Imploración
Jorge Llera
"Oh Dios nuestro, ¿No harás justicia contra ellos? Pues
nosotros
no tenemos fuerza
para hacer frente a esta gran multitud que viene contra
nosotros y no sabemos
qué hacer. Pero nuestros ojos se vuelven hacia ti.”
Nuevo Testamento
San Mateo 20.
Las turbas recorrían las principales calles del Distrito
Federal con mantas, banderas, carteles, protestando en las más variadas formas,
para solicitar la atención de las autoridades al problema educativo del país. Los
profesores, llevaban meses de pedir el diálogo. La respuesta: silencio. Como si derramaran agua en un
desierto, las peticiones trasminaban oficinas y funcionarios, sin humedecer
mínimamente sus conciencias. No alteraban sus hábitos ni su conducta. El
gobierno era portador de la verdad
absoluta. Cumplía su obligación de imponer los dictados del modelo
neoliberal, desgastando la educación pública:
“Un pueblo ignorante es manipulable”. Era el
pensamiento no expresado, pero evidenciado en el actuar, del grupo político que
dominaba el país y servía a intereses extra nacionales.
La
inquietud de los mentores se gestó en los Estados al percatarse que el
Ejecutivo Federal había enviado una iniciativa de ley en la que se erosionaba
la educación pública en beneficio de la privada y se trastocaban los derechos
laborales y de seguridad social de los trabajadores de la educación. El Congreso
de la Unión, sin analizar la iniciativa, la aprobó en una sesión.
Protestas
en todo el país, se unían a otras por las reformas energética y la hacendaria,
que beneficiaban también a los grandes capitales nacionales y extranjeros.
La inconformidad se extendió como una ola en
un mar de desesperanza y llegó a los centros urbanos inundando las calles de
odio y vandalismo, de robos, estragos y asesinatos de autoridades. Los poderes
formales en los Estados, recularon lentamente hasta su desaparición por la
impotencia en la resolución de problemas; los rebasaban . El caos asedió al país
y pronto llegó a amenazar a la Presidencia de la República.
Acosado el
gobierno, se apoyó en el ejército, una organización formada con gente del
pueblo obligada a ir en contra de sus orígenes; en la contienda comenzó a
reconocer a sus verdaderos enemigos y a diluirse en la inconformidad de una
insurgencia que anhelaba el poder y el cambio.
La amplia
sala de juntas, soportaba a secretarios de Estado, líderes del Congreso, presidentes
de partidos políticos e integrantes de la Suprema Corte de Justicia, que esperaban
con tensión y nerviosismo el inicio de la reunión. Toda la clase política en pleno,
en un tenso ambiente, que permitía sólo el balbuceo de frases nerviosas y farfullantes,
anhelaban el plan de acción que les permitiría recuperar el control del país y
el resguardo de sus intereses. Inquietos se removían en sus lugares, conteniendo
el deseo de huir, de abandonar la nave en pleno naufragio…de salvarse.
El
Presidente llegó con pasos lentos y temerosos, ocupó su lugar al centro de la
gran mesa rectangular. Abatido, con la frente perlada por el sudor y los brazos
temblorosos apoyados en el verde mantel, tomó el micrófono y pronunció sus
últimas palabras como presidente:
-Ante
ustedes, colaboradores en mi gobierno, compañeros y amigos, presento mi
renuncia a la Presidencia de este país…
Al
terminar, levantó las manos y traicionando los principios del laicismo que
conlleva el cargo ocupado, imploró con fuerte voz:
-¡Oh Dios
nuestro, ¿No harás justicia contra ellos?...
30 de septiembre de 2013
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