martes, 28 de febrero de 2023

Intercambio de vida

 INTERCAMBIO DE VIDA


El buscón de Zalamea

Cercadas en el Mercado de Abastos por diez o doce Mozalbetes que las asediaban pidiendoles monedas, Luisa y Carla, aturdidas, sacaron sus monederos para quitarselos de encima. Les dieron a algunos, mientras otros aprovechando esa acción, les arrebataron las bolsas de mano y echaron a correr. Desesperadas, gritaron pidiendo auxilio; cuando llegaron los guardias, la pandilla se había desvanecido. Los comerciantes del lugar identificaron a la banda de mozalbetes como la de los rojos, por la cabellera de su líder. Eran huérfanos que vivían en los barrios bajos de la ciudad de Santiago.

El viejo edificio de la Guardia Municipal rezumaba humedad por sus gruesas paredes, el calor del mediodía creaba un ambiente pesado y burocrático. Los empleados trabajaban en mangas de camisa y su talante austero asentaba su incomodidad. Las jóvenes presentaron su denuncia y al manifestar los bienes sustraídos informaron: Pasaportes de México, tarjetas de crédito, quinientos euros entre las dos. Carla llamó la atención del funcionario que tomaba nota, con una observación:

—Señor, es fundamental que encuentre un escapulario del apostol Santiago que llevaba conmigo para su bendición en la catedral,  mi padre, con un cáncer que lo tiene en trance de muerte, le tiene infinita fe.


En una casucha deshabitada del barrio de Valdecara, se repartieron el botín. El líder, agachado sobre el piso y haciéndo a un lado los mechones rojos de su cabello, repartió las utilidades en dinero, medallas, celulares y demás artículos robados. Sacó de una cartera el escapulario, lo revisó y con decisión imperativa, les anunció: Éste, me lo quedo, me va a proteger. Lo tomó y se lo puso al cuello. Terminado el reparto, se dispersaron hacia su lugar de descanso.

Vagaba por la mañana cerca de la catedral en busca de un objetivo para sus latrocinios cuándo, distraídamente, se fijó en  el pórtico de la gloria con sus  tres arcos de las naves de la iglesia, en especial en el central con el parteluz y la figura de Santiago apóstol; se tocó el escapulario y levantando la mano en señal de aprobación, prosiguió su recorrido.


 

Desayunaban en el restaurante del hotel cuando Carla habló con su padre vía telefónica para informarle de los sucesos y preguntar sobre su estado de salud. Lo oyó muy optimista, le platicó que por primera vez, en semanas, se había levantado y estaba comiendo bien. Veían las noticias locales en el televisor del lugar. Llamó su atención el anuncio de una persecución a una banda de maleantes en el Mercado de Abastos, donde la policía había abatido a tiros a algunos y aprehendido a otros. 

Presurosas llegaron al viejo edificio municipal a averiguar sobre sus pertenencias. Les informaron que solo se había rescatado un escapulario que portaba el líder pelirrojo de la banda, el cual fue uno de los maleantes fallecidos; les fue entregado y lo llevaron a la iglesia para cumplimentar el deseo de su padre.


El médico forense comentó frente al cadáver del joven pelirrojo en posición decúbito supina, con una incisión en el vientre y los órganos expuestos: 

—La bala perforó el hígado, pero de todas formas, al muchacho le quedaba poca vida, el tumor canceroso en pancreas lo mataría en pocos meses.





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