martes, 10 de enero de 2017

Muerte sustanciada

Muerte sustanciada



Gustavo, con la angustia comprimiéndole las entrañas, el rostro pálido y desencajado, abrió el cajón y sacó el arma. El sudor lo empapaba, de su cara escurrían gotas que en el camino se amalgamaban con lágrimas de desesperación e impotencia. Tembloroso apuntó a la sien, apretó los labios y ¡disparó!... Escuchó el clic del percutor, y una carcajada estentórea a su espalda. Volteó espantado, bajó la pistola y enfrentó al hombre elegantemente vestido de negro que lo increpó:
            ¡Estúpido, tú te mueres hasta que yo diga!, ni antes, ni después. De mi dependes…  dame el arma.
Con voz sombría que parecía salida de una caverna, le dijo:
¿Quieres huir?, ¡qué fácil!, ¿no? Tirar el desorden que dejaste a tu alrededor: las vidas alteradas, deudas, infidelidades… El alcohol, el juego y la vida disoluta te han llevado a la piltrafa de hombre que eres. Pero andas de suerte, vas a vivir aunque no quieras, porque contigo experimentaré el nuevo proyecto de “Muerte sustanciada” que voy a presentar en el simposio celestial. Consiste en exprimir del ser humano todas las posibilidades morales, antes de quitarle la vida. Así que, a partir de ahora, ¡derechito, cabrón!, ni una copa. A cumplir tus compromisos y a enderezar la vida…
La imagen desapareció desvaneciéndose en una bruma oscura saliendo por la ventana. Tras la emanación, Gustavo intentó lograr su cometido aventándose al vacío. Varios metros después, flotando regreso a la habitación y escuchó el atronador rugido: ¡Hasta que yo quiera, cabrón!... y la siniestra carcajada atemorizó el ambiente, enmudeció los sonidos.
Nervioso salió de su casa por la mañana. Dos sicarios  lo sorprendieron al cerrar la puerta. Con brutalidad lo amenazaron:
¡Ésta es la última oportunidad!… ¡Paga!
Gustavo, con una sonrisa de burla preguntó: ¿O…?
¡Te mueres, desdichado! Y, sacando el arma, lo acribilló a balazos. Cayó desvanecido, entintando el contorno de su cuerpo en el pavimento. Los esbirros abandonaron el lugar, dándolo por muerto. Se levantó y comprobó que las heridas habían cerrado. Con la vestimenta manchada, regresó a casa a cambiarse.
La emoción lo consumía y le resecaba la garganta, al salir nuevamente se introdujo en la primera cantina que encontró y pidió un tequila. Al ingerir el líquido, sintió arder sus entrañas. Retorciéndose en el suelo, escuchó la imperativa voz: ¡Ni una copa… te dije!
Seguro de la inmortalidad no deseada, llegó en pleno día a la casa de su amante. Aurora abrió la puerta y palideció al verlo:
¡Vete!, que Alberto está en casa.
A él vengo a ver…
¡Pues ya me encontraste, imbécil!, y ¡te vas a morir!, escuchó a sus espaldas momentos ante de oír tres detonaciones.
Cubierto de inmundicias y detritus, devolviendo excretas de los pulmones congestionados, salió del canal del desagüe, donde lo habían tirado Aurora y el marido. Caminando se dirigió a su casa, irradiando pestilencia y depresión.

El rechazo al proyecto de “Muerte sustanciada” se dejó sentir con el abucheo de la derecha angelical del empíreo en un batir furioso de alado repudio. También, la escandalosa izquierda, representante del averno, gritaba exaltada: ¡Muerte ya, tráelos acá!... Con sus tridentes golpeando el piso repitieron el estribillo en un estruendo tal, que no permitieron clausurar formalmente la reunión. Humillado, el mortífero exponente, bajó las gradas del pódium oyendo los enardecidos gritos de la multitud…

Abatido, maloliente y cansado Gustavo cruzó la avenida. Oyó el chirriar de llantas, el bocinazo desesperado, sintió el golpe y el crujir de huesos cuando las llantas del vehículo destrozaban su cuerpo. En el estrépito, escuchó en su interior la voz imperativa exclamando:
¡Ahora sí te mueres, cabrón!, no me aceptaron el proyecto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario