lunes, 24 de febrero de 2014

Claroscuros


Clarooscuros

Jorge Llera

Llegó a su casa apaleado, con el rostro desfigurado por los golpes, desangrándose por las heridas y marcando el camino con  un rastro sanguinolento sobre el lodo de la pedregosa y oscura calle. Había sostenido un pleito contra varios pelafustanes en la hostería. Amigos y vecinos lo atendieron en su larga convalecencia. Nápoles era una ciudad violenta para temperamentos arrebatados y él encuadraba en esa categoría, era pendenciero y de carácter violento. Y así era su pintura: contraste de  luces y sombras que empujaban las figuras hasta casi salir de los cuadros; fulgores atrapados en la lobreguez  imprimiendo dramatismo a las acciones; vistosos escorzos que jugueteaban a desafiar los movimientos anatómicos. Realismo brutal de actores que llevaban marcados en cuerpo y alma el patetismo de una vida de pobreza y sufrimiento. Era innovador, sus obras se oponían a la idealización del Renacimiento y las deformaciones del Manierismo. Jugaba con la luz como Dios lo hacía con su vida y la iluminaba de tenebrismo como si fuera el ángel rebelde en el momento de su destierro.
            Anhelaba regresar a Roma y le fuera condonada la sentencia a muerte que el Papa Pablo V había ordenado por el asesinato de un hombre, el jefe de una banda de maleantes, en un pleito tumultuario. Mismo Papa que había sido retratado por él y ferviente coleccionista de su obra.
            Sus amistades lo instaron a regresar, le indicaron que el perdón estaba cercano y les creyó.
            Durante meses preparó obra religiosa en la que trató de mostrar su arrepentimiento y apego irrestricto al catolicismo. Con su último lienzo buscó atraerse el perdón del Papa y lograr su ansiado regreso a Roma. Se autorretrató con el rostro maltratado, en la cabeza cortada de Goliat, sostenida por  el joven David que sale de una profunda oscuridad, tanta que el brazo  que sostiene la espada ejecutora apenas se atisba.
            Embaló los cuadros y con discreción preparó su partida. Tenía fuertes enemigos y acreedores, no quería alertarlos.
            Se embarcó en un falucho hacia Roma y al  llegar al puerto de Ercole, subieron soldados españoles que lo detuvieron y encarcelaron por dos días en una supuesta confusión. La nave partió con los lienzos a bordo, y fueron decomisados al llegar a su destino por emisarios del Papa.
            Liberado el pintor, trató de llegar a Roma y recuperar su obra. A medio camino lo interceptó un destacamento que le dio muerte.
           Sostenido de los cabellos, se sintió sumergido en una negrura pesada, pegajosa y angustiante que le causaba un sufrimiento nunca experimentado, y dolor permanente llevado al límite de la conciencia. El haz de luz que le impactaba el rostro, resaltaba en su boca y párpados abiertos el abatimiento y desolación de una vida.
            Goliat, enemigo de Dios, había sido condenado a la noche eterna y la familia Borghese disfrutó el beneficio de los últimos cuadros del pintor más revolucionario y cotizado de la época.

23 de febrero de 2014




jueves, 20 de febrero de 2014

Las notas fúnebres del arcoíris






Las notas fúnebres del arcoíris


Polux


 Las armonías del sonido y del color pueden
 relacionarse por ser ambas fenómenos vibratorios.
Isaac Newton
(1642-1727)

Mauricie era un artista cotizado en el Stadtpark de Viena, principal parque de la ciudad, dónde exponía sus obras; pintaba mientras escuchaba música. Sus pinceles  se deslizaban  sobre los lienzos con la rapidez, el ritmo y lo armónico de una sinfonía o un concierto. Poseía el raro don de la sinestesia. Aseguraba a sus compradores y a los demás pintores que él no creaba, que las composiciones musicales tenían vida y colorido propio. Sólo interpretaba los cuadros musicales de los grandes compositores. Dejaba que su mano fuera dirigida, no establecía ninguna voluntad en el trazo: era un dictado y él obedecía.
            Al momento de exponer su obra, ponía en el reproductor la música que lo había inspirado. El efecto era abrumador, la interpretación enmarcaba de tal modo los lienzos, que aunque el común de los oyentes no lo comprendiera, sentía la armonía y plasticidad de los acordes expresados y el colorido delineando medios tonos de un scherzo; el andante pasivo del azul del cielo, el allegro de una mañana luminosa de primavera o el adagio naranja de una puesta de sol.
            El estilo de sus cuadros podía variar del naturalismo de un vals al impresionismo de la música de Debussy, con  ampliación de las tonalidades y descomposición de la sonoridad en el mayor número de colores, y el perfecto acoplamiento de la armonía y la melodía; hasta el arte abstracto de Schoenberg cuyas obras se caracterizan por atmósferas febriles y excitantes.
            Nunca había intentado pintar con música viva durante un concierto, tenía inquietud por hacerlo. Solicitó permiso y acudió a la representación de la Misa de Réquiem de Mozart (K. 626) Instaló su caballete frente a la orquesta, acomodó el lienzo y dispuso las pinturas en la paleta.
            El director tomó la batuta y dio inicio la música con el Introitus interpretado por la soprano y el coro. De inmediato el pincel de Mauricio comenzó a mandar en el lienzo, el cielo azul pálido de la interpretación del coro surgió en los primeros trazos. Algunas nubes dispersas, trazadas por la voz de la soprano dieron vida a un cielo claro.
            En el Kyrie Eleison, el coro perfiló delicados verdes en el campo de armónicos montes distantes. Prosiguió la Sequentia,  y las voces de la soprano, el contralto, el barítono y el tenor, plasmaron en el cielo un arcoíris de sonidos. En el Ofertorio, con un canto lento y largo dibujó una tumba en la base del arcoíris; en el Sanctus, se dividió en dos partes, manando el carmesí de una nota alta sobre la tumba y dibujando las siglas de Mozart. Las notas  altas se escurrieron por la tumba para señalar el nombre de su asesino:
             Antonio Salieri, el eterno rival del compositor.
            Lo había mandado a envenenar y post mortem, él lo denunciaba.

20 de febrero de 2014
           




domingo, 16 de febrero de 2014

La gran batalla

La gran batalla
Polux
…Y el Capitán Marte, después de la gran batalla se dirigió velozmente a los aposentos del castillo donde se encontraba cautiva la bella Beatriz, derribó la puerta a hachazos y entró abruptamente. Estaba desmayada y a su lado un recipiente con un líquido pardo. Intuyó que era un brebaje que la había forzado a ingerir el malvado Tron, rey de los bárbaros. La levantó en brazos y  llevó con el médico de su ejército. Tras aplicarle algunos medicamentos, Beatriz despertó, y al ver a su salvador le dio un largo beso…
            — ¡Y ahora a dormir! Que mañana tienes que ir a la escuela —dijo la madre.
            — No me gustó el final ¿Por qué tenía que besarlo? ¿Y qué pasó con Tron?
            — Escapó en su brioso corcel negro, seguido por Farfax y su escolta de guerreros bárbaros, jurando vengarse y recuperar a Beatriz, para llevarla a su lejano reino. Es otra historia de la que hablaremos algún día. Dame un beso y métete a la cama. Hasta mañana… te apago la luz.
            En la noche veraniega el rescoldo de un día caluroso abrumaba el ambiente; la brisa  filtraba aromas por la ventana y transpiraba humedad con olor a hierba. Carlitos, recostado sobre su cama, observaba la luz amarillenta de la luna, que animaba las sombras proyectadas de las ramas del árbol del jardín por la ventana, arañando paredes y lanzando mandobles de brazos guerreros, cuyos movimientos tentaculares buscaban ansiosos el cuerpo del Capitán Marte y localizar a Beatriz para llevarla al reino de Tron.
            Se percató del peligro y de inmediato buscó la protección bajo su cobertor. Enconchado, asomó cautelosamente la cabeza para estudiar el campo de batalla. Eran muchos, pero aún no lo habían localizado. Tron, convertido en el gorila negro y su aliado Farfax en rana, dirigían  el sorpresivo ataque. Nervioso pensaba ¿Cómo repeler la agresión? ¿Dónde estaba su espada?
            Conforme aumentaba el viento, los guerreros invadían el cuarto con mayor determinación. No debía permanecer en ese lugar, lo iban a descubrir en algún momento.
            Recordó que la espada estaba debajo de la cama. Con la boca seca y sudando, cogió la almohada, comenzó a desplazarse tras la manta hasta la orilla y se deslizó al piso. Tomó la espada y observó desde la oscuridad que los bárbaros arañaban las puertas del closet, sospechaban del pasadizo secreto que conducía a las habitaciones donde había escondido a Beatriz. Tendría que salir a pelear. 
            Escudado, con la espada en ristre abandonó su refugio, saltó frente a Tron y de una patada en el cuerpo lo mandó al fondo del cuarto gritando:
            — ¡Pelea, vas a saber lo que es desafiar al Capitán Marte!
            Volteó rápidamente para parar un ataque por la espalda, amortiguó el golpe con su escudo y lanzó dos rápidos espadazos que derribaron a Farfax y lo proyectaron contra la base de la cama.
            — ¡Eso te pasa por cobarde!
            De un salto se puso frente a las puertas del closet para evitar que los brazos guerreros las destrozaran. Al enfrentarlos, se prendieron de su cara y cuerpo las sombras oscuras. La pelea era a muerte, giraba su espada hacia la izquierda y derecha, asestando tajos  y derribando enemigos. Mientras luchaba se dio cuenta que no acabaría con ellos de esa forma.
            “Hay que liquidar al jefe para que los guerreros pierdan valor y se dispersen. Lo tengo que hacer rápido antes de que me canse más.”
            Se encaminó al rincón con la espada por delante y el escudo esperando el contraataque. Se abalanzó sobre el rival. Tron paró el golpe, deteniendo el brazo del capitán y escurriéndose hacia un lado. Contendieron cuerpo a cuerpo durante un largo rato hasta que el bárbaro, en un movimiento sorpresivo, cayó sobre el capitán, obligándolo a recostar su cabeza sobre el escudo al presionarlo del cuello, asfixiándolo y provocando que fuera perdiendo el conocimiento. El capitán haciendo vanos intentos por desenlazarse, disminuyó lentamente su resistencia…
            La luna, arrepentida de haber proyectado la venganza de los guerreros sombríos, oscureció el entorno cobijándose en las nubes; la brisa la comprendió y detuvo bruscamente su aliento. Sólo quedó flotando en el silencio de la habitación el rescoldo de un calor húmedo y el olor penetrante a hierbas.
            La madre abrió la puerta de la habitación y sonrió con ternura al ver a Carlitos dormido en el piso abrazando a su gorila de peluche y a la rana de tela verde a un lado de la cama.
           

16 de febrero de 2014

martes, 11 de febrero de 2014

Espíritu de libertad

Espíritu de libertad


La dictadura se presenta acorazada
 porque ha de vencer.
La democracia se presenta desnuda
 porque ha de convencer.
Antonio Gala

¡El Chacal nos apresó obligándonos a la renunciar! —comentó el mandatario. Pensar que yo le di el poder. Su ambición lo orilló a buscar al Embajador Wilson, la eterna piedra en el zapato,  para que apoyara el golpe de Estado.
           Taciturno, el vicepresidente lo escuchaba recargado en un rincón de la celda. El rostro delgado, aguileño, subrayado por un bigote lineal, denotaba indignación, desesperación e impotencia; su aspecto astroso reflejaba el maltrato de los últimos días. Soportaba con dificultad el frío de la noche invernal. Se distrajo de la plática, y la nostalgia lo envolvió con calidez en el recuerdo de María y los niños. José María, evocó paseos por los jardines de su casa en Mérida, días de tranquila diversión familiar en la playa y largas horas destinadas a la lectura y poesía, le prodigaban un remanso de paz en su agitada vida política. Conservaba la esperanza de volver. Su liberación se fincaba en la defensa que los representantes de los países amigos hicieron a su favor.
           El presidente recorría su celda interiorizando sus preocupaciones:
          —Tengo que salir de aquí, contactar a las fuerzas leales, a mis seguidores; retomar el mando; restablecer la alianza con Emiliano en el sur, y aplacar a Pascual Orozco, en el norte.
          Transitaba inquieto y pensativo por la celda; acariciaba nerviosamente su barba, y acomodando repetidamente las gafas sobre su nariz, maquinaba su escapatoria…
        —Ya lo he hecho antes, debo serenarme y tratar de lograr la concentración necesaria para establecer comunicación  con José Ramiro.
          El espiritismo había marcado el rumbo en los actos trascendentes de su vida pública y privada; orientaba sus más importantes decisiones con esta práctica y estaba seguro de que ahora, no lo defraudaría.
          Pidió papel y lápiz al carcelero, e inició el rito con las piernas cruzadas, la espalda recta, cabeza levantada y ojos cerrados. Su facultad de médium había alcanzado niveles muy elevados y podía ponerse en trance mediante un acto profundo de concentración. Comenzó el llamado con voz sorda y queda, arrastrando las palabras, repitiéndolas  con monótona regularidad, solicitando con insistencia que acudiera el espíritu:
         —José, ven… manifiéstate… te necesito. José, materialízate en mí… incorpórate a mi cuerpo…
       Pasaron largos minutos después de la solicitud, sin ningún cambio. Tras la larga espera, la cabeza inició un movimiento lento, acompasado y constante, como el ir y venir de las olas de un mar en calma, o el acompañamiento de una melodía interior marcada por un metrónomo, o quizá, el tictac del reloj rubricando los últimos momentos de su vida.
     Súbitamente, cambió y se tensó. En una rigidez pétrea se confundió con el entorno emitiendo sonidos guturales, palabras confusas e incomprensibles; impasibilidad en el rostro, que  bañado en sudor, denotaba una fuerte convulsión interna, la invasión de energía en su cuerpo timorato, recibiéndola palpitante, se expresaba en exhalaciones de un vaho gélido, como el ambiente lúgubre y húmedo del lugar. Sin abrir los ojos, tomó el lápiz, dirigió la mano al papel y con agilidad de trazo, deslizó palabras sobre la hoja. Terminando desvanecido sobre el piso de piedra.
       El vicepresidente corrió a su lado, lo reanimó palmeándole ligeramente las mejillas y le entregó el mensaje escrito. Aún aturdido por el esfuerzo, se acomodó los espejuelos y leyó:
       “ Soldado de la libertad y el progreso, luchador infatigable, prepárate para ser llamado apóstol de la democracia y considerado uno de los héroes más eminentes de este país. Acompaña al pelotón y cumple tu destino histórico”. *
        —¡Vienen por nosotros¡ ¾le comentó a José María. Los embajadores lograron nuestro rescate.
     No había terminado de hablar cuando oyeron multitud de pasos firmes y marciales que se acercaban a la celda. El chirriar de los goznes de la reja le hizo emitir una sonrisa, su libertad  anunciaría al país  el reencuentro con el camino por la democracia.
            El teniente del destacamento le hizo el saludo militar; el sonido de los tacones  le dio tranquilidad, y se sintió protegido.
            — Señor Presidente, acompáñenos, se va exiliado a Cuba.
         Con alegría por su libertad y el cansancio agotador de varios días de tensión, caminó junto a José María, escoltados por los militares. Dispuestos a iniciar un nuevo derrotero se adelantaron al batallón para abordar el vehículo. Caminaban apresuradamente hacia el transporte cuando escucharon a sus espaldas las explosiones repetidas y mortales de la aplicación de la ley de fugas...
          Las manos etéreas de José Ramiro arroparon la caída del presidente, y con un emotivo abrazo, sellaron  su  vínculo definitivo… 
*Diarios espiritistas de Francisco I. Madero