domingo, 13 de octubre de 2013

Testigo


Testigo



Corría al saberse hombre muerto si lo atrapaban, lo torturarían y cercenarían sus miembros  para posteriormente asesinarlo. Los territorios se respetaban y el violó el pacto. En su carrera, atravesó callejones repletos de puestos, sonidos estridentes y luces multicolores de la mercancía en exhibición. Los pasillos repletos de comerciantes y compradores dificultaban su escapada, y sus perseguidores, a escasos metros gritaban que parara, apuntándole con sus armas. La persecución llevaba media hora y habían recorrido gran parte de Peralvillo y Tepito, sus barrios. Jadeando, sudando por la agitación y exhausto por el esfuerzo, se dirigió a una calle cerrada de edificaciones altas. Los perseguidores estaban a no más cien metros de él; desesperado tocó repetidamente una puerta hasta que se abrió, se cerró precipitadamente al traspasarla. Recorrió pasadizos oscuros que lo llevaron a otra calle. Aliviada la tensión, caminó tranquilamente hacia el billar pensando: Bendita Colonia, tiene atajos que no conoce Dios.
           
Al fondo del penumbroso local, donde sólo pequeñas  lámparas iluminaban las mesas de juego, el Zurdo departía entre un corro de subalternos. Lo vio a lo lejos y lo llamó haciendo un ademán con el brazo. Cuando estaba a pocos pasos, se levantó y lo abrazó:
            —Ya supe que te escapaste de pura suerte por la casa del Chucho: ¡Bien Hecho! Vamos a seguir invadiéndolos, hasta que dominemos sus territorios.
            Sabás lo jaló del brazo y habló sólo para él:
            —Mira Zurdo, la verdad ya quiero dejar esto. Pienso irme al otro lado y buscar chamba por allá…
            —Es una lástima, Sabás, se van a quedar desprotegidas tu mamá y hermana. Ya ves como son por aquí: tu mamacita ya está grande y podría tener un accidente y Danielita con sus quince años, es un manjar para el negocio… No las dejes solas. Estando tú con nosotros, viven protegidas.
           
Meditó por varios días su situación. Estaba maniatado, no tenía posibilidades de sobrevivir; si continuaba invadiendo territorios lo iban a matar, torturándolo. Y si no lo hacía, el Zurdo la tomaría contra su madre y hermana.
            No le quedó alternativa.

—Sí, detective, acepto el trato: un mes de interrogatorios en una casa resguardada, viviendo con mi madre y hermana; si la información que obtengan es de utilidad, me darán nueva personalidad, casa y trabajo en un lugar distante…
           
—¡Sabás! ¿Ya escuchaste el noticiero? Agarraron al Zurdo y a toda la banda, les decomisaron armas y droga. Dice el locutor que por lo menos serán diez años de sentencia.
            —Sí, Daniela. A nosotros nos trasladan mañana, prepárate.
            —San Cristóbal de las Casas, madre. Me llamo Pedro y nos apellidamos González. Venimos de Puebla y soy trabajador de limpieza en el hospital del Seguro Social. Por favor, no hagas amistades.
            —Yo estoy en la Comisión Federal de Electricidad, mamá, y me llamo Matilde, dijo Daniela.
           
El tiempo es únicamente el espacio entre nuestros recuerdos y a Daniela, se le habían distanciado demasiado. Añoraba a Isidro y odiaba que por la estupidez de su hermano, tuvieran que vivir ocultos y con otras personalidades.
            —Madre, hoy es el cumpleaños de Isidro, llevo tres años sin verlo, lo voy a felicitar por internet. No le digas nada a Sabás. Creo que exagera en sus precauciones, el Zurdo y su banda siguen presos…
            Hoy cumplimos cuatro años de una vida nueva, valió la pena el esfuerzo. Invitaré a Daniela y a mamá a cenar y tal vez ya vaya siendo el tiempo de relajarnos un poco y hacer amistades. Daniela necesita conocer amigos, la he tenido muy restringida. Desde hoy comenzaremos a socializar. Se los comentaré en la cena.
            Llamó a su casa para avisar a su madre: el teléfono timbró persistentemente hasta que una voz masculina contestó:
            —¿Pedro González?
            —¿Quién es usted?
            —El Zurdo manda saludos y te recuerda lo que dijo de tu madre, que estaba muy vieja y  podía sufrir un accidente. Desgraciadamente, lo tuvo. Una fuga de gas y la explosión consumió la cocina, no sobrevivió. ¿Sigue Danielita tan hermosa? ya estamos preparando su debut. Y tú, ¡más vale que empieces a correr, cabrón! Te damos esa ventaja…
           
—¡Vamos Danielita, camina! Nos adentraremos en la selva por la noche, el aeropuerto y las central de autobuses deben de estar vigilados…



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