Amigo
Jorge Llera
¡No lo vuelvas a
traer a casa! ¡No lo soporto! —Le gritó su mujer desde la
cocina mientras lavaba los platos. Momentos antes, Mauricio de la Torre se había despedido molesto por los
comentarios de Andrea sobre su vida personal y por el abuso que, según ella, hacía de la amistad con Eduardo. Durante
la cena, los ánimos comenzaron a
caldearse cuando le criticó su agnosticismo como forma de vida. Le
achacó que su irreligiosidad dejaba sin bases morales el
desarrollo de sus hijos, "estaba formando unos delincuentes en
potencia". Esta intrusión en su privacidad
y sus creencias molestó a Mauricio, pero lo que lo exasperó fue que le recriminara la falta de pago de un préstamo que Eduardo le había hecho recientemente.
Eduardo y Mauricio la conocieron de
estudiantes y formaron un trío inseparable hasta
el final de sus estudios. Se separaron cuando Mauricio se fue a trabajar fuera
de la ciudad. Pasado el tiempo, Eduardo y Andrea se casaron.
Se veían
ocasionalmente, cuando llegaba a venir. Cenaban en casa y jugaban a las cartas
con el invitado y su pareja.
La actitud de Andrea cambió respecto a Mauricio después
de una noche en que se cenó y jugó hasta la
madrugada. A partir de ese día, él se distanció más de lo
acostumbrado y Andrea lo fue ignorando
en sus conversaciones; con el tiempo, comenzó a denostarlo. Eduardo, no entendía el cambio de una entrañable amistad a un frío desprecio y por más que lo trató de averiguar, nunca logró una explicación. Consciente de la problemática, procuraba mantenerlos alejados.
Esta vez el encuentro fue obligado,
porque ambos tenían que firmar unos
documentos que llegaron a casa de Eduardo y pasarían
a recogerlos muy temprano por la mañana. Fue por eso
que pensó que no tendría problemas al
invitarlo a cenar.
Alterado, cerró de golpe la puerta del departamento y salió corriendo a buscar a Mauricio. Bajó desde el tercer piso saltando los escalones, irrumpiendo
abruptamente en la fría y húmeda avenida matizada de promiscuos
charcos, que amortizaban su carrera salpicándola de
desesperación. Lo vio a la
distancia, entrando al viejo puente de piedra escasamente iluminado por un
farol amarillento, que destellaba tristeza en el lagrimeo de la noche. Cubierto
con la gabardina oscura, un sombrero de fieltro y con su portafolio bajo el
brazo, pensativo, caminaba lentamente. En su actitud, comprendió que la amistad se alarga y estira en la compresión y el cariño, pero que su resistencia está limitada por la voluntad de las partes.
Lo alcanzó disculpándose de mil
maneras, lo cercó con sus brazos transmitiéndole el más profundo sentimiento de cariño y le solicitó verlo por la mañana en su oficina.
Con el aprecio de siempre, Mauricio
lo invitó a entrar y le entregó las escrituras del departamento que
rescató de la hipoteca vencida, motivo de la firma del día anterior y una carta que le pidió leyera cuando estuviera solo. Se despidieron asegurándose que pasara lo que pasara, su amistad
perduraría.
Llegó al parque, y en una banca a la sombra de un árbol, frente a una vereda que serpenteando
como la existencia se perdía en la lejanía, sacó de su sobré la carta y leyó:
"...Mauricio, en la cena
necesitaba llamar tu atención y hacerte sentir
que me interesas más que como amigo,
por eso te acaricié con mi pié tu pierna, necesito que platiquemos, llámame..."
Sintió que un frío helado lo invadía y lo paralizaba, le cortaba la
respiración comprimiéndole el tórax como sí lo prensaran, la rabia le inflamó el corazón e irritó los ojos, desbordando su amargura. Respiró profundamente y permaneció un largo tiempo
pensativo. Levantó la cabeza, se secó las lágrimas y emprendió el regreso a casa.
Abrió la puerta de
entrada del departamento, se dirigió a la cocina y saludó a su esposa con un beso y preguntándole:
—¿Cómo te fue hoy, mi amor...?
3 de septiembre de
2013
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