El pacto roto
Pacto roto
cual papel,
querer y no
querer.
Decisiones
erradas,
Falsas
promesas…
Mery Bracho
Un lóbrego atardecer desparrama
sombras y murmullos oscuros sobre la estrecha calle, los últimos rayos del sol otoñal
se alejan dorando débilmente las hojas de los árboles y delineando apenas, con reflejos
mustios, la pequeña ventana donde el hálito susurrante y frío, se apresura a
arrastrar las hojas muertas para dispersarlas en pequeños remolinos que rozan
el cristal, donde la figura encorvada de
Antonio puede ser observada a contraluz. El viejo bar cercano al panteón, herencia
de una arquitectura colonial, se ha resistido a morir; sobrevive gracias a la
asiduidad de su ancestral clientela.
En la soledad de una mesa alejada del bullicio, inclinado sostiene
con las manos el mentón de su cabeza cana, frente a una botella de ron. La
débil iluminación amarillenta del local, y el perfil reflejado en el espejo del
bar, le otorga rasgos dramáticos a la escena. La ropa oscura y ajada, coincide
con las circunstancias que lo atormentan; su apariencia denota descuido de
varios días, falta de pulcritud y aseo. El sufrimiento lo doblega, le demuestra
que en instantes el destino puede alterar los sueños, ilusiones, planes y… la
vida misma.
Levanta la cabeza, se sirve una
copa y observa en el cristal frente a él, una mirada triste, llena de emociones
encontradas, de recuerdos intensos, imágenes que le desgarran las entrañas, confusión de ideas que desbordan en sutiles
lágrimas cargadas de angustia. Por momentos, la desolación violenta concentra
en los puños la ira, emblanqueciendo los nudillos, y lastimando las palmas.
Manifiestan el rechazo a la tragedia que lo arrincona con dolor en aquel vetusto bar.
Con rabia, trataba de digerir
la última e incomprensible despedida de una relación que fue apasionante, inagotable
en emociones y caricias; un amor entrañable y respetuoso. No comprende el fin
del compromiso, no asimila el abandono, el rompimiento forzado del vínculo. No
acepta la huida.
Se sirvió otra copa y desvió
la mirada para observar nuevamente su imagen. Sonrió con melancolía al recordar
momentos felices al lado de Alicia, la única mujer que ha amado. Pasaron en
tropel imágenes de la juventud compartida con Pablo, el amigo de ambos. Aquel
compañero de infancia, juventud y juergas que los ha acompañado en su zascandilear
por la vida.
Termina de un trago el resto de su ron, el
líquido le escuece la garganta y una sensación caliente bajó por su esófago,
dispersándose en el organismo como un abrazo de consolación: la confortación
amigable de un compañero que intenta tranquilizarlo. Recuesta su frente sobre
el borde de la mesa y llora el dolor que lo abruma. La ansiedad, la
desesperación e impotencia por l lo inmovilizan, es incapaz de pensar en el
futuro.
¿Qué hará?, ¿cómo vivirá sin
ella?
El sentimiento de despecho
aflora de su garganta y provoca un rugido interior, un dolor ahogado, angustiante
y opresor que le provoca una constante taquicardia y congoja expresada en lamentos, y palabras apenas
audibles, ocultas tras el llanto:
¾¡Me dejaste! ¡Traidora!... ¿Por qué me abandonaste?...
Levantó la cabeza y sollozó
largo rato sin importarle las miradas inquisitivas e incomodas de la clientela.
El desabrido sonido del
teclado, ejecutado por una figura gris escondida tras el proscenio, se mezcla
en el ambiente nebuloso del tabaco y el olor a alcohol. El tufo decadente y
triste del lugar, se acentúa por el mobiliario oscuro y desgastado, escondiendo
en su negrura al horizonte clientelar. Da un trago a su bebida y piensa:
Tengo que esperar, él tarde o temprano, llegará…
Las puertas abatibles del bar
se abren intempestivamente, el furtivo rayo de luz que trata de penetrar la penumbra, es
degollado lentamente al cerrarse ambas hojas tras la entrada de Pablo. Con
gesto adusto, denotando un profundo malestar, se dirige con paso firme a la
mesa.
Antonio, con el rostro
desencajado se levanta bruscamente liberando en su caminar apresurado, las
emociones reprimidas… El ímpetu de ambos los lleva a encontrarse en la
penumbra.
Chocan sus cuerpos en un
fuerte abrazo fraternal. Las lágrimas hermanadas en los rostros, se confunden
en instantes en un sólo cauce. Pablo deposita sobre la mesa la urna con las
cenizas de Alicia:
—Duró tres horas la cremación,
amigo. Qué bueno que no fuiste, no lo hubieras aguantado.
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