Una
grata sorpresa
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Conocí
a Greta Larsson cuando vino a México a tomar un curso de Español en la
Universidad Nacional, era amiga de
Lucero, mi novia en aquella época, y hoy, esposa.
Con ella, recorrimos sitios
históricos y turísticos durante su estancia de dos años en el país. le granjearon nuestra estima y amistad.
No la volvimos a ver desde que
partió de regreso a Suecia, pero siguió
en comunicación con Lucero, primero por carta, teléfono y posteriormente, vía
internet.
Hoy me comunicó mi esposa que nos
está invitando a que la visitemos, y sugirió que celebráramos en Estocolmo mi
cumpleaños. No me pareció mala idea, así cambiaríamos eventualmente la vida
monótona y tediosa, que llevamos. Y es que nuestro matrimonio derivó en una
relación de amistad fraterna, sin ningún tipo de connotaciones sexuales, desde hace unos años.
Fue su decisión y la respeto. Aunque también la sufro.
Llevamos
dos días en Estocolmo y Greta, por no podernos atender, nos asignó a una guía,
Erika: joven rubia y hermosa, de cintura estrecha, piernas esbeltas, de
carácter emotivo y amable, que nos ha llevado a conocer los sitios turísticos
más importantes de la ciudad. Ahora estamos en el Museo Nacional. Recorremos la
gran galería iconográfica con obras de Tiépolo, Cranach el viejo, Rubens,
Rembrandt, Zurbarán… Ya cansados, nos
sentamos a contemplar “La verdad, la historia y el tiempo” de Francisco de Goya
y Lucientes: El tiempo, un viejo alado, cubriendo con sus apéndices a dos
jóvenes y mirando al infinito. Sostiene el brazo de la verdad, que lleva un
libro en una mano y un báculo en la otra, mientras al pie, la historia,
sentada, toma notas. Con tristeza, la pintura me hace reflexionar en mi
historia matrimonial: el tiempo como testigo del desarrollo primero, y del deterioro
posterior. Y, al final… la verdad: se acabó la pasión y el deseo, sólo queda la
urdidumbre entrañable de emociones, y el recuerdo de los momentos más intensos.
Hoy es el día de mi cumpleaños, me
levantan mi esposa y su amiga con las mañanitas. Greta me entrega un pequeño
presente y Lucero, dice que el suyo lo disfrutaré más tarde, será sorpresa.
Desayunamos y me informan que ellas irán al hospital para unos estudios de Greta,
nos veremos hasta la tarde.
Salimos Erika y yo, hoy nos toca
visitar parques y monumentos. Siento desde el inicio del paseo un trato
diferente, una intimidad y calidez que me inquieta. Conforme caminamos por
veredas arboladas, bordeadas de setos de flores policromas y aromas diversos,
siento su cuerpo cercano, sus muslos rozarme;
al señalar algo, voltear y pegar su seno turgente a mi brazo. Me toma de la
mano para que la ayude a pasar un vado, y no me la suelta. Nos adentramos a la
soledad del umbrío bosque, Erika se recarga en el tronco de un grueso árbol y
me atrae hacia sí. Toma mi cara entre
sus manos y me da un beso, acerca su cuerpo al mío e introduce un muslo en mi
entrepierna. Nervioso, sudando por la excitación, ruborizado por la
taquicardia, llegan a mi mente, como un mazaso que me paraliza, las palabras
que leí días atrás de Felix
María de Samaniego: “La traición, aún soñada, es detestable”, y la imagen de
Lucero, recriminando mi actuación. Erika ya se estaba desvistiendo cuando con
voz temblorosa le pedí que regresáramos. En su idioma, me insistió, pero yo,
cada vez con mayor seguridad, y orgullo de estar respetando el pacto de
fidelidad firmado hace cuarenta años, le indiqué que regresáramos.
Me dejó a la puerta de la casa. Me
abrió la puerta Greta, con cara de asombro. Tras ella, Lucero sonriente me
preguntó:
—¿Qué pasó?
—Nada… ¿Qué tenía que pasar?
—¿¡Cómo que nada!…? ¡Erika
era la sorpresa, tu regalo de cumpleaños!
24 de junio de 2019
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