Las notas fúnebres
del arcoíris
Polux
Las
armonías del sonido y del color pueden
relacionarse por ser ambas fenómenos
vibratorios.
Isaac Newton
(1642-1727)
Mauricie era un artista cotizado en el Stadtpark de Viena,
principal parque de la ciudad, dónde exponía sus obras; pintaba mientras
escuchaba música. Sus pinceles se
deslizaban sobre los lienzos con la
rapidez, el ritmo y lo armónico de una sinfonía o un concierto. Poseía el raro
don de la sinestesia. Aseguraba a sus compradores y a los demás pintores que él
no creaba, que las composiciones musicales tenían vida y colorido propio. Sólo
interpretaba los cuadros musicales de los grandes compositores. Dejaba que su
mano fuera dirigida, no establecía ninguna voluntad en el trazo: era un dictado
y él obedecía.
Al momento
de exponer su obra, ponía en el reproductor la música que lo había inspirado.
El efecto era abrumador, la interpretación enmarcaba de tal modo los lienzos,
que aunque el común de los oyentes no lo comprendiera, sentía la armonía y
plasticidad de los acordes expresados y el colorido delineando medios tonos de
un scherzo; el andante pasivo del azul del cielo, el allegro de una mañana
luminosa de primavera o el adagio naranja de una puesta de sol.
El estilo de sus cuadros podía variar del
naturalismo de un vals al impresionismo de la música de Debussy, con ampliación de las tonalidades y descomposición
de la sonoridad en el mayor número de colores, y el perfecto acoplamiento de la
armonía y la melodía; hasta el arte abstracto de Schoenberg cuyas obras se caracterizan por atmósferas febriles y
excitantes.
Nunca había intentado pintar con música viva durante un
concierto, tenía inquietud por hacerlo. Solicitó permiso y acudió a la
representación de la Misa de Réquiem de Mozart (K. 626) Instaló su caballete
frente a la orquesta, acomodó el lienzo y dispuso las pinturas en la paleta.
El director tomó la batuta y dio inicio la música con el
Introitus interpretado por la soprano y el coro. De inmediato el pincel de
Mauricio comenzó a mandar en el lienzo, el cielo azul pálido de la
interpretación del coro surgió en los primeros trazos. Algunas nubes dispersas,
trazadas por la voz de la soprano dieron vida a un cielo claro.
En el Kyrie Eleison, el coro perfiló delicados verdes en
el campo de armónicos montes distantes. Prosiguió la Sequentia, y las voces de la soprano, el contralto, el barítono
y el tenor, plasmaron en el cielo un arcoíris de sonidos. En el Ofertorio, con
un canto lento y largo dibujó una tumba en la base del arcoíris; en el Sanctus,
se dividió en dos partes, manando el carmesí de una nota alta sobre la tumba y
dibujando las siglas de Mozart. Las notas
altas se escurrieron por la tumba para señalar el nombre de su asesino:
Antonio Salieri,
el eterno rival del compositor.
Lo
había mandado a envenenar y post mortem, él lo denunciaba.
20 de febrero de 2014
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