lunes, 30 de junio de 2014

El partido


El partido


Les tiras el balón y van como locos,
como perros al hueso… igual.
Pep Guardiola



—¡Florinda, ya llegué! Te traigo una sorpresa: Vienen mis compañeros de la oficina a ver el partido de futbol. Sin esperar respuesta, entró una turba de individuos y se instalaron en el interior del departamento unifamiliar. Ocuparon en la sala y el comedor los asientos disponibles y los que no alcanzaron lugar, se sentaron en el piso, recargados en las paredes. El bullicio entró con ellos, arrinconando a la placidez tras de los muebles: pláticas, risas y carcajadas saturaron el espacio y dificultaron la comunicación.
            —¡Paco, la tele! ¡la tele! —¡Es en el Canal de las Estrellas!
            Con seriedad en sus facciones y una sonrisa forzada salió Florinda de su habitación. Despeinada, enfundada en la bata rosa de todos los días; movía los pies rápidamente, deslizando sus pantuflas ribeteadas con piel de conejo sobre los espacios libres, esquivando piernas al caminar por el pasillo y saludando con un ligero movimiento de la cabeza a los que iba rebasando. Se acercó a su marido, lo tomó del brazo y lo condujo a la cocina. Esperaron a que los que estaban preparando botanas, sacando hielos y cervezas del refrigerador, los dejaran solos. Lo miró a la cara y descargó una bocanada de ira sobre el rostro atemorizado de Paco.
            —¡¿Qué te crees, imbécil?! Al traer, sin avisar, a los vagos de tu oficina. ¡No los quiero en mi casa!, sácalos o lo haré yo. Está invitada mi madre a comer con nosotros y llegará en media hora. Los muertos de hambre de tus amigotes están acabando con mi despensa, están ensuciando el piso que acabo de limpiar y mis muebles.
            —No puedo correrlos, cariño. Vinieron a ver el partido mi jefe y dos subdirectores. Como era el lugar más cercano a la oficina, me rogaron que los invitara y tuve que aceptar. No puedo quedar mal con ellos, ya ves que está por resolverse lo de mi ascenso.
            —No se cómo pueden idiotizarse todos los hombres por un juego estúpido de perseguir una pelotita por todo el campo y encolerizarse si ésta no entra al marco o, llorar de alegría si lo hace. No se emocionan tanto cuando nace un hijo o, sufren una pérdida. Nada más porque puedo perjudicar tu ascenso no los corro, pero en cuanto llegue mi madre, me voy con ella a comer fuera. Y cuidado si cuando regrese no encuentro la casa limpia. Diciendo esto, dio media vuelta y, precedida por sus pantuflas de piel de conejo, sorteó las piernas del pasillo y regresó a su cuarto.
           
Como un resorte se pararon todos, pusieron la mano derecha sobre el pecho en señal de saludo y cantaron el Himno Nacional al escuchar los primeros acordes. El pequeño departamento retumbó de patriotismo al escuchar: “Al sonoro rugir del cañón…” Las lágrimas desbordaron a algunos, el orgullo ruborizó las caras y un sentimiento de poder y seguridad se apropió de todos.
            ¡Paquito! —gritó el jefe. Manda por unas pizzas y cervezas, ahí te cooperamos más tarde.
       Tocaron, y pensando que era la comida, abrieron la puerta. Asomó una cabellera corta y platinada; la picardía de unos ojos azules agrandados por los lentes de aumento y la sonrisa de sorpresa en la cara redonda de una vieja rolliza, de vestido floreado.
            Paco se levantó y la presentó al grupo como su suegra; su jefe la tomó del brazo y la sentó junto a él frente al televisor. Le ofrecieron una bebida y aceptó una “cubita”. Le explicaron quién jugaba en contra  de México y el color de los uniformes de cada equipo. A la segunda “cubita” comenzó a opinar: —¿Y que hace ese señor que parece sapo güero corriendo, dando saltos y moviendo los brazos al filo del campo? ¿es porrista? Todos acogieron con una carcajada el comentario y le ofrecieron la tercera “cubita”. Fue ahí que en un acercamiento enfocaron a varios jugadores de camiseta naranja y sin poderse contener exclamó: ¡Virgen Santísima, que hombres! ante el aplauso estruendoso de la concurrencia.
            —¡ Mamá! —Se escuchó la voz de Florinda. —¡Vámonos a comer!.
            — Si hija, sólo déjame terminar. Extendió sus brazos al frente y moviendo las manos como mariposa en vuelo, al mismo tiempo que todos los concurrente, castigó al arquero Holandés con un sonoro  ¡Puuuuutoooo!
           
           
30 de junio de 2014

             

lunes, 23 de junio de 2014

Con el tiempo en contra

Con el tiempo en  contra

Pólux

"Un sistema escolar que no tenga
 a los padres como cimiento es igual a
una cubeta con un agujero en el fondo."
Jesse Jackson

No quería salir de la escuela, el miedo lo aterrorizaba. El dolor punzante le oprimía el pecho y la sensación de ardor en el bajo vientre lo obligaba a presionarlo para disminuir el dolor, que aumentaba conforme se acercaba la hora  en que la campana indicara la terminación del día escolar. El tiempo corría en su contra y al final, inevitablemente lo alcanzaría.
            Abandonaron los alumnos en tropel los salones de clase entre risas, pláticas animadas, gritos y carreras. La escuela se fue quedando vacía; desfondada del bullicio volvieron los ecos y los ruidos esporádicos del viento, agitando puertas y ventanas. Se escuchó el sonido hueco de unas pisadas sigilosas y pesadas sobre el piso (o tal vez, lo imaginé). Al final del pasillo, una sombra se adelantó a la aparición del cuerpo obeso de un joven de lentes que caminaba despacio y con precaución. Se asomó a la calle por los cristales de la puerta de entrada y esperó varios minutos para volverlo hacer. Abrió la puerta y se aventuró a la calle con paso firme y volteando hacia los lados como buscando a alguien. Tan rápido como se lo permitían sus gruesas piernas y sosteniendo su mochila sobre su espalda, avanzó cincuenta metros. Sabía que el tiempo corría en su contra y al final inevitablemente lo alcanzaría. Y así fue.
             Salieron detrás de una casa cinco individuos (o ¿cuatro? ) y se acercaron socarronamente a él, rodeándolo.
            —¡Hola, cerdito! —dijo el que parecía ser jefe del grupo y ahora estaba frente a él. ¿Traes tu cuota de paso? Porque esta calle es nuestra y el que la usa, paga.
            Las risas de los demás, celebrando la ocurrencia del jefe, taladró sus oídos y lo intimidó. Sudando por el nerviosismo, negó tímidamente con la cabeza.
            —¡¿Nos quieres robar?! Denle una calentadita para que sepa que tiene que cubrir la cuota cada vez que pase por esta calle.
            Los cuatro individuos (o ¿tres?) se abalanzaron sobre él y lo tundieron a golpes, después se retiraron entre risas y sarcasmos.  
            Tobías llegó a su casa sangrando, con moretones en cuerpo y cara, la ropa desgarrada, los lentes rotos y su mochila rajada, inservible.
            Llorando de coraje e impotencia, se metió a las redes sociales en su computadora e inició una larga comunicación con sus amigos…
           
Salió de la escuela como de costumbre, cuándo ya se había retirado todo el alumnado, se dirigió  nerviosamente hacia su casa. A medio camino le salieron al paso los cinco individuos del día anterior (o ¿cuatro?) y le requirieron el pago. Cubrió su cuota de treinta pesos y se retiró, no sin recibir dos o tres golpes en la cabeza, acompañados de la consecuentes burlas.
            El siguiente día sólo tres individuos sostenían la vigilancia y se mostraron menos agresivos al recibir el pago.
            Intrigado el jefe de la banda, se preguntaba dos días después, el porqué de la inasistencia de sus tres compañeros a la guardia para cobrar la cuota de paso. No se habían comunicado con él telefónicamente, ni a través de internet.
            Recargado en un árbol conversaba con el otro miembro de la banda, unos brazos los inmovilizaron por atrás; varios individuos los maniataron y  pusieron un capuchón oscuro cubriendo las cabezas. Comprendieron que el tiempo corría en su contra y al final inevitablemente los alcanzaría. Los subieron a un automóvil y después de veinte minutos de recorrido llegaron a su destino. Oyeron como se descorría la cortina de lo que supusieron era una cochera ( o ¿un almacén?) y los introdujeron. Los colgaron de los brazos y mientras lo hacían percibieron la presencia de otros cuerpos cercanos a ellos. Escucharon el restallar del látigo sobre sus espaldas y una voz joven, detrás de ellos, sentenció:
            —¡Ahora sí, desgraciados! ¡Se acabó el bullying!
            Lo realmente seguro, es que fueron veinte los latigazos que recibieron cada uno y la amenaza de que si continuaban hostigando a sus compañeros, la Liga Escolar Contra el Acoso,  los volvería a castigar. Supieron entonces que el tiempo corrió en su contra, y al final inevitablemente los alcanzó.


24 de junio de 2014

martes, 17 de junio de 2014

Amistad

Amistad



Un amigo es alguien que lo sabe todo de ti
 y a pesar de ello te quiere
Elbert Hubbard


Ahí va caminando Pedro rodeado de amigos, como de costumbre. Su buen humor y compañerismo permiten que nunca ande solo. Seguramente van al partido de futbol. No me atrevo a ir con ellos porque aún no le he pagado las monedas que me prestó. Me comprometí a devolverle el dinero hace un mes. La verdad, no he podido juntarlo. Seguro pensará que me estoy haciendo el desentendido. No ha dicho nada, no me ha cobrado, pero sé que lo hará.
            Saludó desde lejos levantando la mano y dirigiéndome una sonrisa. Tal vez piense que actuando así le pagaré más rápido. No quiero que me considere moroso y por el retraso, no  vuelva a prestarme. Si pudiera cubriría la deuda. Lo molesto es sentir su coacción.
           Agradezco me haya salvado con unas monedas del apuro económico y sufro cuando estando juntos, condescendiente sonríe; platica de todo con una complacencia que me descontrola, y no habla del préstamo. Parece el juego del gato y el ratón: se divierte atrapándome y dejando que huya, hasta que en cualquier momento se canse; es un artilugio sadomasoquista, el arma que lo sitúa en una posición de dominio constante, le otorga el poder de control sobre mis acciones y opiniones. Me somete, y obliga a una amistad servicial, como pago de intereses usureros.
            Hablé para explicarle mi incapacidad de solventar la deuda, y contestó que no me preocupara, esperaría el tiempo necesario, no le urgía el dinero. Sigue lastimándome con su indulgencia y lo disfruta. Estoy desesperado, no se qué hacer.
            Sigo dado vueltas al asunto del préstamo de Pedro, y lleguoma la conclusión que con mis ingresos actuales no podré pagar. Además, su bonhomía molesta, su personalidad confronta, revelando lo más oscuro que hay en mí. Como espejo refleja lo contrario de lo que soy, descubre la mezquindad que me carcome… la maldad que habito. Y ante esta situación, no hay mas que dos opciones: transformar mi modo de pensar y actuar en la vida, practicando la ética y los valores morales de la sociedad o, desaparecer el azogue reflectorio de mis debilidades…
            Lo cité por la noche en el Cerro del Capulín, lugar apartado del pueblo y deshabitado. Se extrañó, y para evitar suspicacias le dije que quería tratar un asunto íntimo de familia.
            Escucho el ruido que hace al subir por la vereda, el crujir de ramas de los arbustos se oye cada vez más cercano. Agazapado entre la maleza, observo el claro por donde pronto aparecerá Pedro. La luminosidad de la luna da vida de plata a la espesura, mientras la tensión  está por desencadenar la energía acumulada por el tiempo de espera que me liberará del compromiso. Percibo su cercanía, distingo el movimiento entre los arbustos, espero que cruce por el claro y… ¡aprieto el gatillo! Al escucharse la detonación el ambiente se altera, la existencia modifica el rumbo y el destino  trastorna  mi vida…
           
En la crujía, espero con paciencia el término de la sentencia de seis meses por la caza furtiva de un ciervo, y aguardo la respuesta de Pedro, mi amigo, sobre la solicitud del préstamo para pagar la multa.  


jueves, 12 de junio de 2014

La posesión



La posesión


Pólux


"Soy un hombre intranquilo, nervioso,
muy nervioso; pero no estoy loco, como
dicen los médicos..."
Médium
Pío Baroja

Le sonreí al amigo de Román a través de ella. Percibí que  notó el gesto raro y se asustó. No sé transmitir sentimientos humanos y ellos, lo notan. Mi sonrisa es extraña, ausente, como si no  perteneciera al cuerpo que la emite; el gesto mecánico de una marioneta burlándose del mundo de los vivos. La existencia simulada, alegría agria de lo etéreo.
             la posibilidad de cambiar de cuerpo me resulta atractiva. Ella fue el vehículo que me permitió materializarme. La poseí por su alta sensibilidad y poca resistencia a mi dominio incorpóreo. Sin embargo, el muchacho representa un reto: un ser fuerte, combativo e independiente, que me permitirá disfrutar una existencia material convertida en hombre.
            Tengo que llamar su atención, buscar un medio para poseerlo, incautar su espíritu, dominar su resistencia, aniquilar su voluntad. He esperado tanto, que no me importa hacerlo más. El tiempo es invento de los humanos, para nosotros sólo espacios y los cruzamos sin dificultad.
            Ya no viene a visitar a Román, percibe mi presencia, mis intenciones. Tiene miedo. Lo enfermaré  para forzarlo. Le haré padecer un mal que lo mantenga en cama y  ponga grave, que obligue a su amigo a presentarse en esta casa.
            utilizaré la telequinesia para inducirlo a prestar atención e ir capturando su mente. Por medio del fluido psíquico enviaré energía a la campana de la puerta y la haré sonar para que investiguen. Lo haré todos los días hasta controlar su mente.
            Llevó una semana repiqueteando en la entrada. En un principio acudían a abrir, asomaban y salían a la calle a buscar quién tocaba. Después, sospecharon que les estaban jugando una broma y salían corriendo. Al no encontrar a nadie, dejaban entreabierto para sorprender al bromista. Optaron por quitar el cordón a la campana y a pesar de eso, la sigo haciendo sonar. Esto los espantó, y el amigo de Román, aterrorizado al comprender que estaba presenciando un fenómeno superior a su  entendimiento, escapó despavorido.
            He logrado mi objetivo, ya estoy dentro de él. No se ha enterado aún. Me siento fuerte y firme en este cuerpo joven. Me posesiono lentamente de todo el organismo. Comienza a sentir mi presencia por las vibraciones en su cerebro; inicio con un movimiento trepidatorio imperceptible y se agudiza causando fuertes dolores de cabeza. Es necesaria esa agitación para dominar por completo al cerebro. Sin embargo, se resiste y su cuerpo combate mi intento de posesión. Es una lucha desgastante que al final voy a ganar, como siempre.
            Lo llevaron al psiquiatra y después de los exámenes correspondientes, le diagnosticaron esquizofrenia. Esto me permite actuar con libertad dentro de él y justificar ante los demás sus actitudes.

Llevo años conviviendo con él; sigue sosteniendo la defensa de su cordura ante familiares, amigos, médicos, y en el hospital en que residimos. No le gusta que lo fotografíen porque a veces aparezco junto a su imagen. Es mi espíritu exhibicionista que no puedo controlar. Me pasó desde mi anterior huésped. Tampoco se mira en los espejos porque me ve sonreírle y al parecer me detesta. Estamos correspondidos, pienso cambiar de huésped.
            Estoy aburrido, para divertirme lo pondré irascible, lo estimularé con desesperación, ansiedad y coraje. ¡Ya está¡ Se volvió un energúmeno, ya golpeó a dos compañeros y a los enfermeros, queriendo controlarlo lo están persiguiendo por los jardines del hospital. Me divierte que se haya saltado la barda y escapado. Ya corrió dos cuadras y acaba de atrapar a un policía  por la espalda,  le quitó el arma y... ¡Se la puso en la sien!... ¡No lo hagas!... ¡No!
            —¡Adiós cabrón!... ¡Bang!

10 de junio de 2014