jueves, 8 de septiembre de 2016

El pacto roto

El pacto roto


Pacto roto cual papel,
querer y no querer.
Decisiones erradas,
Falsas promesas…
Mery Bracho

Un lóbrego atardecer desparrama sombras y murmullos oscuros sobre la estrecha calle, los últimos rayos del sol otoñal se alejan dorando débilmente las hojas de los árboles y delineando apenas, con reflejos mustios, la pequeña ventana donde el hálito susurrante y frío, se apresura a arrastrar las hojas muertas para dispersarlas en pequeños remolinos que rozan el cristal, donde  la figura encorvada de Antonio puede ser observada a contraluz. El viejo bar cercano al panteón, herencia de una arquitectura colonial, se ha resistido a morir; sobrevive gracias a la asiduidad  de su ancestral clientela.  
         En la soledad de una  mesa alejada del bullicio, inclinado sostiene con las manos el mentón de su cabeza cana, frente a una botella de ron. La débil iluminación amarillenta del local, y el perfil reflejado en el espejo del bar, le otorga rasgos dramáticos a la escena. La ropa oscura y ajada, coincide con las circunstancias que lo atormentan; su apariencia denota descuido de varios días, falta de pulcritud y aseo. El sufrimiento lo doblega, le demuestra que en instantes el destino puede alterar los sueños, ilusiones, planes y… la vida misma.
         Levanta la cabeza, se sirve una copa y observa en el cristal frente a él, una mirada triste, llena de emociones encontradas, de recuerdos intensos, imágenes que le desgarran las entrañas,  confusión de ideas que desbordan en sutiles lágrimas cargadas de angustia. Por momentos, la desolación violenta concentra en los puños la ira, emblanqueciendo los nudillos, y lastimando las palmas. Manifiestan el rechazo a la tragedia que lo arrincona con dolor  en aquel vetusto bar.
         Con rabia, trataba de digerir la última e incomprensible despedida de una relación que fue apasionante, inagotable en emociones y caricias; un amor entrañable y respetuoso. No comprende el fin del compromiso, no asimila el abandono, el rompimiento forzado del vínculo. No acepta la huida.
         Se sirvió otra copa y desvió la mirada para observar nuevamente su imagen. Sonrió con melancolía al recordar momentos felices al lado de Alicia, la única mujer que ha amado. Pasaron en tropel imágenes de la juventud compartida con Pablo, el amigo de ambos. Aquel compañero de infancia, juventud y juergas que los ha acompañado en su zascandilear por la vida.
          Termina de un trago el resto de su ron, el líquido le escuece la garganta y una sensación caliente bajó por su esófago, dispersándose en el organismo como un abrazo de consolación: la confortación amigable de un compañero que intenta tranquilizarlo. Recuesta su frente sobre el borde de la mesa y llora el dolor que lo abruma. La ansiedad, la desesperación e impotencia por l lo inmovilizan, es incapaz de pensar en el futuro.
         ¿Qué hará?, ¿cómo vivirá sin ella?
         El sentimiento de despecho aflora de su garganta y provoca un rugido interior, un dolor ahogado, angustiante y opresor que le provoca una constante taquicardia y  congoja expresada en lamentos, y palabras apenas audibles, ocultas tras el llanto:
         ¾¡Me dejaste!  ¡Traidora!... ¿Por qué me abandonaste?...
         Levantó la cabeza y sollozó largo rato sin importarle las miradas inquisitivas e incomodas  de la clientela.
         El desabrido sonido del teclado, ejecutado por una figura gris escondida tras el proscenio, se mezcla en el ambiente nebuloso del tabaco y el olor a alcohol. El tufo decadente y triste del lugar, se acentúa por el mobiliario oscuro y desgastado, escondiendo en su negrura al horizonte clientelar.  Da un trago a su bebida y piensa:
         Tengo que esperar, él tarde o temprano, llegará…
         Las puertas abatibles del bar se abren intempestivamente, el furtivo rayo de luz  que trata de penetrar la penumbra, es degollado lentamente al cerrarse ambas hojas tras la entrada de Pablo. Con gesto adusto, denotando un profundo malestar, se dirige con paso firme a la mesa.
         Antonio, con el rostro desencajado se levanta bruscamente liberando en su caminar apresurado, las emociones reprimidas… El ímpetu de ambos los lleva a encontrarse en la penumbra.
         Chocan sus cuerpos en un fuerte abrazo fraternal. Las lágrimas hermanadas en los rostros, se confunden en instantes en un sólo cauce. Pablo deposita sobre la mesa la urna con las cenizas de Alicia:
         —Duró tres horas la cremación, amigo. Qué bueno que no fuiste, no lo hubieras aguantado.


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