El club de
la eutanasia
Si la muerte es el único hecho que el ser humano puede,
a lo largo de toda su vida, dar por seguro e ineludible,
si se le brinda el derecho a elegir cómo será su vida,
¿por qué otros dictaminan acerca de cómo debe morir?
Derek Humphry
Llegó Gustavo y saludó a los ocho camaradas de mano, palmeando a algunos en la espalda, ordenó su desayuno a la
mesera y se incorporó a la conversación, comentando:
—Fui a ver a Luis al hospital, sigue en coma, está
lleno de tubos, lo mantienen vivo artificialmente. ¡Qué triste que la última decisión en tu existencia esté en manos del médico o de los familiares!, ¿no? Luis,
siempre tan dinámico e independiente nunca
habría permitido que prolongaran
su existencia en esas condiciones.
Un
silencio expectante se apoderó de la mesa, los integrantes del grupo fijaron la
mirada en Gustavo, atentos a su opinión; los
diálogos cesaron y el tema
acaparó la atención de los concurrentes. Fueron fluyendo los comentarios, se
citaron casos de amistades con enfermedades terminales sufriendo dolores
insoportables, pasando sedadas la mayor parte del tiempo; muchas pedían con
urgencia no seguir viviendo y esperaban ansiosas
que lo ineludible se cumpliera a la brevedad.
Sin que se tome como algo superficial —dijo Fabián— hay una película que habla sobre el
tema, una comedia de humor negro que invita a reflexionar sobre la difícil
situación que enfrentan algunas personas cuando familiares los consideran una
carga, o han sido olvidados en casas de salud o en asilos. En la cinta, los
internos formaron un club para proporcionar la muerte asistida.
—Si existe un seguro de vida, ¿por qué no un seguro
de muerte, que te permita decidir cuando terminar con la tuya y haya quién se
encargue de cumplir lo que estableces previamente en un contrato? —comentó
Gustavo¾, hablamos de la decisión de interrumpir la
existencia del que lo solicite, sin remordimientos, sin cargas morales,
cumpliendo una función social, un trabajo como cualquier otro.
Intervino Antonio diciendo:
—No me parece mala idea, y hasta se podría establecer
una organización discreta para asumir tal labor. ¿No les parece?
Después de varias tasas de café se concluyó que la propuesta era interesante, y si
acaso se llevara a cabo, a todos les tranquilizaría tener asegurado un final
digno.
Gustavo
levantó un poco la voz para
que lo oyeran, y volvió a preguntar:
—¿Les gustaría que les presentara una
iniciativa la próxima semana?
El grupo aceptó pensando que tal vez sólo quedaría en una plática,
sin embargo todos afirmaron quedar
pendientes del planteamiento.
Gustavo llegó temprano al desayuno con unas carpetas bajo el
brazo, saludó, repartió el material y comenzó la explicación:
—Les
entregó la propuesta del tema comentado la semana pasada. Consiste en una
organización secreta que garantizaría la muerte asistida a sus asociados,
siempre y cuando el miembro haya firmado un contrato en el que se especifique
que, en el caso de una enfermedad terminal y falta de conciencia del
involucrado, la decisión de su muerte se someterá a votación. Si el socio está
consciente, tendría que solicitarlo y se votará. El servicio tendría un costo
de inscripción y una cuota por cada defunción. Un número secreto por socio, con
el cual emitiría su voto para autorizar la asistencia en la muerte. A su correo
llegaría la descripción del caso y el número del socio por asistir. La
administración estaría a cargo de un comité, y se invitaría a amistades a
incorporarse en forma confidencial.
—Lo formal no sería problema —dijo Fabián— es
importante saber quién lo va a hacer, que parezca muerte natural o accidente.
—No te preocupes —comentó Gustavo— eso ya lo
solucioné, conozco unos policías judiciales que lo harán gustosos mediante el
pago convenido.
Se designó a varios compañeros para
concretar la propuesta, y en pocos meses se formalizó el Club.
Pronto se amplió la membrecía y comenzaron a llegar a los correos con las
descripciones de asistencia requerida.
Los socios votaban como si con el sufragio eligieran un candidato político, sin
remordimientos ni culpas, eran tan sólo números a seleccionar…
Después de multitud de asistencias, a Fabián le entró la
curiosidad de saber quién era el encargado de culminarlas, esperó se presentara
el caso de un enfermo terminal que fuera conocido. Acudió al hospital y sobornó
a un trabajador de limpieza que le ayudó a esconderse por las noches debajo de
la cama del paciente, y aguardó… Salía del hospital por las mañanas, antes de
que se permitiera la entrada a los familiares. En la madrugada de la tercera
noche oyó que abrían la puerta y observó a un hombre con bata de enfermero
acercarse a la cama. Como la penumbra permitía ver con cierta claridad, asomó
ligeramente la cabeza y distinguió el rostro del operador. Salió abruptamente y
se enfrentó a él.
—¡Gustavo!, tú eres el que realizas las asistencias.
¡Jamás lo imaginé!
Sorprendido,
Gustavo se quitó el tapabocas y el gorro de enfermero para enfrentarlo.
—Ni modo, mi hermano, no tenía trabajo y esto ha dado
estabilidad económica a mi vida. Además, estoy velando sus intereses, al
realizar yo la asistencia no los comprometo ni están en peligro de que
alguien los delate. Agradécelo y ¡vete!,
que tengo trabajo. Cuidado con que me
descubras o te adelanto el contrato. Dicho lo cual, procedió a apagar la
alimentación del oxígeno del socio 3235.
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