Espíritu de libertad
La dictadura se presenta acorazada
porque ha de vencer.
La democracia se presenta desnuda
porque ha de convencer.
Antonio Gala
—¡El Chacal nos apresó obligándonos a la renunciar! —comentó el
mandatario. Pensar que yo le di el poder. Su ambición lo orilló a buscar al
Embajador Wilson, la eterna piedra en el zapato, para que apoyara el
golpe de Estado.
Taciturno, el vicepresidente lo escuchaba recargado en un rincón de la celda.
El rostro delgado, aguileño, subrayado por un bigote lineal, denotaba
indignación, desesperación e impotencia; su aspecto astroso reflejaba el
maltrato de los últimos días. Soportaba con dificultad el frío de la noche
invernal. Se distrajo de la plática, y la nostalgia lo envolvió con calidez en
el recuerdo de María y los niños. José María, evocó paseos por los jardines de
su casa en Mérida, días de tranquila diversión familiar en la playa y largas
horas destinadas a la lectura y poesía, le prodigaban un remanso de paz en su
agitada vida política. Conservaba la esperanza de volver. Su liberación se
fincaba en la defensa que los representantes de los países amigos hicieron a su
favor.
El
presidente recorría su celda interiorizando sus preocupaciones:
—Tengo que salir de aquí, contactar a las fuerzas leales,
a mis seguidores; retomar el mando; restablecer la alianza con Emiliano en el
sur, y aplacar a Pascual Orozco, en el norte.
Transitaba
inquieto y pensativo por la celda; acariciaba nerviosamente su barba, y
acomodando repetidamente las gafas sobre su nariz, maquinaba su escapatoria…
—Ya lo he hecho antes, debo serenarme y tratar de lograr
la concentración necesaria para establecer comunicación con José Ramiro.
El espiritismo había marcado el rumbo en los
actos trascendentes de su vida pública y privada; orientaba sus más importantes
decisiones con esta práctica y estaba seguro de que ahora, no lo defraudaría.
Pidió papel y lápiz al carcelero, e inició
el rito con las piernas cruzadas, la espalda recta, cabeza levantada y ojos
cerrados. Su facultad de médium había alcanzado niveles muy elevados y podía
ponerse en trance mediante un acto profundo de concentración. Comenzó el
llamado con voz sorda y queda, arrastrando las palabras, repitiéndolas
con monótona regularidad, solicitando con insistencia que acudiera el espíritu:
—José, ven… manifiéstate… te necesito. José, materialízate en mí… incorpórate a
mi cuerpo…
Pasaron largos minutos después de la solicitud, sin ningún cambio. Tras la
larga espera, la cabeza inició un movimiento lento, acompasado y constante,
como el ir y venir de las olas de un mar en calma, o el acompañamiento de una
melodía interior marcada por un metrónomo, o quizá, el tictac del reloj
rubricando los últimos momentos de su vida.
Súbitamente, cambió y se tensó. En una
rigidez pétrea se confundió con el entorno emitiendo sonidos guturales, palabras
confusas e incomprensibles; impasibilidad en el rostro, que bañado en sudor, denotaba una fuerte convulsión
interna, la invasión de energía en su cuerpo timorato, recibiéndola palpitante,
se expresaba en exhalaciones de un vaho gélido, como el ambiente lúgubre y
húmedo del lugar. Sin abrir los ojos, tomó el lápiz, dirigió la mano al papel y
con agilidad de trazo, deslizó palabras sobre la hoja. Terminando desvanecido
sobre el piso de piedra.
El vicepresidente corrió a su lado, lo reanimó palmeándole ligeramente las mejillas
y le entregó el mensaje escrito. Aún aturdido por el esfuerzo, se acomodó los
espejuelos y leyó:
“ Soldado de la
libertad y el progreso, luchador infatigable, prepárate para ser llamado
apóstol de la democracia y considerado uno de los héroes más eminentes de este
país. Acompaña al pelotón y cumple tu destino histórico”. *
—¡Vienen por nosotros¡ ¾le
comentó a José María. Los embajadores lograron nuestro rescate.
No había terminado de hablar cuando oyeron multitud de pasos firmes y marciales
que se acercaban a la celda. El chirriar de los goznes de la reja le hizo
emitir una sonrisa, su libertad anunciaría al país el reencuentro
con el camino por la democracia.
El teniente del destacamento le hizo el saludo militar; el sonido de los
tacones le dio tranquilidad, y se sintió protegido.
— Señor Presidente, acompáñenos, se va exiliado a Cuba.
Con alegría por su libertad y el
cansancio agotador de varios días de tensión, caminó junto a José María,
escoltados por los militares. Dispuestos a iniciar un nuevo derrotero se
adelantaron al batallón para abordar el vehículo. Caminaban apresuradamente
hacia el transporte cuando escucharon a sus espaldas las explosiones repetidas
y mortales de la aplicación de la ley de fugas...
Las manos etéreas de José Ramiro arroparon la caída del presidente, y con un
emotivo abrazo, sellaron su vínculo definitivo…
*Diarios espiritistas de Francisco I. Madero
Espíritu de libertad
La dictadura se presenta acorazada
porque ha de vencer.
La democracia se presenta desnuda
porque ha de convencer.
Antonio Gala
—¡El Chacal nos apresó obligándonos a la renunciar! —comentó el
mandatario. Pensar que yo le di el poder. Su ambición lo orilló a buscar al
Embajador Wilson, la eterna piedra en el zapato, para que apoyara el
golpe de Estado.
Taciturno, el vicepresidente lo escuchaba recargado en un rincón de la celda.
El rostro delgado, aguileño, subrayado por un bigote lineal, denotaba
indignación, desesperación e impotencia; su aspecto astroso reflejaba el
maltrato de los últimos días. Soportaba con dificultad el frío de la noche
invernal. Se distrajo de la plática, y la nostalgia lo envolvió con calidez en
el recuerdo de María y los niños. José María, evocó paseos por los jardines de
su casa en Mérida, días de tranquila diversión familiar en la playa y largas
horas destinadas a la lectura y poesía, le prodigaban un remanso de paz en su
agitada vida política. Conservaba la esperanza de volver. Su liberación se
fincaba en la defensa que los representantes de los países amigos hicieron a su
favor.
El
presidente recorría su celda interiorizando sus preocupaciones:
—Tengo que salir de aquí, contactar a las fuerzas leales,
a mis seguidores; retomar el mando; restablecer la alianza con Emiliano en el
sur, y aplacar a Pascual Orozco, en el norte.
Transitaba
inquieto y pensativo por la celda; acariciaba nerviosamente su barba, y
acomodando repetidamente las gafas sobre su nariz, maquinaba su escapatoria…
—Ya lo he hecho antes, debo serenarme y tratar de lograr
la concentración necesaria para establecer comunicación con José Ramiro.
El espiritismo había marcado el rumbo en los
actos trascendentes de su vida pública y privada; orientaba sus más importantes
decisiones con esta práctica y estaba seguro de que ahora, no lo defraudaría.
Pidió papel y lápiz al carcelero, e inició
el rito con las piernas cruzadas, la espalda recta, cabeza levantada y ojos
cerrados. Su facultad de médium había alcanzado niveles muy elevados y podía
ponerse en trance mediante un acto profundo de concentración. Comenzó el
llamado con voz sorda y queda, arrastrando las palabras, repitiéndolas
con monótona regularidad, solicitando con insistencia que acudiera el espíritu:
—José, ven… manifiéstate… te necesito. José, materialízate en mí… incorpórate a
mi cuerpo…
Pasaron largos minutos después de la solicitud, sin ningún cambio. Tras la
larga espera, la cabeza inició un movimiento lento, acompasado y constante,
como el ir y venir de las olas de un mar en calma, o el acompañamiento de una
melodía interior marcada por un metrónomo, o quizá, el tictac del reloj
rubricando los últimos momentos de su vida.
Súbitamente, cambió y se tensó. En una
rigidez pétrea se confundió con el entorno emitiendo sonidos guturales, palabras
confusas e incomprensibles; impasibilidad en el rostro, que bañado en sudor, denotaba una fuerte convulsión
interna, la invasión de energía en su cuerpo timorato, recibiéndola palpitante,
se expresaba en exhalaciones de un vaho gélido, como el ambiente lúgubre y
húmedo del lugar. Sin abrir los ojos, tomó el lápiz, dirigió la mano al papel y
con agilidad de trazo, deslizó palabras sobre la hoja. Terminando desvanecido
sobre el piso de piedra.
El vicepresidente corrió a su lado, lo reanimó palmeándole ligeramente las mejillas
y le entregó el mensaje escrito. Aún aturdido por el esfuerzo, se acomodó los
espejuelos y leyó:
“ Soldado de la
libertad y el progreso, luchador infatigable, prepárate para ser llamado
apóstol de la democracia y considerado uno de los héroes más eminentes de este
país. Acompaña al pelotón y cumple tu destino histórico”. *
—¡Vienen por nosotros¡ ¾le
comentó a José María. Los embajadores lograron nuestro rescate.
No había terminado de hablar cuando oyeron multitud de pasos firmes y marciales
que se acercaban a la celda. El chirriar de los goznes de la reja le hizo
emitir una sonrisa, su libertad anunciaría al país el reencuentro
con el camino por la democracia.
El teniente del destacamento le hizo el saludo militar; el sonido de los
tacones le dio tranquilidad, y se sintió protegido.
— Señor Presidente, acompáñenos, se va exiliado a Cuba.
Con alegría por su libertad y el
cansancio agotador de varios días de tensión, caminó junto a José María,
escoltados por los militares. Dispuestos a iniciar un nuevo derrotero se
adelantaron al batallón para abordar el vehículo. Caminaban apresuradamente
hacia el transporte cuando escucharon a sus espaldas las explosiones repetidas
y mortales de la aplicación de la ley de fugas...
Las manos etéreas de José Ramiro arroparon la caída del presidente, y con un
emotivo abrazo, sellaron su vínculo definitivo…
*Diarios espiritistas de Francisco I. Madero
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