En la penumbra de su habitación se lamentaba del desamor, el perjurio y la hipocresía de aquella mujer. El destino lo había lacerado con las flores negras de la traición, una a una formaron el ramillete de desprecio y agresiones, sufría y lloraba con rencor. Sólo su sombra escuchaba su tragedia y comprendía. ¡No! ¡Lo exacerbaba y le demandaba venganza! No podía aceptar ser menospreciado, ignorado, sustituido por un rival inferior. Tomó su arma, se dirigió a la oficina donde ella trabajaba y frente a sus compañeros, le disparó. No huyó, esperó tranquilamente a las autoridades. Ella no murió, después de un mes, salió del hospital.
Caronte
cantaba al remar: Flores negras del
destino, nos apartan sin piedad, pero el día vendrá en que seas, para mí nomás,
nomás…
22
de febrero de 2015
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