Celos felinos
Restregando sobre mis
pantorrillas su cola amarillenta, que contrasta con el pelambre de tonos oscuros
de su cuerpo, el bizco animal voltea y clava fijamente los grandes ojos azules
en mí, como burlándose, en una actitud altiva y displicentemente retadora. Cuando
recién nos instalamos en el departamento de nuestra suegra, la gata siseaba con
enojo, erizaba el pelo y se apartaba en cuanto me
veía. Celosa, sintiéndome invasora, me identificó como su rival. En cambio, con
mi marido es mimosa y zalamera. Se cruza entre sus piernas cuando camina y si
se sienta en el sillón, se recuesta con él, presumiendo intimidad. Desde hace
algunos días ha cambiado su táctica de guerra. Como buena fémina, ahora me
halaga, se acerca para cautivarme, para ganar mi confianza. Juega conmigo, como
lo hace con los roedores. Tengo otro enemigo en casa, la madre de Guillermo. Tampoco
le caigo bien, cree que trato de robarle a su hijo amado, a separarlo de ella, que lo parió y ha luchado por él desde su nacimiento. No
importa el desdén de ambas, espero estar
aquí poco tiempo. Trataremos de encontrar empleo pronto, y mudarnos a un lugar propio.
Sigue junto a mí, frotando su cola
en mis piernas, no la soporto, me irrita su adulación. Levanto el tacón de mi
zapatilla y le aprisiono la cola contra el suelo, emite un chillido de dolor y
huye a la cocina a buscar la protección de su aliada.
Desgraciadamente
hemos de vivir con mi madre, no tenemos dinero para rentar un departamento. No
soporto la sobreprotección que quiere darme, me hostiga con su trato maternal y
desmedido. A Adriana la molesta, critica y constantemente la agrede
verbalmente; apenas le dirige la palabra. Es cortante y brusca cuando le
contesta, no la tolera. Hace días aprovechó un momento en que estábamos solos
para cuestionarme el porqué de mi elección, aduciendo que mi esposa es floja y
poco comedida con mi persona. No logré hacerle ver que la amo. Temo una
confrontación entre ellas, pues las dos son de carácter fuerte.
No
entiendo a mi hijo, siempre ha sido terco y voluntarioso. Generalmente ha
desoído mis consejos, creo que en ocasiones lo hace a propósito para
mortificarme, demostrarme su independencia e individualidad. Ésta vez se
sobrepasó, se arrejuntó con esa golfa, que le lleva varios años de edad; mujer
sin educación, de escasos valores morales y… de extracción popular. No valoró
nuestra estirpe en su elección, la ascendencia aristócrata de la familia, la
educación que le he dado, el nivel social en el que nos movemos. Espero que
Dios oiga mi súplica y rompa ese vínculo a la brevedad. Además de todo, esa
vieja es una viciosa, se la pasa fumando todo el día. Sólo que, ¡como en mi
casa mando yo!, le prohibí hacerlo adentro de ella. Se molestó cuando la
reprendí, pero acató la norma. Ahora sale al balcón a enviciarse. Espero que
por lo menos, le dé un resfriado.
No
puedo dormir con los ronquidos de Guillermo, el calor del cuarto me hace sudar,
el bochorno me sofoca. Saldré a fumar un cigarrillo y a refrescarme.
En el balcón, disfruto la vista de la ciudad iluminada y el
escaso tránsito de vehículos por la madrugada; la brisa fresca me acaricia, agitando
levemente el camisón; todo es tranquilidad. A lo lejos, escucho el sonido de
una ambulancia y el de algunos bocinazos de los automoviles. La calma me ha provocado
una placidez tan relajante que incita a mi imaginación a soñar con otra vida,
un futuro diferente al momento triste por el que estoy pasando.
Siento una presencia, tengo la sensación de que alguien me
observa… volteo, y en la oscuridad
distingo el brillo de unas pupilas parpadeantes fijas en mí que se acercan
lentamente, se detienen un instante y… ¡Saltan sobre mi cara¡ ¡Me desgarran la
piel! ¡Las púas ardientes perforan mi rostro!, me hacen aullar del dolor. Doy
vueltas tratando de desprenderme de las garras; los maullidos laceran mis
oídos. ¡La bestia me está clavando sus colmillos en la nariz! ¡Trato de
quitármela de encima! Doy la vuelta para aventarla, ¡trastabillo! ¡pierdo el
control de mi cuerpo!...
Escucho
movimiento de personas en el edificio. El bullicio va subiendo de piso en piso,
cada vez lo oigo más cercano. Llaman a mi puerta, abro y veo a un oficial de la
policía y… a mi gatita, en la entrada del departamento.
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