lunes, 30 de enero de 2017

Apocalipsis

Apocalipsis


Los hombres se meterán en las cuevas de las rocas,
y en las grietas del suelo, ante el terror del Señor
 y el esplendor de su majestad, cuando él se levante
 para hacer temblar la tierra.
Isaias 2:19
En la sala de conferencias abarrotada por representantes de gran parte de las naciones, el vocero oficial habla en la penumbra micrófono en mano, y frente a una pantalla en la que se proyectan imágenes impresionantes de devastación y muerte:
“…tengan presente que el mundo no olvida los sucesos que orillan a la destrucción de la humanidad: El recuerdo conserva un antigua retórica de guerra que se eleva como un árbol o una columna dórica; habitualmente duerme dentro de nuestros sueños, como una pesadilla constante de la que somos en secreto sus exclusivos dueños.”* “¡Un político psicópata que ha tomado el control de la nación más poderosa del mundo! Se  siente elegido por el espíritu maligno del dictador alemán que llevó a la humanidad a una guerra mundial en el siglo pasado, y como él, inocula en sus seguidores el virus racista y xenófobo que con  nacionalismo radical pretende dominar comercial, militar y económicamente al planeta. Expulsa del país a millones de trabajadores indocumentados, y aísla a su nación mediante un muro a lo largo de la frontera; obliga a la industria a producir dentro de su territorio los bienes que antes hacía en el extranjero, y aumenta los aranceles a la importación de mercancías. Estas acciones lo confrontan con la mayoría de los bloques comerciales y económicos del mundo.”
“En su afán de grandeza y poderío, el psicópata aumentó el arsenal bélico de su país, obligando al resto de naciones a hacer lo mismo. La competencia comercial y los ánimos bélicos se han enconado, los roces armamentistas proliferan en diferentes puntos. Los ánimos se caldean. Se ha intensificado la lucha por el control y apropiación de las fuentes fósiles de energía. Parece que se ha llegado a una situación sin retorno…”
“En algún punto estratégico del Medio Oriente, se ha prendido la mecha y desatado el enfrentamiento primario con misiles de medio alcance. La situación se vive con angustia en cada país. Por primera vez, y quizá la última en la historia de la humanidad, el mundo podrá observar en las pantallas electrónicas, su destrucción.”
“En un escritorio de la oficina oval de la Casa Blanca, el psicópata mantiene tensa la mano sobre el botón rojo. Observamos en las pantallas que el sudor le cubre el rostro, la tensión le endurece las facciones; sus ojos de ave de presa saltan de un monitor a otro mandando las señales que determinarán el momento del estrangulamiento final.  Está rodeado de militares y funcionarios expectantes de los informes en los diferentes frentes. Analizan la destrucción de ciudades; las cifras mortales se actualizan por miles en las pizarras electrónicas. Es la destrucción y el caos: los Cuatro Jinetes del Apocalipsis avanzan arrasando pueblos, sembrando pánico, horror y muerte. La adrenalina se enraiza en el cuarto de mando y por el cuerpo del mandatario la energía fluye alterando sus sentidos con la ardiente emoción que lo embarga, mientras en su mente lo domina un pensamiento: Dormiría toda mi vida para conseguir un sueño*.
“Ahora lo vemos levantar levemente el dedo índice, y con una sonrisa en la boca ¡oprimir con fuerza el botón rojo!... ¡Ha iniciado la destrucción de la humanidad!...”
¡Se escucha el retumbar estruendoso de las paredes del salón!, el crujir de muebles y cristales rotos, gritos de desesperación y sonidos de sirenas, el correr de gente en la oscuridad…
De pronto se encienden las luces, y la voz tranquila del presentador informa:
Acaban de vivir la emoción más grande de su vida con nuestro sistema Sense Around y el nuevo videojuego “Apocalipsis”, que los ha trasladado en minutos a una situación potencialmente posible y actual. Con este entretenimiento pueden alterarse las circunstancias y finales de una conflagración mundial, cambiar a los actores, sus acciones y el destino de la humanidad.
Soliciten sus pedidos en los escritorios de la salida. Gracias por acudir a nuestra presentación.

*Silvina Ocampo (1913-1993)
30 de enero 2016

miércoles, 25 de enero de 2017

El grito

El grito

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Acongojado por la pérdida, con la angustia recorriéndome las entrañas y el terror de enfrentar a mis perseguidores, corro tambaleante por el sendero que rodea la colina; encorvado por el dolor interno que me dificulta el respirar. Sofocado por el largo acoso trato de apresurar el paso. Vengo huyendo desde la ciudad de Oslo, seguido por la policía. Me ahoga el cansancio y al aspirar una bocanada de aire helado, expectoro con tos seca, lastimando la garganta. Es el atardecer y espero con ansia la lobreguez protectora, ansío que el cielo deje de derramar las tonalidades naranjas de nubes encordadas y retorcidas en el horizonte, que con llamaradas de fuego, me auguran un destino siniestro. Me detengo, apoyándome en la valla que limita el acantilado del fiordo, y volteo hacia la semioscuridad en busca de mis perseguidores. Por un instante, pienso en traspasar la barrera y terminar de una vez por todas con el sentimiento de angustia, desesperación y terror que me persigue y atormenta desde la ruptura violenta de la relación con Silje.
Una y otra vez maldigo a Edvard que me insertó en esta historia de amor. Seis pinturas que inician en un romance y terminan con la pesadilla que estoy viviendo.
Me plasma en los cuadros “Cupido” y “Atracción”, e ingreso al universo intangible del arte con trazos difusos e indefinidos a cumplir mi objetivo: el cortejo y enamoramiento de Silje, la escultural mujer de cabellera rubia, ojos azul agua, pálidos y deslavados que transmiten miradas hipócritas de inocencia; máscara con la que zanquea en esta sociedad alegre y desenfrenada del París expresionista de principios de siglo. Encuentros y desencuentros, amor a hurtadillas, encubierto y disimulado, en un mundo disipado y libertino en el que libábamos nuestro idilio. Nunca conocí su vida, su familia o amistades; sólo ella y yo en el mundo interior y etéreo de la pintura. En “Amor y Psique” intuí su esencia, y me apasionó; me enlacé en la espiral nefasta del erotismo enajenado que, de la mano de Edvard nos llevó a “Celos”, el infierno de la confusión, inseguridad y caos; del rencor y el odio, insomnios y borracheras incubando en mi organismo el germen insaciable del desquite y la venganza.
La locura se desató cuando en el hotel París, ella terminó la relación con un frío:
¡Ya no te quiero!, mi esposo, te busca…
El llanto se apoderó de mi, y un odio como nunca había sentido afloró, nublando mi mente. Espantada, Silje trató de pedir ayuda con gritos de alarma. Incapaz de afrontar su pérdida, con el deseo intenso de que sólo fuera mía y no me abandonara, la cogí del cuello y apreté con desesperación…
Salí corriendo del hotel. Tras de mí los guardias de seguridad del hotel y la policía, comenzaron el acoso.

Las fuerzas me abandonan, volteo hacia Edvard, implorando que esté fuera del cuadro y con la intensidad de mi congoja, ahueco las manos alrededor de mi boca y grito:
¡Sálvame de la locura en que me metiste! ¡Bórrame! ¡No me dejes aquí!...

 * Del cuadro “El grito” de Edvard Munch.

martes, 17 de enero de 2017

¿Sacrilegio?

¿Sacrilegio?

Fingimos lo que somos; seamos lo que fingimos.
Pedro Calderón de la Barca
(1600-16819
Hacia las tres de la tarde de un martes de noviembre, después de haber comido en el restaurante de todos los días y apresurado por los inquietos demandantes de mesa que esperaban que desocupara rápidamente el lugar, me encaminé al parque antes de volver a mis labores de oficina. La nubosidad oscura y el viento plagado de humedad  amenazaban con derramar una fuerte lluvia. Le resté importancia y seguí mi caminata. No tardaron mucho en hacer efectiva la advertencia, salí corriendo hasta la biblioteca pública donde me refugié. Nunca he frecuentado los centros de estudio, pero como el aguacero parecía que iba a durar un buen rato, entré.
            No quise dar la impresión de ignorante y desorientado. Cambié mi actitud inicial y, como si fuera un lector frecuente, transformé mi porte de oficinista por el de un intelectual comprometido con la cultura. En principio, me desprendí de la corbata, agité el agua de  mi escaso cabello y encorvé la figura para aparentar que las horas de estudio me habían doblegado. Alejé los lentes hasta la punta de la nariz para aguzar mi lucidez, doblé mi revista Chilango para que pareciera una  literaria, y me introduje en los pasillos cubiertos de sabiduría, polvo y silencio.
            Iba revisando la estantería, sacando libros al azar, leyendo los títulos sin que  llamara mi atención ninguno. Transitando por la sección de novelas, tomé un libro del anaquel que me quedaba a la altura de los ojos y leí: Prólogo al amor, de Taylor Caldwell, novela cursi, pensé. Cuando la iba a colocar nuevamente en su sitio, me encontré por el hueco, del otro lado del librero, un par de ojos negros resguardados por grandes pestañas rizadas, que al cerrarse parecían llamarme como dedos de la mano. No lo pensé más, tomé el libro y de prisa caminé al final del anaquel, di la vuelta y  contemplé su bella cara frente a mí y la delgadez de su cuerpo dentro de unos pantalones de mezclilla deslavada, calcetas blancas, y las zapatillas terminadas en punta. Con una sonrisa que alegraba las comisuras de su boca y dejaba asomar brevemente la blanca dentadura, me dijo:
            —Soy Flora, ¿Qué libro escogiste para leer?
            Avergonzado, le presenté la novela que impulsivamente había seleccionado. La miró sólo un momento sin opinar nada. Presentí que ella buscaba en mi al lector de temas profundos, de trascendencia, de calidad literaria, e intuí que la había decepcionado. Sin embargo, ataqué frontalmente diciéndole:
            —Soy César Augusto  (mi nombre impresiona siempre)  estudiante de Filosofía. Cuando me hastío de leer a Kant, Hume o Hegel, descanso con una novelita ligera como la de ahora. Y tú ¿Qué lees?
            —Estudio historia del arte y ando buscando un libro sobre el Neoclasicismo, el regreso a las formas griegas y romanas de la antigüedad  en el siglo dieciocho ¿Conoces alguno?
            Sin comprender de lo que ella me hablaba y abochornado por mi ignorancia, le contesté que no, y me despedí esperando volverla a ver algún día.
            Pronto la busqué y me hice aficionado a los libros y a Flora o… tal vez al revés.  También sostuve la relación, a pesar de mi oscurantismo, al haber esparcido con ella,  todas mis artes amatorias.
            Flora tuvo un problema económico, su mamá cayó al hospital por un problema renal, y solicitó mi apoyo. Afortunadamente tenía mis ahorros en el banco y, se los presté. Qué satisfacción tan grande se siente cuando se puede apoyar al ser amado, pensé. Me devolverá el dinero, una vez que su padre lo gire del extranjero. 
            Ahora, estamos en una etapa de enamoramiento extremo, la pasión nos arrolla, el ansia por poseernos es superior a la cordura. Los lugares más oscuros de la biblioteca han testificado la pasión derramada. Recorremos todos los pasillos, amándonos; lo hemos hecho al lado de Los hermanos Karamasov —aunque pienso que no fue bien visto por Dostoievski. El Pequeño Larousse ha aprendido, antes de tiempo, lo que hacemos los mayores, Y al Quijote de la Mancha, le dimos algunas ideas para tratar con su dulcinea. Por respeto a la moral y buenas costumbres, no habíamos invadido aún el pasillo de las religiones, pero encontré un rincón cerca del Antiguo Testamento, y pienso cometer sacrilegio la próxima vez que vea a Flora.
Llegué a la biblioteca con un ramo de rosas rojas y el ánimo enardecido, dispuesto a profanar con pasión el pasillo de las religiones; entré y escuché voces que alteraban el silencio natural del recinto; dirigí la mirada hacia el origen del ruido y… ¡me aterré! Vi a Flora  flanqueada por dos policías, con la blusa desabrochada, los senos desbordantes y en la mano, ¡su brasiere blanco pushup, que la hacía ver esplendorosa cuando la desvestía en los pasillos. Se movía de un lado a otro, queriendo zafarse. Atrás de ellos, otros dos gendarmes arrastraban a un individuo con los pantalones a las rodillas. Quise intervenir, salvar a mi amada, pero la autoridad me avasalló, subieron a ambos en la patrulla y arrancaron precipitadamente.
            Consternado, fuí con la bibliotecaria a preguntar qué pasaba:

            ¾Mire, señor, la señorita ejercía su oficio dentro de la biblioteca. Aquí captaba a la clientela y se ahorraba el costo del hotel, trabajando en los pasillos. Sospechábamos, pero hasta ahora la ubicamos trabajando en el pasillo de religiones. ¡Qué sacrilegio…! ¿No?

sábado, 14 de enero de 2017

Celos felinos

Celos felinos


Restregando sobre mis pantorrillas su cola amarillenta, que contrasta con el pelambre de tonos oscuros de su cuerpo, el bizco animal voltea y clava fijamente los grandes ojos azules en mí, como burlándose, en una actitud altiva y displicentemente retadora. Cuando recién nos instalamos en el departamento de nuestra suegra, la gata siseaba con enojo, erizaba el pelo y se apartaba en cuanto me veía. Celosa, sintiéndome invasora, me identificó como su rival. En cambio, con mi marido es mimosa y zalamera. Se cruza entre sus piernas cuando camina y si se sienta en el sillón, se recuesta con él, presumiendo intimidad. Desde hace algunos días ha cambiado su táctica de guerra. Como buena fémina, ahora me halaga, se acerca para cautivarme, para ganar mi confianza. Juega conmigo, como lo hace con los roedores. Tengo otro enemigo en casa, la madre de Guillermo. Tampoco le caigo bien, cree que trato de robarle a su hijo amado, a separarlo de ella, que lo parió y  ha luchado por él desde su nacimiento. No importa el desdén de ambas, espero  estar aquí poco tiempo. Trataremos de encontrar empleo pronto, y  mudarnos a un lugar propio.
            Sigue junto a mí, frotando su cola en mis piernas, no la soporto, me irrita su adulación. Levanto el tacón de mi zapatilla y le aprisiono la cola contra el suelo, emite un chillido de dolor y huye a la cocina a buscar la protección de su aliada. 

Desgraciadamente hemos de vivir con mi madre, no tenemos dinero para rentar un departamento. No soporto la sobreprotección que quiere darme, me hostiga con su trato maternal y desmedido. A Adriana la molesta, critica y constantemente la agrede verbalmente; apenas le dirige la palabra. Es cortante y brusca cuando le contesta, no la tolera. Hace días aprovechó un momento en que estábamos solos para cuestionarme el porqué de mi elección, aduciendo que mi esposa es floja y poco comedida con mi persona. No logré hacerle ver que la amo. Temo una confrontación entre ellas, pues las dos son de carácter fuerte.

No entiendo a mi hijo, siempre ha sido terco y voluntarioso. Generalmente ha desoído mis consejos, creo que en ocasiones lo hace a propósito para mortificarme, demostrarme su independencia e individualidad. Ésta vez se sobrepasó, se arrejuntó con esa golfa, que le lleva varios años de edad; mujer sin educación, de escasos valores morales y… de extracción popular. No valoró nuestra estirpe en su elección, la ascendencia aristócrata de la familia, la educación que le he dado, el nivel social en el que nos movemos. Espero que Dios oiga mi súplica y rompa ese vínculo a la brevedad. Además de todo, esa vieja es una viciosa, se la pasa fumando todo el día. Sólo que, ¡como en mi casa mando yo!, le prohibí hacerlo adentro de ella. Se molestó cuando la reprendí, pero acató la norma. Ahora sale al balcón a enviciarse. Espero que por lo menos, le dé un resfriado.

No puedo dormir con los ronquidos de Guillermo, el calor del cuarto me hace sudar, el bochorno me sofoca. Saldré a fumar un cigarrillo y a refrescarme.
En el balcón, disfruto la vista de la ciudad iluminada y el escaso tránsito de vehículos por la madrugada; la brisa fresca me acaricia, agitando levemente el camisón; todo es tranquilidad. A lo lejos, escucho el sonido de una ambulancia y el de algunos bocinazos de los automoviles. La calma me ha provocado una placidez tan relajante que incita a mi imaginación a soñar con otra vida, un futuro diferente al momento triste por el que estoy pasando.
Siento una presencia, tengo la sensación de que alguien me observa…  volteo, y en la oscuridad distingo el brillo de unas pupilas parpadeantes fijas en mí que se acercan lentamente, se detienen un instante y… ¡Saltan sobre mi cara¡ ¡Me desgarran la piel! ¡Las púas ardientes perforan mi rostro!, me hacen aullar del dolor. Doy vueltas tratando de desprenderme de las garras; los maullidos laceran mis oídos. ¡La bestia me está clavando sus colmillos en la nariz! ¡Trato de quitármela de encima! Doy la vuelta para aventarla, ¡trastabillo! ¡pierdo el control de mi cuerpo!...

Escucho movimiento de personas en el edificio. El bullicio va subiendo de piso en piso, cada vez lo oigo más cercano. Llaman a mi puerta, abro y veo a un oficial de la policía y… a mi gatita, en la entrada del departamento.