Clarooscuros
Jorge Llera
Llegó a su casa apaleado, con el rostro desfigurado
por los golpes, desangrándose por las heridas y marcando el camino con un rastro sanguinolento sobre el lodo de la
pedregosa y oscura calle. Había sostenido un pleito contra varios pelafustanes
en la hostería. Amigos y vecinos lo atendieron en su larga convalecencia.
Nápoles era una ciudad violenta para temperamentos arrebatados y él encuadraba
en esa categoría, era pendenciero y de carácter violento. Y así era su pintura:
contraste de luces y sombras que
empujaban las figuras hasta casi salir de los cuadros; fulgores atrapados en la
lobreguez imprimiendo dramatismo a las
acciones; vistosos escorzos que jugueteaban a desafiar los movimientos
anatómicos. Realismo brutal de actores que llevaban marcados en cuerpo y alma
el patetismo de una vida de pobreza y sufrimiento. Era innovador, sus obras se
oponían a la idealización del Renacimiento y las deformaciones del Manierismo.
Jugaba con la luz como Dios lo hacía con su vida y la iluminaba de tenebrismo
como si fuera el ángel rebelde en el momento de su destierro.
Anhelaba
regresar a Roma y le fuera condonada la sentencia a muerte que el Papa Pablo V
había ordenado por el asesinato de un hombre, el jefe de una banda de maleantes,
en un pleito tumultuario. Mismo Papa que había sido retratado por él y ferviente
coleccionista de su obra.
Sus
amistades lo instaron a regresar, le indicaron que el perdón estaba cercano y
les creyó.
Durante
meses preparó obra religiosa en la que trató de mostrar su arrepentimiento y apego
irrestricto al catolicismo. Con su último lienzo buscó
atraerse el perdón del Papa y lograr su ansiado regreso a Roma. Se autorretrató
con el rostro maltratado, en la cabeza cortada de Goliat, sostenida por el joven David que sale de una profunda oscuridad, tanta que el brazo que sostiene la espada ejecutora apenas se
atisba.
Embaló los cuadros y con
discreción preparó su partida. Tenía fuertes enemigos y acreedores, no quería
alertarlos.
Se embarcó en un falucho hacia Roma y al llegar al puerto de Ercole, subieron soldados
españoles que lo detuvieron y encarcelaron por dos días en una supuesta
confusión. La nave partió con los lienzos a bordo, y fueron decomisados al
llegar a su destino por emisarios del Papa.
Liberado el pintor, trató
de llegar a Roma y recuperar su obra. A medio camino lo interceptó un
destacamento que le dio muerte.
Sostenido de los cabellos,
se sintió sumergido en una negrura pesada, pegajosa y angustiante que le
causaba un sufrimiento nunca experimentado, y dolor permanente llevado al
límite de la conciencia. El haz de luz que le impactaba el rostro, resaltaba en
su boca y párpados abiertos el abatimiento y desolación de una vida.
Goliat, enemigo de Dios,
había sido condenado a la noche eterna y la familia Borghese disfrutó el
beneficio de los últimos cuadros del pintor más revolucionario y cotizado de la
época.
23 de febrero de 2014
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