domingo, 23 de junio de 2019

Una grata sorpresa


Una grata sorpresa

Gárgamel

Conocí a Greta Larsson cuando vino a México a tomar un curso de Español en la Universidad  Nacional, era amiga de Lucero, mi novia en aquella época, y hoy, esposa.
            Con ella, recorrimos sitios históricos y turísticos durante su estancia de  dos años en el país.  le granjearon nuestra estima  y amistad.
            No la volvimos a ver desde que partió  de regreso a Suecia, pero siguió en comunicación con Lucero, primero por carta, teléfono y posteriormente, vía internet.
            Hoy me comunicó mi esposa que nos está invitando a que la visitemos, y sugirió que celebráramos en Estocolmo mi cumpleaños. No me pareció mala idea, así cambiaríamos eventualmente la vida monótona y tediosa, que llevamos. Y es que nuestro matrimonio derivó en una relación de amistad fraterna, sin ningún tipo de  connotaciones sexuales, desde hace unos años. Fue su decisión y la respeto. Aunque también la sufro.

Llevamos dos días en Estocolmo y Greta, por no podernos atender, nos asignó a una guía, Erika: joven rubia y hermosa, de cintura estrecha, piernas esbeltas, de carácter emotivo y amable, que nos ha llevado a conocer los sitios turísticos más importantes de la ciudad. Ahora estamos en el Museo Nacional. Recorremos la gran galería iconográfica con obras de Tiépolo, Cranach el viejo, Rubens, Rembrandt, Zurbarán…  Ya cansados, nos sentamos a contemplar “La verdad, la historia y el tiempo” de Francisco de Goya y Lucientes: El tiempo, un viejo alado, cubriendo con sus apéndices a dos jóvenes y mirando al infinito. Sostiene el brazo de la verdad, que lleva un libro en una mano y un báculo en la otra, mientras al pie, la historia, sentada, toma notas. Con tristeza, la pintura me hace reflexionar en mi historia matrimonial: el tiempo como testigo del desarrollo primero, y del deterioro posterior. Y, al final… la verdad: se acabó la pasión y el deseo, sólo queda la urdidumbre entrañable de emociones, y el recuerdo de los momentos más intensos.
            Hoy es el día de mi cumpleaños, me levantan mi esposa y su amiga con las mañanitas. Greta me entrega un pequeño presente y Lucero, dice que el suyo lo disfrutaré más tarde, será sorpresa. Desayunamos y me informan que ellas irán al hospital para unos estudios de Greta, nos veremos hasta la tarde.
            Salimos Erika y yo, hoy nos toca visitar parques y monumentos. Siento desde el inicio del paseo un trato diferente, una intimidad y calidez que me inquieta. Conforme caminamos por veredas arboladas, bordeadas de setos de flores policromas y aromas diversos, siento su  cuerpo cercano, sus muslos rozarme; al señalar algo, voltear y pegar su seno turgente a mi brazo. Me toma de la mano para que la ayude a pasar un vado, y no me la suelta. Nos adentramos a la soledad del umbrío bosque, Erika se recarga en el tronco de un grueso árbol y me atrae hacia sí. Toma  mi cara entre sus manos y me da un beso, acerca su cuerpo al mío e introduce un muslo en mi entrepierna. Nervioso, sudando por la excitación, ruborizado por la taquicardia, llegan a mi mente, como un mazaso que me paraliza, las palabras que leí días atrás de Felix María de Samaniego: “La traición, aún soñada, es detestable”, y la imagen de Lucero, recriminando mi actuación. Erika ya se estaba desvistiendo cuando con voz temblorosa le pedí que regresáramos. En su idioma, me insistió, pero yo, cada vez con mayor seguridad, y orgullo de estar respetando el pacto de fidelidad firmado hace cuarenta años, le indiqué que regresáramos.
            Me dejó a la puerta de la casa. Me abrió la puerta Greta, con cara de asombro. Tras ella, Lucero sonriente me preguntó:
¿Qué pasó?
Nada… ¿Qué tenía que pasar?
¿¡Cómo que nada!…? ¡Erika era la sorpresa, tu regalo de cumpleaños!
           
  24 de junio de 2019





lunes, 17 de junio de 2019

Pueblo Chico


Pues como le decía, don Miguel, de la Marcela se habla hoy, cómo hace años, ¡se inventan sucesos  y conclusiones diferentes cada día!: las mujeres, en los lavaderos y nosotros, en la cantina.
            Ya lo dice mi compadre Fidencio: “Pueblo chico, infierno grande”. Así es Zapotitlán de los murmullos, nuestra comunidad. Aquí, todos nos conocemos, sabemos la vida, obra y milagros, de cada uno. Y como no tenemos electricidad y el pueblo más cercano nos queda a dos horas de camino por  la sierra, el entretenimiento del pueblo es la plática. Así es qué, lo que le pasa a uno, le pasa a todos. Porque verá usted…
            Leoncio, vaya al grano, nos contaba el problema más grande que ha tenido la comunidad: la tragedia de la hija de Ponciano, el hombre más rico del lugar, dueño de la tienda “La surtidora”.
            ¡Ah, si, si!, nada más les lleno su pocillo con este mezcal que hace mi compadre Juan. Debería ver qué  buen alambique tiene, es de cobre,  y…
            ¡Leoncio, al grano!...
            Bueno, bueno, don Miguel, debo decirle que por aquella época, la Marcela era una hembra hermosa: tenía alrededor de dieciocho años, y una reluciente cabellera negra que agitaba con gracia al caminar abanicando la hermosura de su tez morena; pómulos grandes sosteniendo alegres ojos negros que lanzaban candidez y picardía en cada mirada. Esbelta de cuerpo, usaba vestimenta discreta que, sin embargo, no podía dejar de resaltar su generosas formas. Siempre se hacía acompañar por María, su compañera de toda la vida. La verdad, no otorgaba espacios para ser abordada sentimentalmente. Sin embargo, la codiciaban los más de los jóvenes…
            Pedro y Antonio, dos amigos, eran los más persistentes, la acosaban con su galanteo. Ambos sabían las intenciones del otro, y competían: Le llevaban serenatas, invitaban a los bailes del pueblo, la cortejaban de mil formas. A los dos los trataba igual: con simpatía, pero sin preferencias, ni interés romántico.
            Un día, se encontraron en la cantina, pasados de copas, discutieron acremente frente a la concurrencia, y al final hicieron un juramento poniendo a todos como testigos…
            A propósito, ¿les lleno sus pocillos?...
            ¡Leoncio!, ¡prosiga!
            Voy, voy: le propondrían matrimonio,  si fueran rechazados, la matarían: ¡Si no era de ellos, no sería de nadie!...
            Después de muchos tragos, salieron de la cantina, acompañados por todos los testigos. Al llegar frente a su casa, observaron a Marcela y María en el balcón. Le solicitaron hablar con ella y su padre; les abrieron las puertas. Los parroquianos, expectantes, se congregaron en los alrededores. Tiempo después, escucharon varias voces altisonantes, discusiones acaloradas, gritos y después… disparos.
            ¿Más mezcal?...
            ¡Leoncio!... ¡termina!
            Ah, si… ¡Entramos en bola, forzando puertas y ventanas! ¿Y qué encontramos?...
¡Los cuerpos  sangrantes de los dos enamorados, y el del padre defensor de la honorabilidad de su hija! María y Marcela abrazadas, lloraban junto a los cadáveres. A los pies de María, una de las pistolas asesinas.
            Justino, el policía del pueblo, concluyó que el padre disparó contra ellos y estos respondieron…
            A las exequias acudió todo el pueblo, como si fuera la fiesta de nuestro patrono San Juan. Regresando del panteón, la cantina se llenó, y comenzó la habladuría, que hasta la fecha, sigue…
            Y ¿cómo no se iba a alborotar más la gallera?, si al otro día del sepelio, María se cambió a vivir con Marcela…
            ¿Otro mezcalito, don Miguel?...
16 de junio de 2019

lunes, 10 de junio de 2019

El azar es destino

El Azar es destino
Gárgamel

A quién por codicia su vida aventura,
 sabed que sus bienes muy poco le duran.
El conde Lucanor
Cuento XXXVIII


August Shame  bajó del auto y volteó hacia su gran reto: el casino de Montecarlo. Admiró la iluminación espectacular que resaltaba la magnífica obra de la arquitectura de Charles Garnier, y su estilo Beux Arts, de finales del siglo XIX. Comprobó la hora en el reloj enmarcado por las torres de la parte frontal: diez y media… “En cinco horas, deberé asegurar mi futuro, espero que sea mi último trabajo”, caviló. Alisó el esmoquin, y se dirigió a la recepción. 
Era contador de cartas en el juego de blackjackUn hombre brillante en el manejo de  números, cálculo de probabilidades, y en la toma de decisiones. Había ganado una gran fortuna en su país, pero quería más… Decidió desbancar al Casino de Montecarlo, enfrentando todos los riesgosEl oficio lo había aprendido de su padre, famoso timador de California: corrido y golpeado en la mayoría de los casinos de la región, y muerto circunstancialmente, al  toparse con una bala en sentido contrario.
El contar cartas no es un delito; sin embargo, como a ningún casino le gusta perder, los jugadores son vigilados y monitoreados. Una vez detectados, los tratan de disuadir con dádivas para que dejen de jugar, o por la fuerza, después. A él,ya lo tenían identificado en su país, por eso decidió ejercer el oficio en Europa.
August comenzó ganando, las fichas de alta denominación se acumulaban delante. El crupier, nervioso por la imposibilidad de vencerlo, fue sustituido. En la segunda hora, siguió la tendencia, la muralla de fichas se elevó y la mesa se rodeó de perdedores, disfrutando el ver derrotada a la empresa. Se acercó el gerente del lugar y le musitó al oído la invitación a abandonar el juego a cambio de una jugosa cantidad y el disfrute del hotel por tiempo indeterminado. Rechazó la oferta, y su decisión fue coreada por los  espectadores. 
Tres crupiers y dos horas más de juego, fueron suficientes para que en el casino se sintiera una tensión estrujante, morbosa. Rompiendo protocolos, la gente había abarrotado la sala y esperaba nerviosamente el desenlace. August sudaba, continuamente sacaba su pañuelo para secarse el rostro tirante, concentrado. No parpadeaba, sus ojos negros, fijos en el despachador de cartas, como animal de presa al acecho, sólo se movían para analizar los movimientos del crupier. La apertura de cartas era coreada o deplorada  con interjecciones sordas de los concurrentes.
“Saber retirarse a tiempo, la consigna más repetida por mi padre. Esta será la última mano”, razonó.
Deslizó con suavidad hacia el frente la mitad del muro acumulado de fichas. El crupier, angustiado, volteó la mirada inquisitiva hacia el gerente del casino que nervioso, asintió levemente para que aceptara la apuesta más grande que se había hecho jamás en la sala. La mesa, vacía. Sólo el empleado y él… Le reparten sus dos cartas: Diez y Reina veinte puntos, suficiente, piensa. La concurrencia murmura decisiones individuales, y espera la de la casa: …¡As! Con la mirada fija en la carta del crupier, August, se planta. Nuevamente se escuchan las voces sordas de la expectante concurrencia. Respira hondo, y con la lentitud que implica la trascendencia de la apuesta, desliza el resto de las fichas al frente. El empleado, tembloroso, se da carta y la abre con lentitud… ¡El público exclama decepcionado un lamento que se extiende como sábana mortuoria por el casino… enmudeciéndolo. 
August se levanta con una triste sonrisa en el rostro demacrado, y escucha en su caminar el aplauso emocionado de los espectadores, que  perdieron con él, la partida más grande de la historia…  
10 de junio de 2019 


lunes, 3 de junio de 2019

Sucedió en España


Sucedió en España
Gárgamel

Quede al revés o al derecho,
 lo que se hizo ya está hecho.
Anónimo

Sonaron los tambores de alerta y el lago se llenó de canoas, de gritos manifestando odio hacia los invasores  cercados en el palacio de Axayacatl. Los españoles trataron de burlar el cerco y salir combatiendo con dirección de Tlaxcala. Cargados con lo pudieron robar del tesoro de Moctezuma Xocoyotzin huían de la furia de los guerreros aztecas y sus aliados; los soldados tropezaban mientras combatían,  y  tiraban las joyas a la laguna en el acto desesperado de salvar su vida. El lago se cubrió de negrura, la mancha de embarcaciones avanzaba como hormigas, vallando la salida de los invasores. La masacre tintó de rojo las zonas litorales; combatientes y animales heridos saturaban el ambiente con gritos y gemidos de dolor. Obstaculizaban la huida restos humanos diseminados en el campo de batalla; numerosas bestias despanzurradas relinchaban de dolor tratando de levantarse y huir de esa vorágine incomprensible de odio y ambición. La sangre hacía pastosa y resbaladiza la superficie, imposibilitando el caminar o correr sobre ella. Los españoles fueron diezmados, y Hernán Cortés tuvo que rendirse ante Cuitláhuac, jefe del ejército mexica.
El pueblo pedía el sacrificio de los invasores, quería sangre para ofrecerla a Huitzilopochtli; anhelaba venganza: destazar, masacrar, desaparecer aquella inmundicia humana que alteró la vida de la ciudad; acabar con esos semidioses provocadores de enfermedades y muerte.
            El Consejo de Ancianos deliberó toda la noche. Y en la madrugada, dio su veredicto: No más muertes, necesitamos aprender sus costumbres, su cultura...
            Así, los agresores sobrevivientes fueron esclavizados y obligados a mostrar a los jóvenes mexicas la crianza de animales domésticos traídos por ellos, a enseñarles la extracción y manejo de los metales duros, la elaboración de armas de fuego, la fabricación de pólvora y proyectiles; el uso de la rueda en el transporte; el papel y la imprenta. Los escasos mandos sobrevivientes instruyeron al enemigo en el manejo de armas occidentales. Cortés abandonó su soberbia y prepotencia ante el convencimiento firme de un látigo lacerante. Se convirtió en instructor de los ejércitos y estratega en los combates del pueblo mexica para establecer su dominio en tierras lejanas.
            Tenochtitlan se recuperó, los mexicas afirmaron su autoridad sobre todas las tribus del continente. Con la utilización de armas españolas, sojuzgaron la rebeldía de los pueblos y conformaron la gran civilización que floreció en los siguientes lustros.
            Conforme extendían su autoridad por tierra, iniciaron la fabricación de embarcaciones de mayor calado, para agilizar el comercio y establecer la flota guerrera que resguardara sus costas.
            En el Calmecac se estudiaba, aparte de las materias tradicionales, las culturas extranjeras. Ante la necesidad de ser eficientes en la administración de territorios tan vastos, se optó por crear nuevos procesos e instrumentos que facilitaran el trabajo; se instauró un instituto encargado de desarrollar armamentos. Diseñaron innovadores artefactos de guerra, mortíferas máquinas y centuplicaron su poderío destructivo.
           
Cuitláhuac Tlapoloani ¾el conquistador¾ tomó la decisión, y el Consejo de Ancianos lo apoyó…

Un guía alto, delgado, moreno cobrizo, de nariz recta, ojos y cabello oscuro, dirigía la palabra al grupo de turistas que lo rodeaban:
Ya visitamos el teatro, el circo y el puente sobre el rio Guadiana, herencia de la civilización romana. Ahora estamos sobre esta enorme estructura, legado de nuestros ancestros más cercanos:
            La pirámide del Templo Mayor, construida en el siglo XVI sobre los restos de una iglesia católica, y en honor a nuestro dios Huitzilopochtli, después de la  conquista del país llamado España.

2 de junio de 2019