El grito
Gárgamel
Acongojado
por la pérdida, con la angustia recorriéndome las entrañas y el terror de
enfrentar a mis perseguidores, corro tambaleante por el sendero que rodea la
colina; encorvado por el dolor interno que me dificulta el respirar. Sofocado
por el largo acoso trato de apresurar el paso. Vengo huyendo desde la ciudad de
Oslo, seguido por la policía. Me ahoga el cansancio y al aspirar una bocanada de
aire helado, expectoro con tos seca, lastimando la garganta. Es el
atardecer y espero con ansia la lobreguez protectora, ansío que el cielo deje
de derramar las tonalidades naranjas de nubes encordadas y retorcidas en el
horizonte, que con llamaradas de fuego, me auguran un destino siniestro. Me detengo,
apoyándome en la valla que limita el acantilado del fiordo, y volteo hacia la
semioscuridad en busca de mis perseguidores. Por un instante, pienso en
traspasar la barrera y terminar de una vez por todas con el sentimiento de
angustia, desesperación y terror que me persigue y atormenta desde la ruptura
violenta de la relación con Silje.
Una y otra vez maldigo a Edvard que me
insertó en esta historia de amor. Seis pinturas que inician en un romance y
terminan con la pesadilla que estoy viviendo.
Me plasma en los cuadros “Cupido” y “Atracción”,
e ingreso al universo intangible del arte con trazos difusos e indefinidos a
cumplir mi objetivo: el cortejo y enamoramiento de Silje, la escultural mujer de
cabellera rubia, ojos azul agua, pálidos y deslavados que transmiten miradas hipócritas
de inocencia; máscara con la que zanquea en esta sociedad alegre y desenfrenada
del París expresionista de principios de siglo. Encuentros y desencuentros,
amor a hurtadillas, encubierto y disimulado, en un mundo disipado y libertino en
el que libábamos nuestro idilio. Nunca conocí su vida, su familia o amistades;
sólo ella y yo en el mundo interior y etéreo de la pintura. En “Amor y Psique” intuí
su esencia, y me apasionó; me enlacé en la espiral nefasta del erotismo enajenado
que, de la mano de Edvard nos llevó a “Celos”, el infierno de la confusión,
inseguridad y caos; del rencor y el odio, insomnios y borracheras incubando en
mi organismo el germen insaciable del desquite y la venganza.
La locura se desató cuando en el hotel
París, ella terminó la relación con un frío:
—¡Ya no te quiero!, mi
esposo, te busca…
El llanto se apoderó de mi, y un odio
como nunca había sentido afloró, nublando mi mente. Espantada, Silje trató de
pedir ayuda con gritos de alarma. Incapaz de afrontar su pérdida, con el deseo
intenso de que sólo fuera mía y no me abandonara, la cogí del cuello y apreté
con desesperación…
Salí corriendo del hotel. Tras de mí los
guardias de seguridad del hotel y la policía, comenzaron el acoso.
Las fuerzas me abandonan, volteo hacia Edvard,
implorando que esté fuera del cuadro y con la intensidad de mi congoja, ahueco
las manos alrededor de mi boca y grito:
—¡Sálvame de la locura
en que me metiste! ¡Bórrame! ¡No me dejes aquí!...
* Del
cuadro “El grito” de Edvard Munch.
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