó: ¿Némesis? ¿de quién?
¡Despierta,
imbécil! ¿Qué haces sentado en la cama?... ¡Vas a llegar tarde al trabajo!
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