martes, 12 de julio de 2016

El diligente rayo









El Diligente rayo


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En la tarde lluviosa, el tendero correteaba al escuincle que le había robado varias barras de chocolate. Agitado y sudoroso, veía que se alejaba  a pesar del esfuerzo que hacía por alcanzarlo. Se paró, y levantando los brazos al cielo, imploró al Divino: ¡Qué lo parta un rayo! ¡Broooommm!, se escuchó como respuesta inmediata del elíseo y… desde entonces son dos gemelos los que lo roban.



12 de julio de 2016

Papalina

Papalina


Si te emborrachas tienes un problema,
 si además te gusta hablar, ya tienes dos.
Anónimo

El olor  mohoso del bar evidenciaba su ubicación en el sótano de una vieja construcción.  Paredes de piedra daban cobijo a un ambiente de rusticidad y penumbra; varias mesas toscas de madera acompañadas de insulsas sillas, hospedaban a comensales platicando animadamente en un bullicio sordo; el ruido subía o bajaba de intensidad, opacando ocasionalmente la música de de un jazz lento y cadencioso. Se escuchaba en ocasiones el ruido de las copas chocar y algunas carcajadas rebasando el fragor de la atmósfera, cargada de comunicación y humo de cigarrillos.
            Frente a su quinta copa de whisky, y sosteniendo entre los labios un cigarro a medio fumar miraba con ojos turbios a Miguel. Sacudió el cigarro y depositó la ceniza al tiempo que decía:
            ¡Realmente, la amo! Me es imposible olvidarla después de tantos años de tenerla. Aún disfruto el recuerdo de su presencia, de la esbelta y admirable figura, y la frescura infantil de su sonrisa; sigo anhelando acariciar su dorada cabellera, abrir un espacio entre ella y darle un delicado beso en el cuello. Ansío tenerla en mis brazos, besarla  tiernamente mientras la desnudo, meterla a la cama e imbricarnos en un juego lúdico, pleno de pasiones y amor.
            El hablar lento y farfullante denotaba el efecto ejercido por el alcohol. Levantó la copa y brindó con una triste sonrisa enmarcando su rostro, y el escurrir sinuoso de una lágrima solitaria  deslizándose por la mejilla.
            Miguel correspondió al brindis, removiendo su bebida en un giro circular. Le comentó,  tratando de ser amable, Melissa tiene novio. Dijo que no la busques, y le permitas desarrollar su vida con el ser que ama; te agradece el tiempo disfrutado en tú compañía; nunca te olvidará,  y recordará siempre con cariño y amor.
            Ambos callaron, escondiendo sus pensamientos entre los hielos de su bebida. El mesero se acercó y pidieron otra ronda…
           
La mesa sembrada de vasos indicaba una estancia prolongada en el lugar. El bullicio, convertido en esporádicos murmullos y conversaciones aisladas, languidecía de cansancio; la música aburrida, trataba de contagiar a la clientela para que abandonara el establecimiento. Los meseros comenzaron a limpiar las mesas y la luz abrillantó el salón, anunciado el final de la noche.
            Miguel, levantando el brazo y pidió la caminera.
            Las dos figuras, ebrias y tristes, estrecharon sus copas reafirmando la amistad fraternal que los unía. Encorvados sobre la mesa, las llevaron a la boca con movimientos titubeantes y las deglutieron de un sólo trago, salpicando con la brusquedad e imprecisión sus vestimentas.
            Pagaron la cuenta, se levantaron y sosteniéndose mutuamente tomaron sus abrigos,  y trastabillando, se encaminaron a la puerta en un andar zigzagueante y confuso. A punto de salir se tropezaron, y rodaron por el suelo.
Dorothy, despatarrada y con los tacones a la distancia lloró desconsolada, y a gritos exclamó:
            ¡Realmente, la amo!... Me es imposible olvidarla.


viernes, 8 de julio de 2016

Intolerancia

Intolerancia

La tolerancia frente a la intolerancia
 es el peor de todos los crímenes.
 Ni siquiera la intolerancia es tan grave.

Hola, Manuel, ¿me permites entrar?, tu esposa dijo que estabas trabajando desde hace varias horas. Te traje los libros que solicitaste, no fue fácil encontrarlos, visité varias librerías. Pasé por el club de periodistas y me encontré a Ramón el de la revista Época, me enteró de la grilla política y dijo que hace meses que no vas… Sí, ya sé,  no me importa, sólo te comento lo que dijo Ramón.
            ¿Me invitas a sentarme?... jalaré la silla del rincón para estar cerca de ti. Sí, eso quiero… tu amabilidad me conmueve.
             Ramón comentó que tal vez estabas molesto porque en la última reunión presentaste un artículo que no gustó a la mayoría y te llovieron críticas. Bueno… bueno, tal vez no lo entendieron, tienes razón… no te molestes.
            Algo ha de tener contra ti ese Ramón. ¿Es tú amigo?... ¡Ja-ja-ja!, ¿cómo que tus amigos no rebuznan? Tal vez a algunas de tus amistades sólo eso les faltaría. No, no, no digo nombres, porque se ofenderían los burros, Ja-ja-ja. Está bien me callo la boca, que no, el hocico. Te propasaste ¡eh!…
            ¿Qué, qué más dijo?... No tiene caso, hablemos mejor del próximo artículo que vas a presentar. ¿No lo has hecho?, ¿no te ha llegado la inspiración?. Llevas toda la mañana frente al escritorio y ¿no has escrito ni una línea?, bueno eso pasa a veces…
            No insistas, ¿para qué quieres saber qué más dijo Ramón? Bueno, de todos modos creo que lo sabes y no te importa. Dijo que en las reuniones no te sientes a gusto, no tienes muchos amigos, y que tú fatuidad es semejante a la de los pavorreales que extienden su colorido plumaje como medio de defensa y no saben hacer otra cosa que esconderse tras él,  para evitar evidenciar su estulticia. ¡No! No te pongas así, ¡no rompas los papeles!, pueden ser importantes; deja de crispar los puños, te vas a lastimar.
            Ya me voy, trata de calmarte. ¡Sí, ya me voy!, contigo no se puede hablar, te comenta uno algo y reaccionas como energúmeno.  De acuerdo, te tranquilizarás al respirar profundo varias veces. Hazlo. Así, así… está mejor. Y ¿de qué se trataba el artículo qué no les gustó? Bueno, te lo pregunto para cambiar de tema. ¿Cómo qué ya estás sereno?, qué siga contándote. Bueno, si insistes…
            Cuando estábamos en el tema, se acercaron varios camaradas y comenzaron a opinar: Alguno dijo que eras tan formal que lindabas en la intolerancia y en el oficio, se debe ser intolerante con la formalidad. Que te sentías poseedor de la verdad, y subestimabas a los compañeros… No te sonrojes, o aquí le paro. Alguien dijo que eras cuadrado, poco flexible, tal vez por tu educación puritana. ¿Estuviste en un Seminario? o, ¿tú familia era muy religiosa? No… no me importa, realmente. Te lo preguntaba por lo que se comentó. Deja de mover los pies, tranquilízate. ¿Qué, más? Bueno, Sergio, el del Universal, sonriendo opinó qué, tus artículos eran tan malos, que deberías dedicarte a redactar anuncios en la sección del Aviso oportuno, y al oír esto, todos soltaron la carcajada… ¡No, yo no!, ¡Te lo juro!. ¡Calmate!, baja la silla, ¡no la azotes contra los muebles!, los vas a destrozar. ¡Tranquilo, Manuel!... ¡La computadora, no!... ¡Mira lo que has hecho… la destrozaste!
            ¡Señora!, ¡señora!, Manuel está enfurecido, ¡contrólelo!...


lunes, 4 de julio de 2016

Feelings

Feelings




La melancolía es un
recuerdo que se ignora
Gustave Flaubert

El bar lóbrego y pesado sostenía con fragilidad una triste y untuosa música de jazz que se contoneaba  en la penumbra acariciando seductoramente a la clientela, adosada a las espirales del humo  ambiente, y se retorcía de placer envolviéndolas en su ascenso para terminar dispersándose al llegar al techo  absorbidas por los extractores. En el escenario ampliamente iluminado, un cuarteto de músicos antiguos y sudorosos, paseaban con ritmo lento su abandonada vestimenta, enmarcándola en el sonido de un saxofón que ondulante, flirteaba a la concurrencia femenina y contagiaba de voluptuosidad a toda la clientela. Pegados a la boquilla, los labios delgados de Stan Lobitz modulaban la entrada del aire, mientras los dedos de ambas manos jugaban con las válvulas del instrumento, produciendo la deliciosa música convertida en sentimientos y volcada sobre el público, en una manifestación de recuerdos encontrados que marcaban su acontecer .
            Alto y delgado, con el pelo amarillo desbordante en mechones, y sombrero blanco; traje de lino arrugado y una contrastante camisa roja de flores, tocaba encorvado como si quisiera impedir la huida de su instrumento. Las gafas oscuras daban cuerpo a una nariz larga que intentaba dirigir el ritmo de la melodía.
            De joven se caracterizó por su virtuosismo y frialdad  en la interpretación, trabajó en varias bandas y orquestas con cierto éxito, interrumpido cuando tuvo que cumplir su servicio militar. A la batalla llevó como fiel compañero su saxofón. Alegró con él su vida y la de los compañeros del campamento, hasta el nefasto día que en la intrincada selva pisó una Granada de fragmentación.
            La alegría y viveza de su carácter se trocó en pesadumbre, mal humor y depresión al enterarse de su invalidez. No aceptaba visitas, no probaba alimentos, ni hablaba con nadie. Pasaba el día acostado en su cama del hospital sin moverse, como si estuviera en un estado catatónico o anticipando su muerte. Sólo permitía acercarse a Linh (Alma, en Vietnamita) enfermera de su sala y encargada de las curaciones y limpieza. Sus compañeros para reanimarlo, le llevaron su saxofón. No se dio por aludido y tampoco quiso recibirlos.
            Al mes de estar hospitalizado, llegó a verlo el Coronel de su regimiento:
            ¾Sargento Lobitz, le informo que en una semana lo trasladaremos a un hospital de la Armada en los Estados Unidos y después de algunos días en los que le practicarán análisis, se le pensionará con honores.
            El Coronel no obtuvo ninguna respuesta. Lobitz permaneció impasible como un vegetal, indiferente como el marco de las ventanas que asomaban al jardín, ausente a la vida y a su devenir…
            Al tercer día, comenzó a llorar el saxofón en la sala del hospital, transmitiendo angustia y desesperación. El lamento combinaba sufrimiento con la inseguridad de un futuro incierto, y la acuciante necesidad de cariño y ternura. Notas de soledad que suplicaban compañía. Se incrementaban los ruegos incrustados en las melodías cuando Linh estaba presente y cercana a él. Era un cortejo para el alma, un abrazo de amor y un beso apasionado transmitido a través de la música.
           
Terminaron de tocar, el publicó aplaudió prolongada y efusivamente. Los músicos abandonaron uno a uno sus instrumentos y bajaron del estrado. Las luces disminuyeron su resplandor. La música ambiental se entrometió en las conversaciones confundiéndose en el ambiente. Sólo Stan Lobitz permaneció de pié, con su compañero ceñido al costado y una sonrisa de satisfacción en el rostro, manifestada por la vitalidad  impregnada en la interpretación de una música que había sido el motor de su existencia.

            Del fondo del salón caminó hacia él una figura menuda, delgada, de pelo negro lacio caído hacia los lados y de ojos rasgados separados por una nariz pequeña, lo tomó amorosamente del brazo recargando la cabeza en su hombro y lo condujo pausadamente a su mesa.