viernes, 7 de febrero de 2014

El club de la eutanasia




El club de la eutanasia




Si la muerte es el único hecho que el ser humano puede,
a lo largo de toda su vida, dar por seguro e ineludible,
si se le brinda el derecho a elegir cómo será su vida,
¿por qué otros dictaminan acerca de cómo debe morir?
Derek Humphry


Llegó Gustavo y saludó a los ocho camaradas de mano, palmeando a algunos en la espalda, ordenó su desayuno a la mesera y se incorporó a la conversación, comentando:
         —Fui a ver a Luis al hospital, sigue en coma, está lleno de tubos, lo mantienen vivo artificialmente. ¡Qué triste que la última decisión en tu existencia esté en manos del médico o de los familiares!, ¿no? Luis, siempre tan dinámico e independiente nunca habría permitido que prolongaran su existencia en esas condiciones.
         Un silencio expectante se apoderó de la mesa, los integrantes del grupo fijaron la mirada en Gustavo, atentos a su opinión; los diálogos cesaron y el tema acaparó la atención de los concurrentes. Fueron fluyendo los comentarios, se citaron casos de amistades con enfermedades terminales sufriendo dolores insoportables, pasando sedadas la mayor parte del tiempo; muchas pedían con urgencia no seguir viviendo y esperaban ansiosas que lo ineludible se cumpliera a la brevedad.
                  Sin que se tome como algo superficial —dijo Fabián— hay una película que habla sobre el tema, una comedia de humor negro que invita a reflexionar sobre la difícil situación que enfrentan algunas personas cuando familiares los consideran una carga, o han sido olvidados en casas de salud o en asilos. En la cinta, los internos formaron un club para proporcionar la muerte asistida.
         Si existe un seguro de vida, ¿por qué no un seguro de muerte, que te permita decidir cuando terminar con la tuya y haya quién se encargue de cumplir lo que estableces previamente en un contrato? —comentó Gustavo¾, hablamos de la decisión de interrumpir la existencia del que lo solicite, sin remordimientos, sin cargas morales, cumpliendo una función social, un trabajo como cualquier otro.
         Intervino Antonio diciendo:
         No me parece mala idea, y hasta se podría establecer una organización discreta para asumir tal labor. ¿No les parece?
         Después de varias tasas de café se concluyó que la propuesta era interesante, y si acaso se llevara a cabo, a todos les tranquilizaría tener asegurado un final digno.
         Gustavo levantó un poco la voz para que lo oyeran, y volvió a preguntar:
          —¿Les gustaría que les presentara una iniciativa la próxima semana?
          El grupo aceptó pensando que tal vez sólo quedaría en una plática, sin embargo todos afirmaron  quedar pendientes del planteamiento.
        
Gustavo llegó temprano al desayuno con unas carpetas bajo el brazo, saludó, repartió el material y comenzó la explicación:
         —Les entregó la propuesta del tema comentado la semana pasada. Consiste en una organización secreta que garantizaría la muerte asistida a sus asociados, siempre y cuando el miembro haya firmado un contrato en el que se especifique que, en el caso de una enfermedad terminal y falta de conciencia del involucrado, la decisión de su muerte se someterá a votación. Si el socio está consciente, tendría que solicitarlo y se votará. El servicio tendría un costo de inscripción y una cuota por cada defunción. Un número secreto por socio, con el cual emitiría su voto para autorizar la asistencia en la muerte. A su correo llegaría la descripción del caso y el número del socio por asistir. La administración estaría a cargo de un comité, y se invitaría a amistades a incorporarse en forma confidencial.
         Lo formal no sería problema —dijo Fabián— es importante saber quién lo va a hacer, que parezca muerte natural o accidente.
         No te preocupes —comentó Gustavo— eso ya lo solucioné, conozco unos policías judiciales que lo harán gustosos mediante el pago convenido.
         Se designó a varios compañeros para concretar la propuesta, y en pocos meses se formalizó el Club. Pronto se amplió la membrecía y comenzaron a llegar a los correos con las descripciones de asistencia requerida. Los socios votaban como si con el sufragio eligieran un candidato político, sin remordimientos ni culpas, eran tan sólo números a seleccionar…
         Después de multitud de asistencias, a Fabián le entró la curiosidad de saber quién era el encargado de culminarlas, esperó se presentara el caso de un enfermo terminal que fuera conocido. Acudió al hospital y sobornó a un trabajador de limpieza que le ayudó a esconderse por las noches debajo de la cama del paciente, y aguardó… Salía del hospital por las mañanas, antes de que se permitiera la entrada a los familiares. En la madrugada de la tercera noche oyó que abrían la puerta y observó a un hombre con bata de enfermero acercarse a la cama. Como la penumbra permitía ver con cierta claridad, asomó ligeramente la cabeza y distinguió el rostro del operador. Salió abruptamente y se enfrentó a él.
         —¡Gustavo!, tú eres el que realizas las asistencias. ¡Jamás lo imaginé!
         Sorprendido, Gustavo se quitó el tapabocas y el gorro de enfermero para enfrentarlo.

         Ni modo, mi hermano, no tenía trabajo y esto ha dado estabilidad económica a mi vida. Además, estoy velando sus intereses, al realizar yo la asistencia no los comprometo ni están en peligro de que alguien  los delate. Agradécelo y ¡vete!, que tengo  trabajo. Cuidado con que me descubras o te adelanto el contrato. Dicho lo cual, procedió a apagar la alimentación del oxígeno del socio 3235.                                                                                

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