lunes, 23 de junio de 2014

Con el tiempo en contra

Con el tiempo en  contra

Pólux

"Un sistema escolar que no tenga
 a los padres como cimiento es igual a
una cubeta con un agujero en el fondo."
Jesse Jackson

No quería salir de la escuela, el miedo lo aterrorizaba. El dolor punzante le oprimía el pecho y la sensación de ardor en el bajo vientre lo obligaba a presionarlo para disminuir el dolor, que aumentaba conforme se acercaba la hora  en que la campana indicara la terminación del día escolar. El tiempo corría en su contra y al final, inevitablemente lo alcanzaría.
            Abandonaron los alumnos en tropel los salones de clase entre risas, pláticas animadas, gritos y carreras. La escuela se fue quedando vacía; desfondada del bullicio volvieron los ecos y los ruidos esporádicos del viento, agitando puertas y ventanas. Se escuchó el sonido hueco de unas pisadas sigilosas y pesadas sobre el piso (o tal vez, lo imaginé). Al final del pasillo, una sombra se adelantó a la aparición del cuerpo obeso de un joven de lentes que caminaba despacio y con precaución. Se asomó a la calle por los cristales de la puerta de entrada y esperó varios minutos para volverlo hacer. Abrió la puerta y se aventuró a la calle con paso firme y volteando hacia los lados como buscando a alguien. Tan rápido como se lo permitían sus gruesas piernas y sosteniendo su mochila sobre su espalda, avanzó cincuenta metros. Sabía que el tiempo corría en su contra y al final inevitablemente lo alcanzaría. Y así fue.
             Salieron detrás de una casa cinco individuos (o ¿cuatro? ) y se acercaron socarronamente a él, rodeándolo.
            —¡Hola, cerdito! —dijo el que parecía ser jefe del grupo y ahora estaba frente a él. ¿Traes tu cuota de paso? Porque esta calle es nuestra y el que la usa, paga.
            Las risas de los demás, celebrando la ocurrencia del jefe, taladró sus oídos y lo intimidó. Sudando por el nerviosismo, negó tímidamente con la cabeza.
            —¡¿Nos quieres robar?! Denle una calentadita para que sepa que tiene que cubrir la cuota cada vez que pase por esta calle.
            Los cuatro individuos (o ¿tres?) se abalanzaron sobre él y lo tundieron a golpes, después se retiraron entre risas y sarcasmos.  
            Tobías llegó a su casa sangrando, con moretones en cuerpo y cara, la ropa desgarrada, los lentes rotos y su mochila rajada, inservible.
            Llorando de coraje e impotencia, se metió a las redes sociales en su computadora e inició una larga comunicación con sus amigos…
           
Salió de la escuela como de costumbre, cuándo ya se había retirado todo el alumnado, se dirigió  nerviosamente hacia su casa. A medio camino le salieron al paso los cinco individuos del día anterior (o ¿cuatro?) y le requirieron el pago. Cubrió su cuota de treinta pesos y se retiró, no sin recibir dos o tres golpes en la cabeza, acompañados de la consecuentes burlas.
            El siguiente día sólo tres individuos sostenían la vigilancia y se mostraron menos agresivos al recibir el pago.
            Intrigado el jefe de la banda, se preguntaba dos días después, el porqué de la inasistencia de sus tres compañeros a la guardia para cobrar la cuota de paso. No se habían comunicado con él telefónicamente, ni a través de internet.
            Recargado en un árbol conversaba con el otro miembro de la banda, unos brazos los inmovilizaron por atrás; varios individuos los maniataron y  pusieron un capuchón oscuro cubriendo las cabezas. Comprendieron que el tiempo corría en su contra y al final inevitablemente los alcanzaría. Los subieron a un automóvil y después de veinte minutos de recorrido llegaron a su destino. Oyeron como se descorría la cortina de lo que supusieron era una cochera ( o ¿un almacén?) y los introdujeron. Los colgaron de los brazos y mientras lo hacían percibieron la presencia de otros cuerpos cercanos a ellos. Escucharon el restallar del látigo sobre sus espaldas y una voz joven, detrás de ellos, sentenció:
            —¡Ahora sí, desgraciados! ¡Se acabó el bullying!
            Lo realmente seguro, es que fueron veinte los latigazos que recibieron cada uno y la amenaza de que si continuaban hostigando a sus compañeros, la Liga Escolar Contra el Acoso,  los volvería a castigar. Supieron entonces que el tiempo corrió en su contra, y al final inevitablemente los alcanzó.


24 de junio de 2014

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