miércoles, 25 de enero de 2017

El grito

El grito

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Acongojado por la pérdida, con la angustia recorriéndome las entrañas y el terror de enfrentar a mis perseguidores, corro tambaleante por el sendero que rodea la colina; encorvado por el dolor interno que me dificulta el respirar. Sofocado por el largo acoso trato de apresurar el paso. Vengo huyendo desde la ciudad de Oslo, seguido por la policía. Me ahoga el cansancio y al aspirar una bocanada de aire helado, expectoro con tos seca, lastimando la garganta. Es el atardecer y espero con ansia la lobreguez protectora, ansío que el cielo deje de derramar las tonalidades naranjas de nubes encordadas y retorcidas en el horizonte, que con llamaradas de fuego, me auguran un destino siniestro. Me detengo, apoyándome en la valla que limita el acantilado del fiordo, y volteo hacia la semioscuridad en busca de mis perseguidores. Por un instante, pienso en traspasar la barrera y terminar de una vez por todas con el sentimiento de angustia, desesperación y terror que me persigue y atormenta desde la ruptura violenta de la relación con Silje.
Una y otra vez maldigo a Edvard que me insertó en esta historia de amor. Seis pinturas que inician en un romance y terminan con la pesadilla que estoy viviendo.
Me plasma en los cuadros “Cupido” y “Atracción”, e ingreso al universo intangible del arte con trazos difusos e indefinidos a cumplir mi objetivo: el cortejo y enamoramiento de Silje, la escultural mujer de cabellera rubia, ojos azul agua, pálidos y deslavados que transmiten miradas hipócritas de inocencia; máscara con la que zanquea en esta sociedad alegre y desenfrenada del París expresionista de principios de siglo. Encuentros y desencuentros, amor a hurtadillas, encubierto y disimulado, en un mundo disipado y libertino en el que libábamos nuestro idilio. Nunca conocí su vida, su familia o amistades; sólo ella y yo en el mundo interior y etéreo de la pintura. En “Amor y Psique” intuí su esencia, y me apasionó; me enlacé en la espiral nefasta del erotismo enajenado que, de la mano de Edvard nos llevó a “Celos”, el infierno de la confusión, inseguridad y caos; del rencor y el odio, insomnios y borracheras incubando en mi organismo el germen insaciable del desquite y la venganza.
La locura se desató cuando en el hotel París, ella terminó la relación con un frío:
¡Ya no te quiero!, mi esposo, te busca…
El llanto se apoderó de mi, y un odio como nunca había sentido afloró, nublando mi mente. Espantada, Silje trató de pedir ayuda con gritos de alarma. Incapaz de afrontar su pérdida, con el deseo intenso de que sólo fuera mía y no me abandonara, la cogí del cuello y apreté con desesperación…
Salí corriendo del hotel. Tras de mí los guardias de seguridad del hotel y la policía, comenzaron el acoso.

Las fuerzas me abandonan, volteo hacia Edvard, implorando que esté fuera del cuadro y con la intensidad de mi congoja, ahueco las manos alrededor de mi boca y grito:
¡Sálvame de la locura en que me metiste! ¡Bórrame! ¡No me dejes aquí!...

 * Del cuadro “El grito” de Edvard Munch.

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